27 - "Cicatrices"

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Me tomó por asalto arrojándonos sobre la mullida cama, acusando un ligero rebote. Toda su humanidad sobre mi menudo e indefenso cuerpo. Quería golpearlo, cachetearlo por su estúpida actitud machista y dominante. Pero me era imposible porque independientemente de la evidente fuerza que ejercía sobre mí, yo deseaba su cuerpo. 

Desesperadamente.

Enojado era una fiera indomable y despertar ese lado salvaje y sexy, generaba en mí un morbo peligroso y desconocido hasta entonces. Lo provocaría insensatamente durante toda la noche. 

Donatello no me agradaba en absoluto; era muy atractivo pero arrogante, de gran sobre-estima y sin una pizca de sutileza para cortejar a una mujer.

Fui consciente sin embargo, que mi juego superaría al límite de lo tolerable por Felipe. Estaba enojada por lo dicho en la tarde y porque me había dejado sola llorando en el baño cuando en realidad quise que permaneciera de pie en la puerta cual granadero y no escapase como finalmente hizo.

También me comporté como una egoísta, era cierto. No le di la oportunidad de redimirse en lo que respectaba a su relato fatídico centrándome en mis inseguridades por Selene y en lo que yo significaba para él. 

Obnubilada quizá por la palabra cebo, la cual me resultaba repugnante, tampoco le di la chance de retractarse al sumergirme en un ataque de nervios histérico e infantil para salir corriendo a encerrarme y llorar en un baño sin parecer que tuviese 25 años.

"¡La puta madre!"

Ahora, él estaba enfurecido.

Durante toda la noche él sería testigo ocular del juego de seducción que ejercí sobre Donatello, el cual tendría como resultado nada más y nada menos que una tarjeta personal con su dirección y contacto. Esa sensación de poder me asustó: tracé un paralelismo con el dominio con el que Selene sometía a Felipe.

Me retorcí, pero no porque quisiese sacármelo de encima; por el contrario, deseaba tenerlo enterrado en mí dándome el placer al que estaba acostumbrada. Succionaba mi cuello, apresaba mis muñecas a lo alto de mi cabeza y olía mi perfume con deliberada sexualidad.

Me mordí el labio reprimiendo mis gemidos; quería demostrarle que estaba todavía enojada por sus palabras, pero no podía concentrarme en otra cosa que no fuese padecer su roce. Mi cuerpo traicionero se entregaba al suyo.

Su dureza se presionaba sobre mi abdomen, turgente, ansiosa por el contacto piel a piel...de solo pensar en la mañana, cuando lo hicimos sin protección de por medio, se activó el botón de alerta de mi entrepierna húmeda y quejumbrosa.

Presioné mis párpados con fuerza, puntitos de colores se dispersaban en mi mente, recreando imaginariamente sus dedos marcando mis muñecas, sus labios mojando mi piel...pero súbitamente, aquel peso pareció levitar. Abrí los ojos grandes con extraña sensación de abandono, buscando en la penumbra a su figura.

Estaba de pie, pasándose los dedos por el cabello.

Otra vez vacía, me hice un ovillo, sin comprender del todo qué era lo que estaba sucediendo. Confusa y a los tumbos, me puse de pie.

— ¡Discúlpame, por favor! — dijo agraviado, tal vez con un atisbo de culpa retumbando en sus pulmones— . ¡No he querido ser rudo! — instintivamente froté mi cuello ardiente por sus besos, pero no por el contacto sino por la falta del mismo.

— Ya pasó... —susurré casi con un hilo de voz. Algo agitada por el momento de adrenalina, permanecíamos sin mirarnos, deambulando como dos almas perdidas en una jaula de cristal.

— Yo...no soy así...me desquicié de solo imaginar que el italiano te pusiese una mano encima — confesó avergonzado; con el ambiente teñido en claros oscuros, podía ver sus mejillas sonrosadas y sus ojos vidriosos, conteniendo el dolor subyacente del descontrol.

"La elección de una valkiria" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora