Capítulo Veinte: El Diablo Engatusado

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Llegamos al Mall y entramos a una enorme tienda de disfraces a pedido de Carter. Agarró unas orejas de Minnie Mouse, unos anteojos de sol, una barba falsa, una corona y una máscara. Fue hasta la caja y las compró. Mientras, mis orejas empezaron a quemar. Le hice una seña a Tara y me alejé un poco. Presioné ambos aretes y pasó lo mismo de siempre. Volví a estar totalmente consciente al escuchar el grito de mi amigo.

– ¡Chicos! Vengan. ¡Un recuerdo de New York! –dijo Carter, haciéndonos señas para que entráramos a una cabina de fotos. 

Nos fue dando algo a cada uno mientras pasábamos. A Nick le dio una barba falsa, a Gemma una corona, a Tara una máscara (antes ella le sacó los anteojos, y cuando se los puso me recordó a alguien en especial...) y a mí las orejas de Minnie. Se puso los anteojos y entró.

Nos sacamos un montón de fotos y todas salieron por el costado de la máquina. Nos dio una tira a cada uno y nos fuimos de allí con las cosas puestas. Bueno, al menos Carter, Tara y yo. Los Charpentier se sacaron lo que llevaban y lo guardaron en sus mochilas. Nos sentamos en Mc Donald's y Tara fue a comprar. 

Saqué mi álbum de la mochila para guardar la foto, pero abrí una página cualquiera. Miré la foto con los ojos desorbitados y leí el título "¡Llegó el invierno, las vacaciones, la diversión!". Solté un grito ahogado y busqué desesperadamente el teléfono en mi mochila. Sin importarme el Roaming, llamé a Santiago. Al tercer pitido, contestó.

– ¿Aly? –preguntó.

– ¡Compañero! Sí, soy yo. Tengo un problema... estoy en Nueva York –le dije algo preocupada. Habíamos quedado hoy en Aitana, y no creía poder llegar en tan poco tiempo. En especial teniendo en cuenta que tenía una misión acá.

– ¡No te creo! ¡Yo también! Ahora mismo estoy en el Manhattan Mall, pero si querés quedar en otro lado... –dijo Santi.

– ¡Yo también estoy en el Manhattan Mall! En el Mc Donald's con unos amigos. Conocés a uno de ellos. ¿Te pasás por acá? –le pedí.

– Date vuelta, Aly –dijo alguien atrás mío. Me giré y salté de la silla en cuanto lo vi. Lo abracé y él a mí.

– ¡Hola! ¿Qué hacés en Nueva York? –le pregunté. Escuché un gruñido detrás de mí, pero lo ignoré.

– Mi tía vive acá. Es más, la estoy buscando. Habíamos quedado acá, pero con la tía Tara nada es cierto –dijo Santi.

– ¿Habla de la Tara que lleva una máscara encima? –preguntó Gemma.

– Esa podría ser mi tía. Oh, ahí viene. Sabía que era angurrienta, ¿pero cinco hamburguesas? –dijo mirándola. Miré a nuestra Tara viniendo hacia acá y lo miré.

– ¡No te creo! ¿Santi? Tu tía es la persona por la que vine a Nueva York –exclamé mirándolo.

Tara llegó y dejó la bandeja en la mesa. Después, vio a Santiago y le sonrió.

– Chicos, les presento a... –empezó, pero la corté.

– Santiago, su sobrino –terminé. Tara lo miró y me miró.

– Tiene sentido. Vivís en Aitana –dijo mirándome.

– ¿Por qué vino Aly a buscarte, Tía? –preguntó Santi. Escuché otro gruñido, pero lo dejé pasar.

– Bien, ¿tu mamá te habló ya de la transferencia? –preguntó Tara, sentándose en una silla y trayendo otra para Santi. Me senté en la mía y la miré.

– Sí, pero planeaba decírselo recién hoy a Alette. Gracias por arruinar la sorpresa, Tía –le respondió él.

– ¿Transferencia? ¿Se transfiere al mismo lugar que yo, a tu creación? –le pregunté a Tara. Ella asintió y se giró hacia Santi.

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