•Capítulo 25•

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Me despertó un frío de tonos rosados. El alba. Antes de abrir los ojos y ver que no estabas ya sentía la falta de tu calor corporal. Lo echaba de menos. Tendí la mano sobre la arena; el lugar donde habías estado tumbado aún estaba caliente. Puede que no hiciese mucho que te habías marchado y que la arena aún no hubiese perdido tu calor. Tu silueta había dejado una huella.

Con los dedos tracé el hueco donde había estado tu cabeza, después tus hombros anchos, la espalda, las piernas. Habías dejado la arena dura y compacta, y en algunos granos aún quedaban motas de pintura.

Me envolví bien con la manta para evitar que penetrase el fresco de la mañana, aunque paraentonces la luz ya era demasiado intensa y cuando cerraba los ojos veía un brillante resplandor naranja a través de los párpados. Me senté. Tenía arena por todas partes y supuse que durante la noche había soplado el viento. Me pareció curioso no haberlo sentido. Me sacudí la tierra y vi que había una línea de piedras que conducía a una extensión de arena más lisa que estaba unos metros más allá.

Las seguí.

En la arena había escritas algunas palabras, así que me puse delante y las leí.

«He ido a por una serpiente. Hasta luego. H x»

Me arrodillé junto a ellas y repasé la equis con los dedos. La borré y después la volví a dibujar. No me parecías el tipo de chico que escribiría una equis en la arena: un beso. Sentí un hormigueo en el estómago cuando lo pensé, aunque aquella vez no fue porque sintiese miedo.

Me levanté. Me había quedado frío y necesitaba moverme. Desde allí miré la casa de madera, pero no quise entrar. Todavía no. En realidad lo que quería era que me volvieses a rodear con tus brazos, duros y cálidos. Ansiaba el calor de tu cuerpo. Me froté los brazos con las manos.

Supongo que a veces las personas son como los insectos: les atrae el calor. Una especie de deseo infrarrojo. Recorrí el paisaje con la mirada buscando el calor de un humano. Uno en particular. Parpadeé y me froté los ojos. Me estaba comportando como un idiota, pero la verdad era que no lograba aclararme: quería estar cerca de ti y, al mismo tiempo, no quería. No tenía ningún sentido. Sin apenas pensarlo, eché a caminar en dirección a Las Separadas.

Me detuve junto a la camella, que estaba sentada medio adormilada. Le toqué la frente y lerasqué entre los ojos. Cuando parpadeó, me rozó la muñeca con las pestañas. Me senté a su lado y llevé la cara hasta el pelaje cálido y polvoriento mientras miraba los grises y rosas del amanecer. La mañana era perfecta, queda. Desde muy lejos escuché el gorjeo chillón de una bandada de pájaros que llegaban a Las Separadas para darse el baño matutino. Me quité las botas y hundí los dedos de los pies en la arena; me los froté contra los granos ásperos. Intenté quedarme quieta un momento, relajarme con la ayuda de la camella y la mañana. Pero quería encontrarte. Caminé descalzo. De puntillas por entre las plantas espinosas, jugando a pisar solamente encima de las piedras a medida que rodeaba Las Separadas.

Entonces vi huellas frescas en la arena. Eran tuyas. Metí el pie dentro de una de ellas y la forma de los dedos y la planta rodeaba los míos por completo.

A medida que avanzaba tranquilamente alrededor del afloramiento de rocas, iba tocando piedras y árboles con el dedo; la superficie de las rocas fue cambiando de una textura lisa a otra más áspera.

Toqué las franjas ondeantes incrustadas en la superficie; eran el producto de arroyos antiquísimos. Un pájaro negro me graznó desde la copa de un árbol; fue una llamada que en aquella quietud sonó como un aviso crispante. Quizá estuviera alertando a sus compañeros de que yo estaba allí, un humano que recorría su territorio torpemente.

Seguí caminando hasta que me encontré con una roca llena de aristas que sobresalía de la base de Las Separadas. No podía ver qué había más allá, pero sí que había un camino por el que rodearla: se trataba de una serie de rocas grandes y lisas sobre las que podía pisar. Apoyé el brazo en la superficie de la roca para mantener el equilibrio y empecé a saltar de una piedra a otra. El contacto de aquella superficie fresca con los pies me resultó agradable. Entre ellas crecían diminutas florecillas blancas que parecían margaritas desordenadas.

𝘙𝘰𝘣𝘢𝘥𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora