Enrique no dejaba pasar oportunidad de seducirme; haciendo comentarios bonitos sobre mí, adulaba mis ojos, mi pelo, mis rasgos, incluso hasta quiso imitar mi acento argentino.
El hermano de mi jefe era agradable sin dudas, pero su manía constante por querer caerme en gracia me resultaba un tanto..."pesada". No sólo interrumpiría mi descanso golpeando el vidrio de mi ventana, sobresaltándome durante la madrugada, sino que prácticamente no se habría despegado de mí ni un solo segundo del día 31.
Sin ningún tipo de tapujos, intentó convencerme para quedarme por un par de días en la casa de sus padres, dispuesto a "conocerme" un poco más. Sin dudas, pensó que sería presa fácil.
Craso error.
No me interesaba en absoluto enrolarme con un donjuán como Enrique. Ni ser atento, bonito, de cabello dorado, ojos verdes y de gran parecido fisico a Felipe, podrían quitarme de la cabeza a mi jefe. El único hombre en la faz de la tierra capaz de conquistarme con un tenue pestañeo.
Pero una serie de confusiones (caprichos de su parte y algo de ceguera en la mía), habían complicado el panorama. Ni confesándole (orgullo a cuestas) que lo habría extrañado, lo rescataría de su inmensa nube de obstinación y terquedad, sin dar el brazo a torcer.
Se acercó a brindar en el cobertizo, demostrando sus intenciones de macho dominante. Por fortuna, su interrupción se habría dado en el momento justo ya que Enrique estaba decidido a besarme, desagradándome en absoluto aquella arrebatada postura.
Tras una despedida efusiva por parte de los padres de Felipe, y ni qué decir de la de Enrique que a toda costa insistió para que agendara su número, tomamos un taxi para ir directo al aeropuerto del Prat. El vuelo salía a las 10 de la mañana de ese primer día del año, para estar en París lo antes posible y así descansar con vistas al siguiente día laboral.
Consciente de lo difícil que resultaría enfrentar la cotidianidad después de todo lo que ocurrido en un par de días, inspiré profundo. No sólo la relación física pasaba a otro plano sino que además, que ese año nuevo nos encontraba emprendiendo el regreso a casa en un mismo avión.
Los minutos hasta el aeropuerto transcurrirían en silencio; unas pocas palabras al chofer, unas pocas palabras a las azafatas y unas pocas (poquísimas) palabras a mí.
En esta oportunidad Felipe tomaría el asiento a mi lado; ni de ese modo me hablaría.
Presa de un enfado épico, deseaba ponerme de pie y preguntarle ¿qué mierda querés de mi? Pero en algún momento supo pedirme tiempo que yo estaría dispuesta a dárselo; sin embargo, en cuanto flaqueé, anuló por completo las posibilidades de retractarme.
¿Cómo captar su ritmo?¿Cómo pretender estar en su misma sintonía? Era inestable y me arrastraba con él hacia un sitio oscuro del que se negaba a hablarme.
Como era de esperar, Richard nos aguardaba en París; insistí para tomar un taxi, pero el Señor Cabeza Dura como el mármol, no aceptó mi negativa como opción válida.
"Genial, tengo que responder que sí cuando a él se le antoja" .
En una actitud posesiva y dominante, recogió mi bolso poniéndolo dentro del baúl del Mercedes, junto a su equipaje.
— ¡Feliz año nuevo, Richard!—saludé efusivamente al moreno, que exhibía su sonrisa impecable y enorme.
— Feliz año señorita Lucero para usted también.
— ¿Cómo la has pasado?
— Muy bien, gracias —el diálogo de pocas líneas con Richard habría tenido mayor contenido de palabras que esos tres días compartidos con mi jefe.
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"La elección de una valkiria" - (Completa)
RomanceTras luchar por una oportunidad, Lucero consigue una beca de estudios en París donde tendrá la posibilidad de demostrar que todo el esfuerzo hecho por conseguirlo, no ha sido en vano. Pero la extraña conexión que establece con su jefe, un empresario...