Antigio - Capítulo XXV (25)

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XXV

            - ¡Dios mío!

- ¿Qué ocurre Vicente?

- El que está sentado en la silla atado de manos y piernas ¿no es el que perseguimos en Ginebra?

Eduardo se acercó a la pantalla para fijarse mejor.

- ¡Sí! Tienes razón. ¡Es él!

Lo que estábamos viendo parecía tan inverosímil como chocante. La cámara, grabando las imágenes desde una posición superior, no se movía ni un milímetro. Sólo se veía una pared sin ventana, el suelo, la esquina inferior de la otra pared y en medio al asesino de Suiza sentado en una silla con los pies atados a sus dos patas y las manos atadas detrás de la espalda. Pasados unos segundos, dos hombres encapuchados entraron colocándose uno delante de él y otro detrás. El que se había puesto delante, quedaba de espaldas a la cámara mientras el otro la tenía de frente. Antes de hacer otra cosa, se giró y asintió con la cabeza. Una señal indicando que ya iba a empezar.

Mi conciencia se removía sabiendo que lo que estaba viendo no era ni legal ni moralmente aceptable pero una parte de mí se negaba a protestar. Era obvio que quizás fuese la única manera de salvar más vidas o por lo menos era lo que quería creer.

El hombre de delante, sin decir nada, le dio un puñetazo en la cara sin ni siquiera formular una pregunta. Con el primer golpe, el asesino de Ginebra se encontraba repentinamente en el suelo junto con la silla, pero no se quejó. Enseguida, le asestó una fuerte patada en el estomago y tranquilamente dio dos pasos hacia atrás. El hombre que permanecía inmutable detrás de él, se agachó y empezó a preguntarle en francés.

- ¡Un momento! Dadle a la pausa.

- ¿Qué ocurre Eduardo?

- No entiendo lo que le ha preguntado. Traduce lo que dicen Emma…

- Ha preguntado – ¿Cómo se llama la víctima de Viena? –

- Vale. Continuemos y por favor tú sigue traduciendo.

El asesino parecía sorprendido al darse cuenta de que sabían donde se cometería el siguiente asesinato pero también arrojó una sonrisita muy sospechosa. Supongo que las personas que sacrifican su vida defendiendo unos ideales se sienten felices al hacerlo.

El hombre de atrás, al no recibir respuesta alguna, le agarró de los brazos con calma y volvió a levantarle colocándole en su postura original. Si dudarlo, el otro se acercó otra vez y de dio un fuerte tirón de pelo.

   - Si no quieres hablar con él tendrás que hablar conmigo. Te aseguro que será mucho peor de lo que te puedas imaginar. ¡Dime quien es la siguiente víctima! ¿Por qué hacéis todo esto? ¿Qué relación hay con las armas químicas del barco Ucraniano?

El asesino no contestaba y se mantenía con la cabeza mirando hacia el suelo esperando ser golpeado de nuevo y no se equivocaba. Recibió tres fuertes golpes en la cabeza, con la palma de la mano abierta, como si el interrogador sólo quisiera irritarle sin hacerle mucho daño. Entonces se alejó otra vez hasta que se apartó del ángulo de la cámara y el hombre tranquilo se acercó a su oreja susurrándole algo.

- No se oye lo que le está diciendo así que no puedo traducirlo.

Nos quedamos mirando a David por si sabía lo que iba a suceder.

- A mi no me miréis. Hay muchos modos de realizar un interrogatorio. Estoy seguro que enseguida nos enteraremos de lo que le ha dicho.

Casi transcurrieron dos minutos cuando el otro hombre volvió a aparecer. En su mano sujetaba una jeringuilla que no dejaba de golpearla con el dedo índice.

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