CAPÍTULO 14 - Ella

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- ¿Eras tú? No es posible...

- Siento habertelo dicho de una manera tan brusca.

- Jamas se me hubiese ocurrido que podrías ser tú.

- Ojalá....

- Ojalá... ¿Qué?

- Que ojalá sintieses lo que siento yo.

Mis ojos interrogaron a los suyos. Como buscando una información que no estaba a mi alcance.

- ¿Y qué sientes tú?

- Bueno... Es difícil de explicar.

- Intentalo.

Apartó la mirada y la dirigió al horizonte, como si él tuviese la respuesta. Y después, sin mirarme a la cara, volvió a hablar.

- Pues... Siento que necesito saber que estás bien en todo momento, me preocupo por ti cuando no debería hacerlo y siento que necesito verte también.
Siento... Siento un cosquilleo cada vez que te escucho hablar y que no puedo dejar de mirarte. Cuando te acercas a mi solo puedo pensar en cómo me enamora tu olor y en lo loca que me vuelves.

Ella estaba roja, y yo también, ambas mirando al suelo, sentadas en el mismo banco con una distancia prudencial.
Sus palabras daban vueltas en mi cabeza y ,al mismo tiempo, no podía dejar de pensar en el vuelco que me había dado al corazón cuando la ví sentada en aquel banco.
Ella era la última persona que habría esperado ver allí y aún así, una de las que más ilusión me hacía.
Algo encajó repentinamente en mi cabeza, la última pieza de un enorme puzzle y descubrí que había fallado en mí en la cita con Alex. ¿Si realmente lo que me gustaban eran las mujeres?
Me quedé mirando mi mano, y casi sin poder evitarlo esta se fue acercando a la suya, ella observó el movimiento sin decir palabra y, a la vez, levantamos la vista y nos miramos a los ojos.
Un maravilloso olor a tierra mojada inundaba el lugar y yo me quedé imnotizada con sus labios, parecían tan suaves...
Acerqué mi rostro al suyo, nariz con nariz, y entonces recordé aquel deseo que ella había hecho. "Ojalá sintieras lo mismo que yo siento".

- ¿Y quién ha dicho que no siento lo mismo? -Susurré.

- ¡¿Qué...- Su cara había cambiado y sus ojos se iluminaron, pero yo la interrumpí, no la dejé acabar, la besé antes.

Era el sabor más dulce que jamás había sentido. Sus labios eran tan suaves cómo parecian y por una vez desde hacía demasiado tiempo, me sentía llena.
Ella siguió el beso y yo coloqué mis manos en su cintura, mientras ella rodeaba mi cuello con los suyos.
Tras un rato que parecía infinito, nos separamos y hundí mi cabeza en su cuello, entre su pelo y ella suspiró.

- Nunca lo habría esperado. - Dijo.

- ¿El qué? - Respondí.

- Esto mismo. Que me corresponderías, que tú también sentirías algo.

- Sinceramente, yo tampoco lo esperaba... ¿Puedo hacerte una pregunta? - Me aparté un poco para poder mirarla a la cara.

- Dime.

- Desde cuando

- ¿Desde cuando?

- Sabes a qué me refiero. - Me puse seria. No me gustaba que esquivase la pregunta.

- Bueno, pues... No se... Desde... Desde siempre supongo. Realmente no lo sé, el día que discutiste con Yaiza y dejaste de ser su amiga me di cuenta de cuanto te necesitaba. Una se enamora y no sabe cuando fue supongo.

- Ahí tienes razón. - Suspiré.- Pero, ¿por qué no me dijiste nada antes?

- Tenía miedo. Hoy ni siquiera estaba segura de venir. - Ella bajó la vista y se rascó la nuca.

- Pues ya somos dos. - Sonreí mientras me daba cuenta de que aquel gesto que tanto me había gustado en Alex, lo adoraba aún más en ella, era preciosa y lo peor es que hasta entonces no me había dado cuenta.
Entonces mi cabeza viajó hasta otro sitio, otro día, aquel de mi reflejo en el espejo, aquel de las pastillas tiradas en el baño y sin querer hacerlo pensé en alto:
"Menos mal que no lo hice"

- ¿Qué? ¿Hacer qué?

Me rasqué una muñeca en un gesto nervioso, aunque no una muñeca cualquiera, sino aquella que tenía las pruebas de aquella mierda en la que había estado metida. Esas pruebas que hacían que llevase tantas pulseras para taparlas.
Ella se dió cuenta del gesto y me miró preocupada, me agarró el brazo con fuerza y me apartó las pulseras. Se quedó palida, su cara estaba muy muy blanca.

- No puede ser...

A penas le salía la voz.

- Lo siento. - Dije mientras lágrimas caían por mi rostro. Y por el de ella también.

- No tienes nada que sentir. - Me abrazó y lloré en su hombro. - Sabía que había hecho mal dejándote sola.

- Tampoco es tu culpa. - Le dije. - En realidad no es de nadie. Estas cosas pasan.

- Nunca deberían.

- Lo se... Creeme que lo se...

Como el HieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora