Capítulo Uno: Corro por mi vida

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Ser La Elegida es un trabajo complicado.

Sí, sé lo que deben de estar pensando. « ¿Qué dices, Alette? ¡Ser La Elegida debe ser fantástico! Ser superior a todos, amada por el mundo, la maga más poderosa de los últimos cinco mil años... ¡Es un futuro encantador! ».

Y la respuesta es no. No es un futuro encantador. Claro, a menos que consideren encantador que secuestren a tu familia, estar al borde de la muerte en todo momento y luchar contra tus propios amigos; por no agregar quemaduras en las orejas, un chico muy bueno que parece seguirte y recibir llamadas extrañas de tu enemigo... todo por unos objetos que pueden destruir el cosmos en cuestión de segundos.

Mi nombre es Alette Courtois; y esta es la historia de cómo mi vida cambió después de que un libro mágico me nombrara La Elegida.

* * * *

Mi respiración estaba entrecortada y un sudor frío caía por mi frente. Sin importarme aquello, seguí corriendo aunque sabía que no duraría mucho. Mis botas, el último regalo que me habían hecho mi mamá y mis hermanos antes de desaparecer, estaban algo húmedas por todos los charcos que había pisado ya, y mi campera estaba empapada; chorreando. Acomodé la mochila en mis hombros y aceleré en un intento de alejarme de mi perseguidor, pero éste era más rápido que yo. Mi resistencia no era mucha, de seguro y era por esto que siempre me ponían un siete en deportes. Pero debía seguir. No solo por mí, sino por ellos.

— ¡Entrega el libro y no saldrás herida! —gritó. No podía arriesgarme a perder más aire, por lo que no respondí. Necesito más velocidad o me va a alcanzar, pensé. Una palabra se atravesó por mi mente, y, sabiendo que era mi única escapatoria, la pronuncié en voz alta.

Coulisses —invoqué con todas las fuerzas que me quedaban en un grito desgarrador, y en mi espalda aparecieron unas alas con forma de mariposa que parecían hechas de vidrio e hilo dorado, ligeras como una pluma y tan fáciles de manipular como si fueran una extensión de mi cuerpo. Lista para conseguir una gran ventaja, tomé carrera y me impulsé hacia el cielo; librándome así de mi perseguidor. O eso creía.

Él alzó vuelo también, así que tuve que tomar medidas drásticas. Descendí hasta quedar al nivel de los edificios y fui volando entre estos, girando en distintas direcciones a modo de zigzag. Cuando lo había perdido, unos diez minutos después, volé hasta un balcón que conocía muy bien. Ese balcón en el que siempre terminaba mis aventuras, relatándolas con una taza de té junto a mi gran acompañante y oyente.

Entré con sigilo al departamento, aunque teniendo en cuenta que seguro ya había pasado medianoche, no creía que alguien estuviera despierto. Me dirigí a la habitación de huéspedes y cerré la puerta tras de mí. Claro está que con mi buena suerte esta rechinó más fuerte de lo debido, por lo que hice una mueca al escuchar el crujido. Me senté con cuidado en mi cama y me saqué la mochila. Saqué las sabanas y me lancé a la cama (abrazando mi mochila y con la ropa puesta) para caer en un pesado sueño del que bien sabía me levantaría dentro de poco a causa de mis ahora frecuentes pesadillas.

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