XII. Tradiciones

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Ambos habían llegado a Transilvania una hora después de la prevista. Dennis había calculado que llegarían entre las nueve o diez de la noche del mismo día, pero debido a unas fuertes corrientes de viento que le hizo perder el control un par de veces, terminaron llegando a las once.

Estaba recostado en una pared con las manos en las rodillas, recuperando el aire mediante grandes bocanadas, necesitaba todo el oxígeno posible después de semejante viaje. Estaba agotado. Por su parte, Winnie se quitó la chaqueta con libertad, gracias a que los monstruos eran aceptados en las calles del pueblo de Transilvania, incluso se podría decir que eran famosos. En las festividades de Halloween los habitantes del pueblo no solo se disfrazaban de monstruos, independientemente de su edad, sino que también entablaban charlas, amistades e incluso comidas con los monstruos de las cercanías y los que habían decidido vivir en el pueblo.

Miró a Dennis y lo vio jadeando con esfuerzo.

—¿Te parece si descansamos en algún lugar? —preguntó.

Dennis no respondió, levantó el dedo de una mano indicándole que le diera un minuto o dos. Luego de un rato, sintiéndose algo más fresco, se irguió y con una sonrisa le indicó a la loba que no hacía falta; además, aunque quisiera descansar tenía algo retumbándole en la mente: Wayne. Ya estaban en Transilvania, solo tenía que ir al hotel y hablar con él. Se dio unas suaves palmadas en el rostro para sacudirse la preocupación y partieron rumbo al hotel.

Caminaron por el pueblo rumbo al bosque embrujado que delimitaba el hotel, cuando miró de reojo una tienda de accesorios. Siendo más específico, un collar que estaba en el exhibidor. Siguiendo un impulso, le dijo a Winnie que lo esperara un momento, que ahora volvía, ella asintió y Dennis fue rumbo al local.

Al entrar fue como una flecha a donde el vendedor: un señor entrado en años y con el pelo entrecano, y le preguntó sobre esa cadena en el aparador.

—Muy buena elección, joven —dijo el hombre con amabilidad—. Supongo que es para alguien especial.

Dennis le dio un asentamiento sin quitar la vista de unos dijes que vio en el aparador donde el señor se encontraba.

—¿Cuánto por la cadena y estos tres dijes? —preguntó Dennis.

—Gran elección. La cadena y los tres dijes son mil trescientos Lei.

Dennis le confirmó al hombre que se los diera y ahí cayó en cuenta de que como había salido a toda prisa del departamento de Clarisse esa misma mañana, no tenía nada suyo consigo, a excepción de su teléfono celular. Optó por lo más sencillo: llamar a su abuelo. Le dio un rápido resumen de la situación, incluyendo el que ya se encontraban en las cercanías del hotel.

Drácula no tuvo ningún inconveniente y le dio sus datos para que pagase; luego de la compra, se fue a toda prisa donde había dejado a Winnie, quien por suerte, no notó la pequeña cajita alargada que él llevaba en su mano y que logró ocultar entre sus ropas poco después de volver con ella.

Caminaron por todo el bosque embrujado, adentrándose por la espesa neblina y los secos y moribundos árboles, cuyas hojas sueltas se movían lacónicamente al ritmo del suave viento nocturno. La escena en sí, fascinó a la pareja, pero por más que quisieran quedarse todo el tiempo allí, debían apretar el paso y llegar al hotel.

Una vez en las puertas del hotel ambos se dieron una mirada, dándose confianza mutua, se tomaron las manos y entraron. En el vestíbulo estaba como en su último cumpleaños: vuelto un caos, zombies iban y venían con decoraciones y demás, las brujas iban centellando en sus escobas limpiando todo y dejando un brillo impecable, las armaduras encantadas saludaban con cortesía a los huéspedes cuando pasaban frente a estas, y claro, Drácula se encontraba saludando, guiando y sugiriendo actividades a los huéspedes. Lo típico.

I'm in love with a monsterDonde viven las historias. Descúbrelo ahora