Antigio - Capítulo XXI (21)

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XXI

- Buenos días Vicente.

- Buenos días Emma ¿Qué tal has dormido?

- Yo bien pero tú no tienes muy buena cara. ¿Te pasa algo?

- Sólo estoy preocupado por si volvemos a fallar. Eso es todo.

- El día aún es largo. No debemos perder la esperanza.

- Tienes razón pero a lo mejor, la siguiente víctima no disponga del día entero.

Mi manera de describir la situación le resulto desalentadora y el enrojecimiento de sus mejillas me dio a entender que sentía avergonzada. De momento me había librado de dar explicaciones sobre mis extrañas visiones aunque sabía que tarde o temprano tendría que mencionárselas.

Instintivamente, giré mi cabeza hacia las escaleras y vi a Eduardo que bajaba murmurando. Por la expresión de su cara diría que no había dormido muy bien. Todos sabíamos que la vida de una persona estaba en juego y el peso del fracaso recaía sobre nuestros hombros.

- ¡En marcha! No hay minuto que perder.

Nos dirigimos de vuelta a la plaza de San Marcos y ocupamos nuevamente nuestros puestos de vigilancia. Era domingo y la gente acudía en masa a visitar la basílica con sus hermosas vistas. Por el contrario, el tiempo, nublado y gris, no auguraba nada bueno. Parecía que de un momento a otro iba a llover, como si la pena de Dios se estuviera concentrando en este hermoso lugar que estaba a punto de ser mancillado por un acto cruel.

No tardamos en llegar y mis dos compañeros no dejaban de caminar de un lado a otro mientras yo me había quedado parado bajo la mirada de los dos gigantes.

- Una extraña combinación de vistas y emociones. ¿No le parece?

- ¿Cómo dice?

Me giré hacia el extraño que sigilosamente se había colocado a mi lado y que con tanta familiaridad me había hablado. De repente, mi sangre se congeló al ver que ese hombre era Pierre; el hombre de negro.

- ¡Yo! Para serle sincero…

- Tranquilícese Padre.

- Me ha cogido por sorpresa.

- Cierto… y a pesar de ello, se ha repuesto con mucha rapidez. No me esperaba esa reacción de un pobre cura de pueblo.

Me quede perplejo pero ya no había marcha atrás. Nos habían descubierto y el poco tiempo que antes disponíamos, desapareció de un plumazo. No sabía qué hacer ante esta situación así que junté mis muñecas y levente los brazos en señal de rendición.

- Por favor. No haga eso Padre.

- Estamos detenidos ¿Cierto?

- Ni mucho menos. Además ¿no estabais aquí esperándome?

- En realidad esperábamos…

- …A otra persona. Eso es porque no sabíais que era a mí a quién estabais esperando.

Mis dos compañeros se habían percatado de la situación y caminaban directamente hacia nosotros con paso firme, como si estuvieran preparándose para pelear. Sólo tardaron unos segundos en ponerse entre Pierre y yo actuando para protegerme.

- Si tienes algún problema, trátalo con nosotros. Somos policías y él sólo es un cura así que sean cuales sean tu intenciones con él no cuentes.

Pierre, arrojó una sonrisa irónica a mis dos defensores y con mucha agilidad, se apartó de ellos.

- Todo lo contrario. Él es más importante que vosotros y debe permanecer involucrado en nuestro asunto.

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