19- "Lazos familiares"

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Con el culo dolorido por permanecer tantas horas en el sofá mirando la TV, intenté disipar el calor de sus manos en mi piel, las huellas de sus embestidas en mi cuerpo y sus palabras autodestructivas de mi mente.

Mis ojos abrazaron la otra cara de Felipe. Como Dr. Jeckill y Mr.Hide, mi jefe era sumamente inestable. Sin saber por qué, aclamaba salvación y tiempo...para dejarme finalmente escudriñando pensamientos, sola, en la puerta de mi casa.

Aturdida y sin saber qué hacer al respecto, me alejé de él como si fuese una plaga que no merece espacio para la tregua. Me sentí una mierda, porque en lugar de concentrarme en los (futuros) argumentos de su pedido desesperado y doloroso, solo me preocupé en pensar que era una carga demasiado pesada para mí.

Yo aún necesitaba tiempo para mis propias miserias; que mamá y Ricardo estén al tanto de mi estadía en lo de "un amigo" no conseguí más que sumarme dolores de cabeza. Si bien el regaño sería medido (causándome cierta sorpresa inicial) yo sabía que mamá no era un hueso duro de roer y que querría saber hasta el número del calzado de quien fuese mi acompañante.

Era consciente de mi edad, pero no controlar mi entorno, la desestabilizaba. Casi tanto como a mí.

Estar lejos de Felipe me provocaba una sensación de profundo e intenso vacío, porque a diferencia de Montreal, donde demostró ciertos miedos, en esta oportunidad establecimos una conexión intensa, orgásmica. Las noches en Montreal, tras nuestro primer desencuentro, anudarían ciertos vínculos que parecían cabos sueltos. Nunca más seríamos jefe y empleada. No porque violáramos nuestras responsabilidades dentro de la compañía, sino porque acabábamos de traspasar un límite muy delgado.

Cada cinco minutos miré mi celular ilusionada con que me dijera que me necesitaba, para poder subsanar de este modo, mi comportamiento estático e inoperante. Cargué baterías todos los días, esperanzada con que una larga charla telefónica la agotara...pero no. No obtuve llamados, mensajes, mails...absolutamente nada.

Enfundada en un orgullo absurdo, quedé esperando.

Felipe jamás me habría mentido, ni engañado; desde un comienzo establecería las aguas en las que navegábamos. Esa misma tarde me confesaría que no deseaba solo sexo...el resto, fue necesidad en estado puro.

No supe leer sus ojos, no supe leer sus manos temblorosas pidiéndome paciencia. Era una tonta y debía haber imaginado que no estaría esperándome eternamente a que me decidiese a llamar.

Hasta que horas atrás habría tomado coraje para hacerlo. Una charla de café en un sitio neutral, tal vez sería buena idea para establecer bajo qué condiciones seguiríamos nuestro camino. Ensayé una conversación imaginaria; madura, adulta, diez mil respuestas posibles y quince mil preguntas. Pero ninguna llamada me permitiría desahogar mis dudas.

El contestador saltó más de cinco veces.

No deseaba hablar con una máquina sobre sentimientos;cualquier mensaje que le dejase grabado sonaría como muy tonto e impersonal. Inmediatamente pensé que si leía mi número, sabría que estaba interesada en conversar con él y que habría enterrado parte de mi orgullo bajo la alfombra.

Un kilo de helado aun en pleno invierno; miles de películas románticas en francés, inglés, alemán y en cuanto idioma la pasasen, fueron víctimas de aquel control remoto y de ese dedo pulgar que se hacía cada vez más musculoso al pulsar una y otra vez el botón; la música de mi homónimo Wagner en youtube...todo contribuía en un auténtico naufragio.

Cuatros días de abandono, de tristeza inexplicable, de escasa comida y de mucho dolor. Lo había arruinado todo. Para él sería la nena caprichosa e inmadura incapaz de pensar por el otro, focalizada solo en sus propias necesidades y problemas.

"La elección de una valkiria" - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora