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¿Es real esta vida? Podría hacer lo que sea.

Cualquier cosa.

Un tiempo después de la muerte... todo lo que queda es su recuerdo, como el aroma rancio en las páginas de un libro viejo. Es todo en lo que puedes pensar, sin llegar a concentrarte en la lectura... y los libros estaban en cada rincón de la casa, sobre los muebles, bajo la cama, en el piso. Sobre su mesa de luz, un ejemplar de 1984 sin terminar. Poemas, entre otras cosas... "Poemas del Pájaro Azul". Estaba cansado de escribir. Así como estaba cansado de levantarme cada mañana, preparar el café, respirar. Apilaba las facturas que pasaban por debajo de la puerta en un rincón especial de la mesa. No pensaba en otra cosa.

- Te ves pálido, Trevor. Te ves tan pálido. – los ojos de Sylvia siempre me rescataban de mis peores momentos, la mano cercana a mis oídos – Descansa un poco...

Daba igual que no estuviera escribiendo un nuevo libro. Daba igual el montón de cartas desparramadas sobre mi escritorio.

- ¿No tienes nada que leer? – gracias, gracias fue lo que quise decir. Me temblaron las manos ligeramente, el susurro de su voz.

- Son las cuatro de la mañana.

Controla el tiempo, mujer. Controla el tiempo. ¿Viviremos rodeados de toda esta patraña que gira alrededor del sol?

- Los humanos elegimos nuestro propio tiempo – canté, despacio – Olvídate del sol.

- No otra vez, no, ya no más - ¿qué estaba haciendo?... mi propio humo me mareaba, pero entreví las manos lanzándose sobre la mesa, los papeles. Era rápida, demonios, y aunque le rogara a mi mente que me hiciera mover... mis extremidades no respondían. Fuera de servicio. Reí como loco.

- ¡Susie, vuelve aquí!

- Olvidalo para siempre... ¿Trevor? – una nota de horror en su voz. Los colores de la habitación se me mezclaron en la retina, y ella, el cabello tan negro enmarcando un rostro pálido, espantoso, como de celulosa.

- Eres una mujer de papel – susurré divertido. Retuvo el aire, tensó la atmósfera como si fuera un arco a punto de disparar, sólo con los ojos. Sus manos quedaron colgadas en el aire y sólo entreví el montón de cartas que rodaron como bolas de billar, chocando unas con otras, hacia el torbellino infernal que era el suelo. Me vi a mí mismo rodando entre las cartas, eternamente, perdido en un haz de luz indestructible que atravesaba el humo de mi cigarro. Las lágrimas de la mujer patinaron por mi rostro mientras me asía en sus brazos.

- No, Sylvia, no llores... – le dije. El piso estaba tan frío a mis espaldas, y ella me abrazaba con piedad infinita, triste. También sentí el impulso de llorar.

- ¡Trevor, Trevor, responde! – extrañada, me miraba entre sus pestañas húmedas - ¿Qué dices?

- Deja de llorar, no lo soporto. Me partes el alma – le dije con calma, aún conmovido.

- ¿Trevor? – se aproximó inesperada, acercó sus oídos – Vuelve, por favor...

- Estoy aquí, honey. Mírame – llevé mis manos hacia su mejilla mojada. Intenté llevar mis manos, pero entonces... mi cerebro sólo lo pensaba. Inmóvil como un cadáver... mis labios estaban pegados. Ella seguía mirándome sin entender, porque los balbuceos se perdían entre el temblor de mi cuerpo, una nueva convulsión, imágenes que ya no veía sino sólo en mi imaginación...

Me movió entre sollozos, me levantó con espanto entre el mar de cartas. Podía verla, ahora no, ahora sí otra vez. Parecía un ángel de espuma y pétalos, ¿por qué lloras?, no cariño... No puedo sentir mis piernas, pero eres tan hermosa. Y estás tan apagada como una planta sin sol, tus mejillas. Saldremos a tomar aire, ¿quieres?, aquí hay demasiado humo...

Hacia un lado, al otro, los brazos me llevaban por las escaleras; quizás estaba muy ebrio. Ella prepararía una taza de café, o té. Mejor café, es que estoy demasiado ebrio. Pero no tienes que enojarte por las drogas... Se parece tanto a Susie, ojos negros como pantalla de cine. Deja de fumar... ¿quieres? Hay demasiado humo en este cine. Y siempre tengo la sensación de haber visto esta película, tantas veces. But the film is a saddening bore,

cause I wrote it ten times or more

- Es ficción, ¿sabe? Sólo soy un escritor... Quítenme las manos de encima...

No hay nadie más en la habitación, Trevor. Sólo estamos los dos...

- Honey, no puedes oírme. Aunque estés llorando, eres algo tan hermoso que harías llorar a los ángeles.

Ella se movió, me movió, apenada. Por un momento creí que podía entender mis palabras a través de la inmensa nube. Vamos a dormir... ven a la cama conmigo, acuéstate. Los sollozos desgarradores... notas de sangre, violento púrpura, se apagarán hasta que tomemos un sueño. Esa mejilla está temblando... acércate a mí. Ella se pasó la manga por el rostro y vi sus ojos buscándome en los míos, concentrándose con atención en mis pupilas, buscando esa historia que había enterrado en una caja en el fondo del jardín, junto a sus orquídeas. La historia del Pájaro Azul que escribía poemas.

- Tú estás en todo, Sylvia. Esa tarde soñé contigo... aún estabas viva en mis sueños, aún estás conmigo – quizás comprendía. Esas palabras, ¿salían de mi cerebro?

Las chispas nos llovieron sobre los rostros como una lluvia de purpurina.

En pocos minutos, sus ojos de agua se dilataron a mi alrededor... y fue todo negro.

TelarañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora