1. Robo en Altomare

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En una ciudad con ríos como calles conocida con el nombre de Altomare, una chica caminaba tranquilamente por la plaza que rodeaba al Museo de Historia, acompañada por un ceñudo Sneasel. La joven de tez blanca, ojos color avellana, cabello largo y blanco como algodón, vestida con unos pantalones cortos, una franelilla y una gorra que usaba de lado, consultaba una guía turística que le obsequiaron en la lancha que la llevó hasta el popular paraje turístico.

De su mochila colgaba una pequeña placa que indicaba que su nombre era Dyfir. Acababa de cumplir dieciséis años y se encontraba en pleno viaje por Johto, su región natal, para participar en la Liga Pokémon, pero en vista de que aún faltaban meses para que se celebrase tal evento y que sólo le quedaba una medalla por ganar, decidió tomarse un pequeño descanso y visitar la hermosa ciudad que siempre había soñado conocer desde niña. 

— Oh, escucha esto —dijo Dyfir sonriendo y llamando la atención de su Sneasel con un ademán de la mano, paseando sus ojos con avidez sobre el pequeño y colorido trozo de papel que sostenía —: "Cuenta la leyenda que la ciudad está protegida por dos pokémon legendarios. Los Guardianes de Altomare se alzaron y combatieron valientemente contra un malvado hombre, que atemorizó la ciudad con la ayuda de sus crueles lacayos, un temible Aerodactyl y un sanguinario Kabutops" —leyó, levantando una ceja y dándole la vuelta al papel en busca de más información.

 Los Guardianes de Altomare se alzaron y combatieron valientemente contra un malvado hombre, que atemorizó la ciudad con la ayuda de sus crueles lacayos, un temible Aerodactyl y un sanguinario Kabutops" —leyó, levantando una ceja y dándole la vuel...

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Suspiró desilusionada al no encontrar nada más y se detuvo, elevando la mirada hacia los pilares esculpidos en mármol que ornamentaban la plaza. Señalando hacia el vasto mar, yacían las estatuas de los Guardianes de Altomare, con sus ojos vacíos fijos sobre las aguas a las que el viento se aseguraba de no concederles paz. 

— Latios y Latias... creo que así se llaman —susurró ensimismada, revisando una vez más el folleto para confirmarlo con bastante emoción.

Su Sneasel, de inmediato, le indicó con un cariñoso gruñido que estaba en lo correcto antes de que su entrenadora pudiera corroborarlo, a lo que ella le regaló una gentil sonrisa de agradecimiento. 

Shade, como había nombrado al malhumorado Sneasel, era el pokémon más reciente que había capturado en su camino a ciudad Blackthorn. Fue bastante complicado de atrapar, el Sneasel se aseguró de hacérselo difícil al congelarle los pies cada vez que se encontraban, así estuvieron por al menos un par de días en el Camino Helado hasta que Dyfir se alzó victoriosa con Shade dentro de una Lunabola, la última bola de captura que quedaba en su bolsillo.

Y si bien hasta ese momento el Sneasel no le había desobedecido, como habían comenzado con el pie izquierdo, Dyfir pensó que sería buena idea mantenerlo fuera de su pokebola durante su estancia en la ciudad para que le hiciera compañía y así lograran estrechar lazos.

— Vayamos al museo, Shade —dijo alegremente aún con la esperanzadora idea rondando en su cabeza, dándole la espalda a los pilares y dirigiéndose muy contenta hacia la edificación. 

Por la absurda cantidad de turistas caminando distraídamente en todas direcciones, el trayecto hacia la entrada del museo no fue nada sencillo, en especial porque su Sneasel era propenso a perderse entre la multitud a causa de su tamaño. Con algo de suerte y después de recibir unos cuantos empujones accidentales, lograron llegar a las puertas del recinto, deteniéndose un instante para recuperar el aliento antes de ingresar sin mayores problemas.

Pokémon EGN: Hoy es el fin del mañanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora