El terreno era abrupto y el traqueteo me arrojaba de un lado a otro por muy despacio que condujeses; creo que en aquel paisaje ondulado y plagado de arbustos no era posible ir más rápido. En las partes más arenosas, las ruedas perdían el agarre y tú pisabas el acelerador para salir de los baches. Un par de veces tuviste que parar para sacar los hierbajos que se habían metido por el radiador. Pronto me empezó a doler la cabeza; tenía polvo en los ojos y dentro de las orejas; en la boca se me había formado un pequeño desierto. Alargué la mano hacia la radio.
—No funciona —dijiste inmediatamente.
Pero yo la encendí de todos modos. Solamente se oyó un tenue ruido blanco.
—Ya te lo había dicho. Tendremos que cantar canciones. ¿Sabes cantar? —Me mirabas converdadero interés.
—En séptimo me apunté al coro, estuve seis meses. ¿Es que no lo sabías?
Te encogiste de hombros.
—No siempre estaba presente. Tenía que conseguir dinero de algún modo y a veces estaba aquí, preparando todo esto.
Señalaste el conjunto de casetas que desaparecía en la distancia, envueltas en la nube de la arena que había levantado el coche.
—¿Es verdad que lo construiste tú todo? —pregunté.
—Claro que sí —dijiste con orgullo.
—No te creo. Debía de haber algo ahí antes.
—De eso nada. —Frunciste el ceño—. Lo construí todo yo.
No pude evitar mirarte con desdén.
—Bueno, vale. Quizá hubiese una vieja granja... El resto lo hice yo.
—¿Cómo?
—Poco a poco.
—¿Cómo conseguiste el dinero para el material?
Me ofreciste una sonrisa misteriosa
—Muy rápido.
—Dime cómo.
Te encogiste de hombros.
—Otro día.
Te volviste hacia el frente y oteaste el paisaje.
—¿Sabes cuánto tiempo llevo aquí? —pregunté.
—Más o menos.
El coche dio un frenazo al topar con otro banco de arena. Me golpeé la cabeza con fuerza contra el respaldo; de pronto me sentía muy frustrado.
—Creo que con hoy son veintiún días, pero no estoy seguro...
Rápidamente, me mordí la lengua al ver que sonreías de oreja a oreja; al instante deseé no haberrevelado tanto.
—Entonces deberíamos celebrarlo —exclamaste.
Tragué saliva y sentí asco.
—¿Qué quieres decir?
El coche descendió hacia un firme más pedregoso y al sentir el cambio en la textura pisaste a fondo y diste un volantazo. Al instante, la parte trasera del coche giró bruscamente sobre un costado y el motor empezó a gemir mientras las ruedas luchaban por conseguir adherencia. Cuando fui a parar sobre tu hombro, te echaste a reír. Vi arena y plantas de spinifex pasar por delante como en un sueño y busqué desesperadamente un lugar al que aferrarme.
—¡Yujuuuu! —exclamaste a voz en grito.
Al tiempo que el coche volvió a culear sobre otro banco de arena, giraste el volante hacia el otro lado y esa vez salí despedida hacia la puerta. Saqué el brazo por la ventanilla y me aferré a ella. Nubes de polvo salían despedidas y me daban en la cara, pero aun así te oí reír mientras tirabas con fuerza del freno de mano y derrapábamos hasta detenernos repentinamente. Cuando apoyaste la mejilla en el volante, te brillaban los ojos.
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𝘙𝘰𝘣𝘢𝘥𝘰
RomanceUn extraño de ojos verdes observa a Louis en el aeropuerto de Londres. El todavía no lo sabe, pero Harry es un joven perturbado que lo ha seguido durante años. De pronto Louis se encuentra cautivo dentro de un territorio desolado del que parece no h...