8 - "El asiento de al lado"

3.4K 395 30
                                    


Las horas hasta llegar al miércoles resultarían eternas, como goma de mascar.

Estaba más ansioso que de costumbre, desconcentrado y un poco enojado conmigo mismo por los pensamientos lujuriosos que surcaban mi cabeza con respecto a la nueva becaria.

Armé mi maleta (cosa que nunca hacía sino hasta horas inmediatas al viaje) esperando dispersarme y pensar en otra cosa. Resultaría completamente en vano.

Me di una ducha con agua fresca, aun siendo casi invierno, necesitaba relajarme y bajar mi temperatura corporal.

Nunca habría sentido esta necesidad carnal con alguien que no fuese Selene siendo el desfile de mujeres en mi vida un modo fácil de liberar "tensiones" o bien, apurar el paso del tiempo hasta que ella se dignase a venir a verme. Yo no conocía el departamento de Selene siquiera. Aun habiendo pasado enrollados casi 20 años (más de la mitad de mi vida) nunca conocí su ambiente, su entorno; simpre estuvimos en mi casa o en lugares que no supusieran un compromiso. Al menos no de su parte.

Pero ahora era distinto gracias a Lucero Wagner.

Ese rostro dulce, pero de lengua rápida, demostraba ser un ángel o un demonio. Sola se habría cargado a su hombro al desagradable de Gerard; involuntariamente allanando el camino para que él ya no perteneciese a la empresa.

Confesando sorpresa al ver los chispazos de ira en sus ojos, siempre amables y gentiles, me confirmaba que este muchacho habría colmado sus límites de tolerancia.

El martes transcurriría agobiante; muchas reuniones, llamados a Jefferson y trámites para la acreditación al hotel que no me abandonarían ni por un instante.

Necesitaba una asistente con urgencia, dándole por primera vez la razón a mi madre con respecto a ese tema.

Sin haber visto a mi pupila en todo el día, por la dedicación exclusiva a mis labores, la idea de Kenny rondándole como un buitre no me caía en gracia. Ya le habría ofrecido llevarla en su motocicleta y conociéndolo como lo conocía, sabía que no bajaría sus brazos tan fácilmente. Pero tendría que convivir con ello garantizando un clima ameno.

Por consejo de mi madre tomé dos tés de tilo para relajarme un poco a la noche y descansar algo. Si bien nos esperaban más de 15 horas de viaje rumbo a Montreal, no querría pasarme el vuelo durmiendo como una marmota, cuando podría estar plácidamente observando hacerlo a Lucero. Imaginarla con su cabello con vetas doradas alborotado y sus músculos serenos, adormecidos, me despertó sentimientos encontrados; cosas jamás experimentadas.

Algo similar al temor me azotó el pecho como un látigo.

Intenté olvidarlo y limitarme a vivir las cosas tal cual viniesen barajadas; era parte de mi nuevo replanteo de vida. Desestimando mi estúpido pensamiento de ir a recogerla a su casa, fui directo al aeropuerto Charles de Gaulle mirando el reloj compulsivamente. Sentado en el hall central comencé a leer la Divina Comedia (un plan genial para las 5 de la mañana) en su versión original, cuando pude sentir un aroma familiar y juvenil acercándose hacia mí...

Podría reconocer ese perfume aun si ella estuviese en Buenos Aires.

— ¡Buenos días, jefe! —ocupó el asiento a mi lado, con cuidado. Tampoco se le daba bien madrugar, pensé al instante. Pero aun así, cuando finalicé mi escrutinio matutino, quise mandar al diablo cualquier atisbo de buena conducta de mi parte.

Efectivamente lucía somnolienta, pero sus ojos vivaces vencían cualquier pizca de cansancio.

Su cabello estaba húmedo, recién lavado, cayendo en finas hebras hasta por debajo de sus hombros. Se lo habría recortado un poco para mi sorpresa.

"La elección de una valkiria" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora