Capítulo Dieciséis: Llamadas y deseos

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Cuando llegamos a la casa de Carter, Gemma casi tiene un ataque cardíaco y Carter se puso muy incómodo. ¿El motivo? Un nombre: Vanessa Aznar.

– ¡Will! Dejaste tu libro de matemáticas en mi casa, venía a traértelo. ¿Quiénes son ellos? –preguntó una pelirroja con voz chillona mirándonos de manera despectiva. Llevaba su cabello rojo fuego atado en una coleta alta, ojos azules delineados y un traje de porrista. Gemma miró a Carter desilusionada y se apartó, llegando a mi lado.

– Gracias, Vanessa. Te presento a Alette, mi mejor amiga desde que tengo memoria. Él es Nicholas, mi mejor amigo. Y ella, ella es Gemma. Mi... –comenzó Carter, pero Gemma lo interrumpió.

– Su novia, un gusto –dijo Gemma, acercándose a Carter y apoyando su mano en su hombro con delicadeza.

– No te la crees ni vos esa, rubia caprichosa. Will no estaría con alguien tan molesta como tú –dijo Vanessa con un tono despectivo.

– Eso es lo que vos crees, Sirenita –le respondió Gemma.

– Sé que soy tan hermosa como una sirena, gracias por notarlo –dijo Vanessa acomodando su cabello.

– En realidad, no iba por ese lado mi comentario. Las sirenas, por si no sabías, son criaturas viles y despiadadas que engañan a los marineros con su melodiosa voz (que, por cierto, no tenés) para luego aprovecharse de ellos y comérselos. Vil, despiadada, engañosa, traicionera... veo que aquello te describe bien –le dijo Gemma.

– Lo lamento, no hablo con gatas. Te regreso tu libro, Will. Nos vemos mañana, bombón –dijo ella. Le plantó un beso en el cachete a Carter y se fue. En ese momento, Carter frotó su mejilla con fuerza en un intento de sacarse el labial rojo de Vanessa.

– Veo que seguís tan celosa como siempre, Gem. Vanessa es solo una odiosa compañera de curso a la que debo aguantar por culpa de su madre, la directora de mi colegio y mi profesora de magia. Si por mí fuera, la hubiera tirado al mar hace rato para que moleste a otros, pero ese sería mi fin. No puedo no entrenar, podría lastimar a alguien. Mira, la odio tanto que no sabe mi primer nombre. Todos acá me llaman William, y suena tan horrible que estoy por sacármelo. Pero bueno, entremos. Creo que mamá me dará permiso para ir con ustedes. Y, de paso, almorzamos algo. ¿Qué les parece? –propuso Carter.

Los tres asentimos en acuerdo y Gemma le dio un beso en la mejilla contraria a la de Vanessa para luego tocar la puerta. Un minuto después, nos abrió la mujer que prepara la mejor tarta del mundo.

– No me lo creo, ¡Chicos! ¡Están tan grandes! ¡Nick, estás tan adulto! ¡Qué belleza que estás hecha, Gemma! ¡Mi fotógrafa favorita! ¡Qué altura! Pasen, que hago tu tarta favorita, Alette –nos saludó la mamá de Carter. Al parecer mi cara se iluminó, porque mi amigo se rió de mí.

– Ah, Alette y la tarta que hace Darcy. Eso es amor –dijo Gemma. Sonreí angelicalmente y nos dirigimos hacia la cocina.

– Darcy, ¿qué tal Londres? –le pregunté.

– Me gusta, es mi ciudad natal, pero extraño Aitana. ¿Sus familias? –preguntó la mamá de Carter.

– En el Reino –respondió Nick.

– Capturados por un villano que quiere acabar conmigo y ser el líder del mundo, lo usual –respondí. Darcy abrió los ojos como platos.

– No te creo. Ah, eres la nueva Tara –dijo Darcy con tranquilidad. Sonrió y llamó a la hermana de Carter por teléfono. Hablando de Carter, ¿dónde estaba? Lo busqué con la mirada pero nada. Nick tocó mi hombro y señaló al balcón.

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