Intervención I

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En un pequeño pueblo en el suroeste de Japón, una pequeña de tres años y medio se encontraba jugando en la pradera, corría de un lado hacia otro mientras el viento soplaba por su inocente rostro, su padre la miraba con una sonrisa en el rostro, pero no podía evitar sentirse mal por la pequeña, él quería hacer todo lo posible por protegerla, pero eventualmente tenía que abandonar su país y hacerse cargo de muchas cosas, era un hombre ocupado, por lo que visitar a su hija le hacía feliz.

-¡Ouch!- gimió la pequeña al tropezar y caer al suelo.

El padre se acercó a su hija y le dijo:

-¿Estas bien? Debes tener más cuidado-

-Sí, estoy bien, solo un rasmillón- respondió la pequeña un poco avergonzada.

Pronto el padre acerco su mano a la rodilla de la pequeña donde se había hecho el rasmillón, luego de unos segundos, aparto la mano y este había desaparecido por completo.

-¿Co... Como hiciste eso? ¿Eres un mago papi?- se emocionó la chica juntando sus manos.

-Nada de eso, Lucyn, yo simplemente no pertenezco en este mundo...- respondió con una risa el padre.

-¿Este no es tu hogar?- pregunto curiosa.

-No, mi verdadero hogar no está aquí, ni a kilómetros de aquí, ni a diez años luz de aquí...- suspiro el padre –Mi verdadero hogar esta fuera de mi alcance, y tengo que buscarlo...-

-¿Dices que te iras?- respondió apenada la chica.

-Desafortunadamente, algún día tendré que irme a buscarlo, y cuando me vaya, probablemente no volveré... Y no porque no quiera estar con ustedes y mamá, es por algo mucho más complicado, Lucyn, pero si llego a volver, juro que nunca me separare de ustedes otra vez...- dijo el padre.

Los dos se miraron como si este fuese un adiós, la pequeña aun no podía entender los motivos de su viaje, y pensar que quizá nunca volvería le causaba mucha angustia, el padre por otra parte, se sentia culpable, probablemente nunca debió haber tenido relaciones con una humana, sería una responsabilidad muy grande para un dios, pero no podía hacer nada, lo hecho estaba hecho, aunque sabía una sola cosa... El las amaba...

-¡Cariño! ¡Lucyn!, ¡A comer!- dijo la madre haciendo tocar una campana.

-Vamos, no debemos dejar a mamá esperando...- dijo el padre.

La Ultima ParadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora