8. Pueblo Paleta

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Las praderas que recorrían rebosaban frescura mañanera. El aire que se respiraba era tan limpio que podía purificar el espíritu de cualquiera mientras el sol, con su luz radiante, mantenía cálidos sus corazones y les anticipaba que un maravilloso día estaba por venir. Era perfecto para andar en bicicleta, cosa que Dyfir hacía tranquilamente, disfrutando del paisaje y el clima con el resto siguiéndola a vuelo.

El camino era una simple franja de tierra que atravesaba el mar de grama, sin rastro de asfalto, típico de las zonas rurales. El lugar estaba plagado de Pidgey y adorables Rattata... o así se refería Dyfir a las pequeñas ratas hasta que uno, bastante osado, saltó de la hierba alta y se encaramó en su mochila para intentar robarle comida.

Luego de su caótica aventura en el Bosque Viridian, esperaron a que amaneciera para buscar la salida, encontrando el camino que llevaba a Pueblo Paleta. Dyfir se entusiasmó muchísimo en cuanto verificó el mapa en su Pokenav, pidiéndoles hacer una parada para conocer uno de los puntos más emblemáticos de la región. Eve no estaba muy a gusto con la propuesta, pero debían reabastecer provisiones y era el lugar más cercano.

Cuando era cerca del mediodía, avistaron el pequeño pueblo a lo lejos, repleto de casas blancas con techos rojos y amplios jardines vistosos, llenos de hermosas flores o pequeños huertos.

— Pueblo Paleta —suspiró Dyfir emocionada, deteniéndose al borde de la colina para contemplar el panorama—. Aquí es donde los entrenadores de Kanto suelen recibir su primer pokémon de manos del más reconocido investigador de la región: el profesor Oak. Él es como una hacedor de sueños, es quien permite que todos los niños bajo su tutela emprendan su camino a la grandeza y...

— ¡Qué emotivo! Tus conmovedoras palabras casi me hacen llorar... o vomitar, no estoy segura —dijo Eve con tono sarcástico, interrumpiendo bruscamente a la chica—. No sé qué es lo que realmente pretendes hacer en el pueblo, pero más te vale que no me hagas perder el tiempo, te recuerdo que no hay nadie aquí.

— Pensé que era obvio que quiero conocer al profesor Oak —Dyfir no prestó atención a lo que Eve le decía, tan ilusionada con la idea que no había modo de desalentarla—. El profesor Elm me dijo que si se me presentaba la oportunidad de conocerlo no la desaprovechara. Es toda una eminencia, no sólo por todos sus aportes al estudio de los pokémon, también es un reconocido criador y poeta. ¡¿Quién no quisiera conocerlo?!

— Está bien que sea famoso y todo eso, pero... exactamente, ¿de qué te serviría conocerlo? —preguntó Moonghost—. Digo, debe estar muy ocupado haciendo cosas científicas e importantes, ¿no?

— ¡Oh, vamos! —rezongó Dyfir con pesar por no poder hacerles entender el motivo de tanta ilusión—. Quiero que examine a mis pokémon, obtener su visto bueno y poder decir 《 ¡Hey, conocí al Prof. Oak y dijo que mis pokémon están geniales! 》.

Todos la miraron con cierto escepticismo, aún sin comprender por qué tanto alboroto, haciendo que Dyfir se sintiera algo abochornada.

— Pequeña, no necesitas que nadie te diga lo buenos que son tus pokémon, mientras estén sanos y te adoren es lo único que cuenta, ¿no es verdad? —señaló Flowar maternalmente haciendo alarde de su voz tranquilizadora, que bien podía aliviar corazones como cualquier buen chocolate—. Pero si eso te hace feliz, no veo qué hay de malo en que le hagamos una visita.

— Gracias, Flowar, eres muy dulce —dijo Dyfir, sacándole unas risitas a la flor.

Reanudaron la marcha y en poco menos de una hora llegaron a las puertas del pueblo. Caminaron por la avenida principal, inmersos en una absurda discusión acerca del palo que llevaban los Farfetch'd, donde Flowar aseguraba que era un cebollín petrificado y Moonghost un palo de hockey.

Pokémon EGN: Hoy es el fin del mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora