33

1 0 0
                                    

Siempre esa extraña sensación de estar en un lugar o tiempo que no corresponde. Levantaba la mirada hacia las cortinas en la ventana, el movimiento de las cortinas, la pila de libros que aún no había leído ni leería. Me era más fácil sentirme otro antes que yo mismo. Sentado allí. Mirando fijamente la ventana.

Las tazas chocaron con la mesa, ella con pantalones enormes se sentó a mi lado. Frente a mí. Retrasé el tiempo en mirarla para que apareciera inevitable la sonrisa. Tomé sus manos, blancas, frías.

"Hay algo en tus ojos" empecé a decir y cómo me miraba, de costado, de frente, con los párpados cayendo hacia las pestañas. Por arriba de las pecas, por debajo de un cabello desordenado, pero pulcro, negro y violáceo. Tan estática que no parpadeaba, apenas parpadeaba, de a ratos.

- ¿Puedo decir algo? – susurró.

- Sí, adelante.

Se acomodó en su silla y estudió con la mirada sus manos, aprisionadas, las tazas de té.

- Hay algo en tus ojos – ahora me miró con solemnidad – y es, parece, una enorme tristeza. Por más que estés riendo, a veces, en todo momento hay algo que... está fuera de ti, como si pensaras en otro mundo. Otras cosas.

Le apreté las manos, mi vista en la ventana, cortinas blancas. Sentí que recorría el dorso de mi mano con un dedo, suave. Parpadeé varias veces.

- Nunca había estado así con alguien – la solté – Gracias.

- A ti.

De reojo adiviné susonrisa, las manos vacías sobre el regazo. A través de la ventana cerrada se colaban ráfagas de un viento nocturno y frío. Miré sus ojos de frente.

- Perdón. Es que a veces, cuando te estoy mirando, tengo tantas ganas de besarte.

Mantuvo su mirada sobre mí, ajena, distantes del mundo que convergía en ese cuarto silencioso. Los libros y carpetas, papeles, algunas estatuillas, lápices y lámparas, humedad en las paredes, se desvanecían como el humo de un cigarro. Esperaba que ella me diera su respuesta, o dijera lo que sea. Aunque al mismo tiempo sentía que ese silencio podría durar años y no bastaría para llenar mi cabeza por completo.

- Y pienso que tampoco sería necesario – toqué su mano con las yemas de mis dedos, su muñeca – porque estar así, mirarte a los ojos, se siente tan hermoso como lo sería besarte. Esto es como estar besándote, para mí. Sylvia. Disculpa.

También ella parecía una estatua que se hubiera quedado dormida de repente, mirando sin mirar, fijo en mis ojos. Escapando de mis ojos con una mirada de frente. Cuando se levantó anunció que era tarde y debía irse a dormir.

TelarañasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora