dos

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―Señorita Gómez ―habló el profesor de historia―. ¿Sabe la respuesta?

Mierda, me quedé dormida.

―Eh...no ―negué apenada.

―Vaya a lavarse la cara, por favor ―pidió y siguió con la clase.

Me levanté de mi asiento sintiendo las miradas sobre mí mientras terminaba de pasar por el angosto pasillo que había entre las filas.

―Y cierre la puerta al salir ―dijo en un tono serio.

Uh, genial.

El tercer día y ya me duermo en clases.

Caminé hacia el baño de las chicas que se encontraba hasta abajo del edificio. Mi salón estaba en el tercer nivel.

Cuando entré al baño me percaté de dos chicas que se encontraban al fondo platicando animadamente acerca de un chico que acaba de entrar.

―Qué lástima que sea menor que nosotras ―se quejó una rubia bastante bonita.

―Qué más da, es lindo ―se encogió de hombros la morena frente a ella.

Las veía a través del espejo mientras mojaba ligeramente mi rostro.

―Oye ―me habló la morena―, ¿tú eres de primer semestre? ―asentí haciendo que un par de gotas mojaran mi playera.

―¿En tu clase está el chico de ojos azules? ―preguntó la rubia.

―No seas tarada, Leslie ―la reprendió―. No es el único chico de ojos azules en primer semestre.

Y en eso le daba toda la razón.

Por lo menos tres chicos de mi salón tenían sus ojos azules.

―Alonso ―dijo la morena―, ese es su nombre. ¿Lo conoces?

―Pues no ―negué y alcancé un par de sanitas para secarme la cara.

―Ah, bueno.

Y después de eso volvieron a su plática del chico de ojos azules.

Tiré las sanitas en el cesto de basura y luego salí de los baños para volver a la clase.

―¿Puedo? ―pregunté abriendo la puerta. El profesor asintió y tomé asiento en mi lugar para después comenzar a copiar las preguntas que estaban anotadas en el pizarrón.

―La entrega de este trabajo es hoy, señorita Gómez.

Esta vez fui yo quien asintió.

Las preguntas eran sencillas así que pude resolverlas rápidamente con ayuda del libro, claro está.

―De tarea ―lo vi extenderme la libreta―, va a dormir bien. No quiero verla dormida en mi clase otra vez Paulina.

―Sí profesor ―agarré la libreta―. Lo lamento.

Caminé de vuelta a mi lugar y guardé la libreta.

La siguiente clase se me hizo eterna. De verdad que odiaba la química. ¿Cómo que tengo que aprenderme la tabla periódica? Además la maestra no me agradaba y tal parecía que el sentimiento era mutuo.

¡¿Cómo es posible eso?! Llevo sólo tres días, ¡tres días!

―Pueden salir ―dijo la profesora caminando hacia el escritorio.

Poco a poco el salón se fue vaciando; yo fui de las últimas en salir.

Para evitar pasar vergüenzas en la cafetería, desde el día anterior le había rogado a mi mamá que me mandara el almuerzo. Además ayudaba a mi economía. Entre menos veces entrara a la cafetería, tendría menos tentaciones y mucho más dinero. Era un plan perfecto.

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