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La letra era muy azul, desprolija. Entintada sobre renglones de una hoja blanca. De vez en cuando alguna que otra mancha al ras de la superficie, como percance de ser zurdo. Sostuve la birome en el aire, sobre la hoja, para volver a observar lo escrito. Sin respirar. Me llevó un par de segundos desencantarme y comenzar a leer esas palabras. Mis propias palabras.

Quizás no fuera normal haber oído aquel sonido. Mi reloj de pared marcaba casi las tres. Un golpe en alguna parte del frente de la casa me atrajo, principalmente, porque estaba sentado a la mesa del comedor. A muy pocos pasos de la puerta.

Levanté la cabeza, tan pesada, para ver letras a mi alrededor. El manuscrito entintado se había estampado en mi retina después de tantas horas. Intenté fijar la vista en la pared descubierta de la derecha, blanca, más azulada por la escasa iluminación. Entreví asomarse una sombra por la ventanilla de la puerta, de vidrios esmerilados. El movimiento fue tan brusco que casi caí al piso. Comencé a transpirar.

Desde algún lugar de la noche llegaba música vecina, ajena del todo a mi respiración entrecortada. El segundo golpe fue contra mi puerta; algo sólido y de buen tamaño estampándose contra ella, dejándose caer. Como un peso muerto. Pero la música continuaba y mis pasos también, en su avance inerte hacia la puerta. Hasta que se hizo visible frente a mí; un rostro.

Se acercaba con tanta cautela como yo. Calculé que ya me había visto, así como yo lo vi. Tenía el cabello largo hasta los hombros y la boca bien roja, parecía pintada. Era una mujer. La distancia y la distorsión del vidrio me impedían enfocarla completamente, pero distinguí una forma femenina, que estaba cada vez más cerca. Yo también me acercaba. Ya estaba casi pegado al vidrio, cuando vi que en sus ojos había tanta sorpresa como en los míos.

Un par de segundos. Eso fue lo que tardé en reaccionar. Escribía sobre la hoja como si en ello me fuera la vida. Un par de segundos, y el golpe. Avanzaba discretamente hacia la puerta... Allí estaba. Esa mujer que había visto antes. Allí estaba mirándome de frente, sorprendida, aterrada. Ni siquiera parpadeaba, presa de un espanto que quizás significara conocimiento. La verdad es aterradora. Sus ojos veían mi alma.

Mi única reacción fue pasarme el dorso de la mano por la boca, y ver en él un halo de labial rojo. Estaba frente a frente con mi propio reflejo.

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