Studio Rondeau era tal cual me lo imaginé desde un principio: un gran almacén pulcro, altísimo y con unas lámparas colgantes metálicas que le daban un aspecto muy "Belle Arts" que amé apenas lo vi.
Una serie de dibujos a mano alzada y unas pinturas en acuarelas brillantes, se colaban entre las paredes, blancas, blanquísimas, a partir del momento de atravesar la puerta giratoria de acceso. Caminé un par de metros hasta arribar a un mostrador alto de vidrio, en el cual atendía una muchacha de mi edad, muy rubia y muy bonita. Incluso la secretaria podría ser modelo de pasarela si quisiese, pensé.
Intenté lucir profesional, pero no exagerada porque después de todo no conocía el ambiente al que me expondría y mucho menos, el vestuario del personal en general. Me propuse ir de compras esa semana, nutriendo mi guardarropas de prendas necesarias para asistir a mi nuevo trabajo.
"Diseñadora"...waw...me sorprendí al escucharme decirlo en voz alta.
Me acerqué tímidamente a la blonda de nombre "Erin", tal como decía en el cartelito blanco sobresaliente de su chaqueta de vestir negra. Me dispuse a presentarme. Era mi momento, el instante preciso en que mi vida empezaría a rodar como los engranajes de un mecanismo, para entrar en marcha.
— Buenos días, ¿en qué puedo ayudarla señorita? —me dijo en un francés sumamente cerrado y veloz. Por fortuna, tenía el oído entrenado para que no me resultase extraño el cambio idiomático. Limpié mi garganta, lista para desplegar mis dotes profesionales.
— Buenos días, mi nombre es Lucero Wagner y tengo una entrevista con el Licenciado Felipe Grosvenoir a las 10 horas—respondí con autosuficiencia, sin balbucear e intentando mantener mis formas.
La muchacha chequeó en su computadora rápidamente.
— Perfecto, tome asiento por favor. En este instante se encuentra en una reunión, pero cuando esté listo, podrá ingresar— su sonrisa con mil dientes, fue cálida.
— Muchas gracias— repliqué gentil.
Unos sillones Barcelona, de cuero negro con patas en acero, aguardaban por mí. Delicadamente, crucé las piernas y me comporté como una chica con modales y refinada. No podía sentarme como un indiciento o con una pierna por debajo de la otra como cuando cenábamos en mi casa...no, no, no. Estaba en la meca de la moda. Sería pecado mortal mostrarme ordinaria.
Observé cada detalle de esa amplia recepción. No existían muros divisores hasta pasar los cinco metros de longitud. Tabiques bajos, de yeso y con muchos colores, se diseminaban por todo el espacio restante. Original y divertido, dudé por un instante si mi vestuario era el indicado. Un look muy hippie no daba el estirpe profesional del que deseaba presumir; pero tampoco podía ir con vestido largo de Dior.
Opté, después de revolver hasta el fondo de mi valija, por un pantalón negro de gabardina por sobre mis tobillos y una camisa de mangas largas blanca, de gasa, con un delicado trabajo de bordado en la parte de los hombros el cual descendía hasta la zona del pecho.
De mi antebrazo colgué una chaqueta haciendo juego, el otoño parisino comenzaba a castigar. Los zapatos eran un poco más altos de los que estaba acostumbrada; de taco fino, en punta y con una pulsera sujetándolos a mis tobillos con una linea de brillantes muy delicados.
Tenía una entrevista formal ese mismo día. Conocería el funcionamiento general de la empresa, algún que otro dato relevante y hablar sobre mis expectativas allí dentro.
Me miré las uñas...el esmalte rojo tal vez era un poco llamativo. Me lo quitaría al llegar a casa.
Erin no dejaba de hablar por el intercomunicador y el tic tic de las teclas de su computadora repiqueteaban frenéticamente. Parecía eficiente, sin dudas. O teatralizaba bien.
ESTÁS LEYENDO
"La elección de una valkiria" - (Completa)
Lãng mạnTras luchar por una oportunidad, Lucero consigue una beca de estudios en París donde tendrá la posibilidad de demostrar que todo el esfuerzo hecho por conseguirlo, no ha sido en vano. Pero la extraña conexión que establece con su jefe, un empresario...