•Capítulo 24•

58 4 0
                                    

(Recomendación: pongan la canción o el video cuando empiecen la parte que estan pintando en la caseta, de ahi en adelante, se me hizo muy bonita la canción y la letra habla mucho sobre lo creo que sienten el uno por el otro en esta historia, xx)

Aquella noche hizo viento. Desde la cama escuché cómo levantaba granos de arena del suelo y los lanzaba contra la madera y los cristales y me los escupía hacia mí como disparos de una metralleta. O como gotas de lluvia. Si cerraba los ojos casi podía imaginar que era lluvia inglesa acribillando las paredes que me rodeaban como si fuera pleno invierno, saciando la sed de campos y jardines, llenando el Támesis y los canalones de mi casa. Había olvidado lo reconfortante que era el sonido de la lluvia contra las ventanas, lo segura que me hacía sentir.

Aquella noche te habías retirado a tu habitación antes que yo. Habías estado muy callado, creo que desilusionado por mi culpa, porque la pequeña aventura que habías preparado no estaba saliendo como esperabas. Quizá hubieses empezado a arrepentirte o a pensar que habías escogido al chico equivocado; puede que acabases de caer en la cuenta de que yo era una chico normal y corriente, nadie especial, tan decepcionante como considerabas al resto del mundo.

Me di media vuelta y le di un puñetazo a la almohada, frustrado por seguir despierto y por todos aquellos pensamientos.

Entonces te oí chillar; el sonido desgarró el silencio y me hizo dar un salto en la cama. Era un sonido desesperado y animal, como si surgiera de lo más profundo de tu ser. Era lo más alto que había oído en muchos días.

Lo  primero  que  pensé  fue  que  había  alguien  más  en  la  casa.  Que  alguien  había  venido  a rescatarme y antes se estaba deshaciendo de ti. Te había clavado un cuchillo en la espalda y en aquel preciso instante lo estaba retorciendo en la herida. Sin embargo, aquélla era una idea estúpida. Nadie llevaría a cabo un rescate de aquel modo más que en las películas. Ciertamente, en el desierto no sería así. Allí, los rescatadores se aproximarían por el aire y nos rodearían de luz y ruido antes de entrar en la casa. Si alguien se estuviera acercando, nos habríamos enterado kilómetros antes de su llegada.

Aun así escuché para ver si oía algún ruido fuera, pasos en el porche. Pero no hubo golpes ni porrazos, nada que sugiriese que allí hubiera alguien.

Solamente yo.
Solamente tú.

Y lo único que oía eran tus gritos.

Además de hacer ruidos, chillabas palabras sueltas, aunque no distinguía ninguna. Entretanto, parecía que llorabas. Salí de la cama y agarré el cuchillo. Me acerqué a la puerta caminando sobre los talones,  lentamente  y  sin  hacer  el  menor  ruido.  Cuando  volviste  a  gritar,  giré  el  pomo  y  usé  el escándalo que estabas haciendo para enmascarar el crujido de la puerta. Salí al pasillo.

Allí no se veía ninguna sombra, ninguna persona, aunque se te oía gritar más fuerte, lanzando un eco ronco por toda la casa. Tenías la puerta entreabierta; acerqué la oreja a la ranura y escuché.

Durante varios segundos no hubo más que silencio; quizá durase un minuto o dos. Me pitaban los oídos  de  tanta  quietud.  Entonces  oí  los  sollozos.  Cada  vez  más  altos  y  rápidos,  hasta  que  se
convirtieron en un lamento desesperado e incontrolado, tal como lloran a veces los niños. Miré a través de la rendija entre la puerta y el quicio, hacia la oscuridad. Algo se agitaba sobre tu cama: tú. Nada más se movía. Empujé la puerta.

—¿Harry?

Seguías sollozando; di un paso adelante. Un tenue rayo de luz caía desde la ventana sobre la cama, hacía resplandecer la humedad de tus mejillas. Tenías los ojos cerrados y apretados.

𝘙𝘰𝘣𝘢𝘥𝘰Donde viven las historias. Descúbrelo ahora