12. Misión limpieza.

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Me desperté gracias al estruendoso despertador. No tenía ganas de levantarme. Sólo quería regresar a la noche anterior y evitar todo este jodido caos.

Me revolví en la manta de estampado de balones que me regaló Harry para navidad, sí, muy original. Estaba a punto de dormirme de nuevo cuando el despertador volvió a sonar.

Maldición.

Tomé el objeto y abrí tan solo un ojo y me fijé en la hora, tenía que levantarme ya, tenía que pensar qué coño hacer para explicarle a mis padres y a Dylan que me iría con Kendall.

Algo tarde para el instituto, hoy me saltaría al menos dos clases.

Me incorporé en la cama y busqué mis pantuflas de conejo para ir al baño, pero no lograba encontrarlas, me encogí de hombros sin darle demasiada importancia y me levanté.

Joder, debí haber buscado las putas pantuflas, el repentino frío al colocar mis pies fuera de la alfombra me subía de los pies a la cabeza.

Busqué debajo de mi cama y ¡bingo!, ahí estaban las malvadas pantuflas...Esperen, apenas era una, joder, ahora tendría que buscar la otra. Me coloqué la única pantufla que conseguí y me dirigí al baño, ya aparecería el otro par.

Al llegar al baño y verme en el espejo pude jurar que me asusté de lo que ví en él: tenía la pintura regada en todos mis ojos, los labios hinchados y mi cabello más enmarañado de lo normal.

Lavé mis dientes y tomé un baño de burbujas, buscando que se me calmara el jodido dolor de cabeza,  ya que usualmente tomaba pastillas cuando sentía que mi cabeza estallaría, antes no. Pero, ¿cuánto había tomado para sentirme tan mierda?

Lo único que recordaba hasta ahora era ver a Dylan y Jenna besarse sin fin, Matt y su cercanía a mí, Harry cabreado y... mi decisión de mudarme a Seattle con Kendall.

Verdaderamente no quería pensar en lo pasado la noche anterior y la decisión que había tomado. Ni siquiera había hablado con mis padres, Jenna o Dylan. Esto estaba fuera de control.

Ni de coña te echas para atrás, Paige.

Luego de mi relajante baño, tomé la toalla y envolví mi cuerpo en ella, me dirigí al closet y me coloqué una camisa con la frase de «I don't give a fuck» escrita en ella, un pantalón ancho y desgastado, y unas vans.

Básicamente mi guardarropas consistía en converse, botas de combate, vans, suéters anchos, pantalones desgastados, algunas que otras mallas... ah, claro: las camisas que les robo a Dylan y a Harry. Y ni hablar de mi ropa interior de ositos.

Dejé mi cabello suelto, tomé mis lentes y bajé a la cocina.

La casa era todo un jodido desastre; ya lo acomodaría más tarde.

Tomé unas tostadas con un poco de nutella y me dirigí al sillón de la sala a ver un poco de televisión mientras comía.

Pasaba los canales y no encontraba nada bueno, vaya mierda. Le dí un mordisco a mi tostada y seguí cambiando de canal, uh, estaban dando el miss universo, lo dejé sólo por ver cómo esas chicas se esforzaban tanto para ser perfectas físicamente, cuando lo único que importa es tu intelecto. Esos programas eran épicos para alguien con el humor tan negro como yo.

Repentinamente sonó el teléfono y dí un respingo por la sorpresa, lo tomé y me fijé en la llamada entrante, ¿mamá?

—Hola, ¿que tal el viaje de negocios?— pregunté extrañada mientras le daba otro mordisco a mi tostada.

—Paige, te he dicho que no hables con la boca llena, cariño— reprochó mi madre al otro lado de la línea.

Es que no soy yo, son los demás que se empeñan en hablarme cuando estoy comiendo, aunque la mayoría del tiempo estoy comiendo, así que básicamente es una mala excusa.

Every girl needs a boy bf.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora