Me quedé tumbado, escuchando; pero pronto necesité ir a hacer pis. No volví a la cama, sino que caminé descalzo y sin hacer ruido por la casa. No estabas levantado, así que me puse a buscar las llaves del coche, de la casa; cualquier cosa que pudiera ser útil. También busqué armas y, por supuesto, un teléfono, un modo de comunicación con otras personas. Tenía que haber algo, al menos una radio.
Empecé en el salón: busqué en silencio, constantemente alerta por si te oía. Abrí cajones, levanté el felpudo, palpé por dentro del borde de la chimenea. No había nada.
Seguí en la cocina; debajo de la encimera había cuatro cajones: en los dos primeros no había gran cosa: algunas bolsas de algodón y unas cuantas pinzas de la ropa. El tercero tenía una cubertería vieja y roma. Podía ser útil. Cogí un cuchillo —el más afilado que encontré (los probé haciendo marcas en la madera)— y me lo guardé en el bolsillo.
El cuarto cajón estaba cerrado con llave. Tiré de él y el tirador bailó un poco, pero no se abrió ni un ápice. En el centro estaba el ojo de la cerradura, así que me acerqué para mirar dentro aunque estaba demasiado oscuro para ver. Metí el cuchillo en la cerradura e intenté abrir, pero fue en vano.
Removí entre los tarros de té y azúcar buscando la llave.
Registré el resto de la cocina, abriendo armarios con cautela.
No sé qué esperaba encontrar, puede que algún tipo de instrumento de tortura o un cuchillo gigantesco.
Sea lo que sea, no lo encontré y la llave tampoco. Aquellos cajones contenían el mismo tipo de cosas que los de cualquier otra cocina: boles, platos, utensilios de cocina. Nada que me fuera útil, a menos que pensase golpearte la cabeza con una sartén. Ganas no me faltaban.
Entonces abrí el armario grande que había junto a la puerta; allí dentro estaba la comida. Latas y paquetes ordenados pulcramente en las estanterías, y barriles de harina y azúcar y arroz colocados en el suelo. Entré en aquella despensa. Todo estaba bien organizado, la mayoría en orden alfabético.
Cerca de los paquetes de lentejas estaban los paquetes de melón deshidratado y las latas de mejillones.
Me puse de puntillas para alcanzar a ver las estanterías más altas; allí arriba había cosas más dulces: cacao, crema inglesa en polvo y preparado para gelatina. Al fondo del armario había una estantería entera llena de envases de zumo de naranja. Tardé un rato en salir, pero cuando lo hice estabas de pie en la cocina. Rápidamente, di un paso atrás para alejarme de ti. Tenías unas manchas color marrón en las mejillas y polvo rojo en las manos.
Estabas serio, esperándome.
—¿Qué hacías ahí dentro?
—Mirando —dije.
Instintivamente, metí la mano en el bolsillo y toqué el cuchillo romo. Apretaste los labios y me miraste fijamente. Con la mano envuelta alrededor del cuchillo, se me aceleró el pulso.
—Ya que voy a quedarme un tiempo, pensé que sería mejor conocer la casa —dije con voz temblorosa.
Tú asentiste, la respuesta parecía haberte satisfecho. Te apartaste y me dejaste pasar. Solté aire procurando hacer el menor ruido posible.
—¿Has encontrado algo interesante?
—Muchas lentejas.
—Me gustan.
—Hay mucha comida.
—La vamos a necesitar.
Rodeé la mesa de la cocina por el lado más alejado de ti, algo aliviado y sintiéndome un poco más valiente.
—¿No hay una tienda? ¿No puedes comprar más?
—No, ya te lo he dicho.
Volví a mirar el interior de la despensa. ¿Cómo habías llevado todo aquello hasta allí? ¿Y qué pasaría si yo lo destruyese todo? ¿Irías a buscar más? Pasé la mano por el respaldo de una de las sillas que había en la mesa.
—¿Cuánto tiempo nos durará? —pregunté.
Estaba mirando la comida, intentando hacer el cálculo. Había suficiente para un año, quizá.
Puede que más. Te encogiste de hombros.
—Hay más en el almacén de fuera —dijiste—. Mucha más.
—¿Y cuándo se acabe?
—No se acabará. No hasta dentro de mucho tiempo.
Me dio un vuelco el corazón. Miré cómo abrías el grifo poco a poco hasta que salió un hilillo de agua.
—De todos modos tenemos gallinas —dijiste—. Y cuando estés... —callaste para mirarme mientras escogías la palabra adecuada— cuando te hayas aclimatado, podemos salir a caminar y recolectar frutos y bayas. También cazaremos un camello, puede que un par. Pueden vivir en las rocas, si ponemos una valla alrededor de...
—¿Camellos?
Asentiste.
—Para la leche. Y podemos matar uno para comer carne, si quieres.
—¿Carne de camello? Estás loco... —dije.
Al instante vi la advertencia en tu mirada; vi que tensabas los hombros. Ese gesto me hizo callar y agarrarme con fuerza al respaldo de la silla.
Te lavaste las manos. El agua se tiñó de un marrón rojizo como la sangre, mientras yo miraba la espiral que formaba al caer hacia el desagüe. Utilizaste un cepillo para sacarte la suciedad de debajo de las uñas. Como ya te he dicho, por primera vez desde que llegué, aquel día me sentía un poco más valiente y, no sé por qué, quería hacerte más preguntas. Tampoco sentía que me estuvieses vigilando con tanta atención todo el tiempo. Rodeé la mesa y me paré junto al cajón que estaba bajo llave.
—¿Por qué está cerrado? —pregunté.
—Por tu seguridad. Después de la gracia de la muñeca... —Te volviste hacia el fregadero para seguir frotando y la frase quedó inacabada—. No quiero que te vuelvas a hacer daño.
—¿Qué hay dentro?
A esa pregunta no contestaste, sino que, cuando me puse a tirar del cajón, te apartaste del fregadero, te abalanzaste sobre mí y me envolviste la cintura con los brazos. Tiraste de mí hacia el pasillo mientras yo chillaba y te daba patadas, pero no te detuviste hasta llegar a mi habitación.
Me dejaste caer sobre la cama. Sin perder un instante, me alejé de ti y palpé el cuchillo que llevaba en el bolsillo. Para cuando lo saqué ya te habías retirado hasta la puerta.
—La comida estará lista dentro de media hora —dijiste.
Y cerraste la puerta de golpe.
• • •
Esa noche me acosté empuñando el cuchillo romo y con la lámpara junto a la cabeza. Las cortinas estaban abiertas y la luz de la luna iluminaba la puerta. De una cosa estaba segura: no me ibas a poder hacer nada sin que yo opusiera resistencia.
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𝘙𝘰𝘣𝘢𝘥𝘰
RomanceUn extraño de ojos verdes observa a Louis en el aeropuerto de Londres. El todavía no lo sabe, pero Harry es un joven perturbado que lo ha seguido durante años. De pronto Louis se encuentra cautivo dentro de un territorio desolado del que parece no h...