Antigio - Capítulo VIII (8)

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El sol todavía estaba escondido cuando me desperté. Mire el reloj y eran las cinco y media de la mañana; apenas había dormido tres horas pero curiosamente me sentía como nuevo. Arreglé un poco la cama y me fui a la cocina a prepararme un café. Rebusqué por los armarios y finalmente lo encontré aunque aún no había conseguido ver el azúcar. ¡Qué más da! Lo importante era que el oscuro caldo avivaría un poco mí adormilado cuerpo.

- ¡Vicente! ¿Qué estás haciendo?

La voz de Emma que se había acercado sigilosamente me sobresaltó.

- No es obvio… Café…

- Ni te imaginas la falta que me hace. No he dormido muy bien. Bueno… a decir verdad no he dormido casi nada.

- Pues tomate una taza y te sentirás mucho mejor. Ya verás… A veces las cosas más simples de la vida son las que más nos llenan.

Se tomó un sorbo de café y dejó la taza sobre la mesa.

- ¡Aghhh! No tiene azúcar.

- Es que no he podido encontrarla.

- Prueba a ver en el armario; justo por encima del horno.

- ¡Aquí está!

- Anda… ponme cucharita y media.

Durante ese momento me había olvidado de nuestra situación. Un pensamiento me absorbió por completo y preguntas ya olvidadas emanaban por todos los rincones de mi cabeza. ¿Qué ocurriría si me hubiera casado en vez de hacerme cura? ¿Cómo sería mi vida con una mujer? ¿Hubiera tenido hijos? Me quedé mirando a Emma pensando en lo hermosa y fuerte que era. Aunque bajó despeinada y con un pijama de cuadros arrugado, tenía una sonrisa que me recordaba las primaveras en Jumilla. A pesar de su tormento, ella seguía sonriendo como si el mundo dependiera de ello.

- Buenos días a todos.

- Buenos días Eduardo, ¿has dormido bien?

- Todo lo que he podido. ¿Qué es lo que huelo? ¿Café?

- Sí, ¿Te apetece una taza?

- Por favor, no me hagas esperar, y con tres de azúcar.

Serví el café al inspector y me senté cerca de él.

- ¿Cuando informaras a tus superiores sobre nuestra situación?

Eduardo, dejó la taza sobre la mesa y agachó la cabeza. Luego cogió su bolígrafo del bolsillo interior de su chaqueta y empezó a darle vueltas.

- No me gusta nada tu reacción.

- Veras… resulta que… me ordenaron que volviéramos y yo… simplemente no estaba de acuerdo. Lo que significa que… estamos solos.

- Pero necesitamos dinero y medios de transporte, por no mencionar el permiso de las autoridades locales para examinar los lugares relacionados con los crímenes y las pruebas.

- Eso… ya lo sé.

- Y que vamos a hacer; esto es una locura. Una cosa es lo que hicimos ayer como caso excepcional y otra muy diferente enfrentarnos continuamente a todo el sistema.

- ¿Por qué es tan diferente? ¿Acaso no es la verdad lo que buscamos? Recuerda que es probable que en algún lugar se esté preparando un acto terrorista con armas químicas y que los únicos que pueden detener ese ataque somos nosotros.

- Creo que estas exagerando.

- ¿A sí? Y porqué el interés del servicio secreto Francés sobre este caso. ¿Pura casualidad? Y a Emma; la vamos a abandonar para no enfrentarnos “al sistema” y salvar nuestras carreras. Eso te ayudaría a sentirte mejor.

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