13 - "Tristán e Isolda"

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La emoción en su cara me lo transmitía todo; acababa de acertar en el regalo. Me abracé a mí misma felicitándome y homenajeándome con honores. Pero aun más divertida resultaría su expresión al ver el improvisado y destartalado block de pequeños cuadraditos de colores enganchados en un extremo, con un largo anillo de plástico llamado "diccionario".

Recordé que durante nuestro idilio inicial, aclamó por un diccionario de términos argentinos; ni lerda ni perezosa se lo obsequiaba como un ejemplar del pequeño Larousse ilustrado. Era un trabajo manual hecho a último momento, habiéndome abastecido en la tienda donde compré la lapicera de baratijas de librería. Si lo hubiese planificado con más tiempo, sin dudas, no me hubiera salido tan bien.

Se lo veía feliz, extasiado, como en la madrugada de su cumpleñaos, cuando bailamos al compás de Claro de Luna de Debussy después de beber champagne y (casi) traspasar el límite de la cordura.

Ahora, 24 horas más tarde, esto no significaba regresar a foja cero, por el contrario, nos encontrábamos atravesando una suerte de conviviencia con la idea de que no nos correspondíamos y que no era lo mejor estar juntos. Aun restaban varios meses por pasar; tendríamos que ser fuertes y olvidar nuestro intento fallido por poseernos como dos desconocidos.

El menú del restaurant era bastante variado y atrevido en cuanto a ciertas combinaciones de sabores, lo habíamos experimentado la noche anterior; aun así decidí pedir algo simple que no resultara demasiado cargado, dado que a las 8 de la mañana regresaríamos a París dejando atrás esta enriquecedera experiencia.

Felipe era como un nene con juguete nuevo, con sus ojos expresivos y brillantes y su boca abierta más de lo normal. Extasiado examinando la pluma, escudriñaba cada rincón del capuchón, cada filigrana de la empuñadura. Sin dudas el diccionario habría sido, por lejos, el regalo más absurdo y bizarro que tuvo y tendría en su vida. Eso lo hacía único y para mí era suficiente.

El piano acompañaba nuestra conversación, pero no se interpretaban Debussy o Chopin, sino una melodía triste, más melancólica; fruncí el ceño intentando adivinar quién era el compositor de aquella pieza.

— Es Liszt. Liebesträume, Dreams of Love en A bemol mayor — respondió con total seguridad, ante mi estupefacto rostro y mi aplauso mudo.

— Conocés bastante de música clásica — dije al beber un sorbo de mi soda. Este hombre era asombroso. ¿Cómo podía ser tan inteligente y tan bello en un mismo envase?

— Durante seis años asistí a clases de piano. De hecho, lo hice junto a mi hermana Elizabeth; por cierto, ella es concertista— aseguró — . Pero tocar no era lo mío y abandoné cuando cumplí 13 años. El Instituto me demandaba mucho tiempo, mis clases de rugby también. Opté por dejar lo que menos me entusiasmaba.

— ¿Sos capaz de tocar algo? — tomé una cucharada de mi sopa de arvejas cuando noté un brillo de malicia llenando sus ojos, espiralándose en mi vientre— ¡Hablo de tocar el piano, Felipe! Supongo que de lo otro te encargarás lo suficientemente bien— respondí peligrosamente, bordeando terreno escarpado. Su boca se curvó intencionadamente, pensando su respuesta.

— En primer lugar, sí, toco el plano— remarcó la palabra "piano" — .No del todo bien, pero sí lo básico. Con respecto a la otra clase de tocadas — me puse roja como un tomate — , creo que me sobreestimas. Y mucho.

Sorpresa número uno sin dudas...

— Se rumorea que tenés muchas mujeres alrededor, además de Selene, claro está — levanté mis hombros a desgano asumiendo que era cierto.

"La elección de una valkiria" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora