8

474 38 3
                                    

                  

Preparar panqueques era lo más difícil que alguna vez he hecho.

Hace una hora Rocío me pidió que le haga unos panqueques para el desayuno, pero yo ni loca los iba a hacer. Si los preparaba, mi pijama se iba a estropear.

Por culpa de su mirada tierna, no me dejó otra opción que hacerlas.

Joaquín había madrugado, ¿pueden creerlo?

Estarán pensando cómo la hicimos para dormir, bueno, le insistí a Joaquín para que durmiera en el sofá, en otras palabras, lo boté de mi habitación a patadas. Soy tan buena...

Me concentré en la receta. Ahora que Joaquín se había ido a trabajar, yo tendría que cuidar a la niña. Pensándolo bien, tengo que tomar en cuenta las niñeras y guarderías, cómo no se me había ocurrido antes.

Puesto que estaba sola en este momento, lo único que pude hacer fue seguir con los panqueques.

Para empezar, no entendía ni una mierda sobre la cocina. ¿Leche? ¿Harina? ¿Huevos? Qué asco. Cogí todo lo que encontré y lo metí en el recipiente, y empecé a mesclar.

El sonido del timbre interrumpió mi preparación de panqueques. Fui a abrir con Rocío atrás mío. Cuando abrí la puerta, vi a Lucy, mi antigua empleada.

-Buenas día, señorita Domench-me saludó- Sus padres me han enviado a ayudarla en los quehaceres de la casa.

-Gracias-le agradecí, pero no quería a empleadas en mi casa ahora, así que no obtuvo ninguna sonrisa de mi parte.

Lucy estaba mayorcita, ya que ya se le resaltaban las canas y arrugas.

-¿Quién es esta hermosa niña?-preguntó refiriéndose a Rocío.

Ya segura, la pequeña salió de mis piernas.

-Me llamo Rocío-habló con voz baja.

Lucy se inclinó lentamente hacia ella.

-¿Desearía que la ayude en algo, nueva señorita Domench?

-Yo no necesito ayuda-dijo Rocío- pero mi mamá sí, en la cocina.

La señora me observó sonriendo.

-Creo que ayudaré a tu mamá, se nota que necesita un empujón-le susurró a la pequeña; sin embargo, lo escuché perfectamente.

Yo no necesitaba ningún empujón, solo necesito que ella se largara de la casa. Como no soy la chica más suertuda del mundo, Lucy entró a la casa y se dirigió a la cocina. Miró con atención mi mescla y una cara de asco salió de ella.

-¡Esto huele a huevo podrido!

¡Sabía que eran los huevos!

-Por suerte, traje una caja de huevos recién comprados-sacó la caja de su gran bolso, donde tenía guardada las compras- Haremos todo de nuevo.

-¿Acaso tú me vas a enseñar?-le pregunté molesta.

-Has comido mis comidas desde los 2 años-dijo mientras que sacaba los utensilios- Es hora de que tú hagas tus propios alimentos.

Me quedé perpleja. ¿Yo sola? ¿Cocinando? No gracias.

Mientras que pasaban los minutos, Lucy me iba explicando cómo preparar los benditos panqueques. Graciosamente entendí que no debí echarle toda la caja de huevos; además, los míos estaban vencidos. Después de un gracioso tiempo de mover los panqueques en la olla, por fin ordené la mesa y le serví cada uno.

De repente, se escuchó la puerta de la entrada abrirse.

-¡Buenas días, joven Joaquín!- lo saludó Lucy.

-¿Lucy?- preguntó emocionado.

-La misma-extendió sus brazos hacia él- Dele un abrazo a tu mucama favorita.

Sin ningún problema, él la abrazó fuertemente.

Me había olvidado, Joaquín y ella se llevaban muy bien. Cuando estaba en el jardín de niños y Lucy siempre me recogía, a Joaquín lo habían olvidado. Exacto, Joaquín y yo nos conocemos desde jardín de niños, pero para ese entonces yo aún no lo conocía. Debido a que Lucy tenía un corazón asquerosamente grande, lo llevó con nosotros a mi casa; y él y yo nos llevamos pésimo. ¡Me tiró tierra de mi jardín a la cara! Fue el peor día de mi vida. Pero la mejor parte fue cuando sus padres fueron a recogerlo y conocieron a los míos, ya era casi la tercera guerra mundial, lamentablemente no recuerdo por qué pelearon, creo que porque descubrieron que eran empresas enemigas.

Ahora eso se fue al carajo. Si no, no estuviera aquí en esta casa con una niña que al parecer es ahora mi hija.

La cosa es que Joaquín siempre estuvo muy agradecido con Lucy. Luego de abrazarla, miró con sorpresa mis panqueques.

-¿Tú hiciste esto, Lucy?- miró con deseo mi preparación.

-No, los hizo Carolina.

Creo que Joaquín casi se desmaya al oír eso.

-Entonces están envenados.

-¡Tonterías!- le pasó una silla a Joaquín- Siéntese, va a ver que están deliciosas.

Rocío y yo también nos sentamos en la mesa, y cogimos cada una un panqueque; sin embargo, Lucy no estaba con nosotros.

-¿Ya te vas?-preguntó Rocío desilusionada.

-Sí, mi vida-parecía apenada- Me esperan en otra casa.

Joaquín se despidió de ella, ayudándola con sus bolsas. A veces me costaba aceptar que Joaquín era caballeroso.

-Adiós- me despedí mientras me comía mis panqueques.

Cuando Joaquín volvió, el desayuno se había vuelto algo muy silencioso.

-¿Y cómo se conocieron? ¿Cuándo empezaron a amarse? ¿Cómo fue su primera declaración de amor?

Me sorprendí, era Rocío la que estaba haciendo muchas preguntas.

-Yo la conozco desde jardín de niños-respondió Joaquín.

-¡Qué hermoso! Amor de niños.

-¡No! -grité, casi atragantándome con mi panqueque.

-¿Entonces cuando empezaron a amarse?

Ninguno de los dos respondió a esa pregunta.

-¡Eres muy curiosa, eh!- Joaquín intento eliminar la incomodidad.

Cuando los tres acabamos nuestros panqueques, yo tuve que limpiar los platos sola, debido a que Pedro, el mejor amigo de Joaquín, llegó de repente y pidió hablar con Joaquín a solas.

-¿Quién es el hombre morado?-me preguntó Rocío, teniendo a su oso de peluche en la mano.

-¿Qué hombre morado?-miré a mi alrededor.

¡Cómo no me había dado cuenta! Pedro se había pintado el cabello. Ahora estaba de color morado, pero igual seguía medio largo.

-¡Hey, Barney!- lo llamé cuando él y Joaquín regresaban de su conversación.

-Domenech.

Estaba muy serio.

-¿Pasó algo?

-No-de dirigió a la puerta- Me tengo que ir, nos vemos en la fiesta.

-¿No era en 5 meses?- le pregunté.

-Lo han adelantado para mañana-bajó la mirada- Una compañera ha tenido un accidente automovilístico, y como tiene que hacer terapias y esas cosas, la han adelantado para que pueda estar con nosotros.

Quien quiera que sea esa compañera, la voy matar por hacer esto. No tengo vestido ni zapatos preparados para mañana.

-Adiós.

Y se fue.

-¿Qué rayos le pasa?-le pregunté a Joaquín, que estaba cerrando la puerta.

-El amor, Caro, el amor.

NOT EASYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora