Antigio - Capítulo XX (20)

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XX

El agua caliente de la ducha despejaba el sueño restante acumulado en mi cuerpo. Después de las caminatas de ayer me dolían mucho los pies y lo había dormido muy bien. El vapor, inundaba el pequeño cuarto de baño del hotel haciéndome sentir un gran alivio al esconderme tras el desconcierto de mi ignorancia. Mis compañeros habían depositado demasiada confianza en mí y la tremenda presión que estaba soportando conseguía agotarme.

Los azulejos verdes de las paredes, condensaban la vaporosa agua convirtiéndola en pequeñas lágrimas que resbalaban hacia el suelo. Tenía la sensación de mantener los ojos abiertos pero en realidad mis parpados estaban cerrados con firmeza. Los fluorescentes parpadeaban a mí alrededor, el espejo frente al lavabo se doblaba y la toalla que me había traído me parecía inalcanzable. Las imágenes de las víctimas resaltaban en mi mente, demacradas y corrompidas pretendían luchar contra la enfermiza y oscura naturaleza que reside en todos nosotros. En vano se retorcían queriendo agarrarme mientras desesperadamente intentaba huir de ellos. El agua caliente que caía sobre mi cuerpo, poco a poco se convertía en frío y mi mano era incapaz de alcanzar el grifo para regular la temperatura. Mi mente se sosegó y una luz cegadora apareció en la penumbra de mis pensamientos.

-¿…?

- No te esfuerces Padre.

- ¿Cómo?

- ¿Sigues confuso y asustado?

- ¡No! Ya no… reconozco que me has vuelto a sorprender pero ya sé quién eres…

- ¿Y quién soy?

- Digamos que eres Daniel.

- Muy bien Padre; muy bien…

- Supongo que ahora mismo no estoy aquí. En realidad me encuentro en el suelo de la ducha. ¿Cierto?

- No te preocupes, sólo tienes una pequeña herida en el codo del brazo izquierdo.

- Es un alivio saberlo.

- ¿Por qué no damos un paseo?

- De acuerdo ¿pero a donde?

- ¿Qué tal si regresamos al pasado?

- Yo… prefiero el futuro.

- Ja ja ja… el futuro se manifiesta segundo tras segundo y siempre puede cambiar.

- … Pero siendo tú…

- ¡Si pudiera predecir el futuro, no sería así!

- Supongo que no.

La forma de Daniel aparecía ante mí con asombrosa claridad pero me resultaba lejana y difusa. Las jugarretas de mi subconsciente se podrían traducir en las respuestas que anhelaba y aún así, confundirme o peor aún… volverme loco. La cautela en mis preguntas era primordial, la templanza en mi mente fundamental y recordar todo lo sucedido vital.

La penumbra se convirtió lentamente en un soleado mercado en medio de la nada. Era el tipo de mercado que encontraríamos en Marruecos, Turquía o en general en cualquier país árabe sólo que en su totalidad aparecía muy rudimentario. ¡Quizás nos encontrábamos en Siria! Eso tendría sentido para situar a “Zeus” en mí pantomima mental.

- ¿Alejandro Magno paseaba por estas calles?

Debía formular las preguntas con cuidado recordando lo que se me había revelado la última vez.

- ¡No paseaba! Fíjate en el hombre que anda a caballo orgulloso.

- ¿Es quien me imagino?

- Más bien una representación de él.

- Entonces… ¿Dónde estamos?

- Esa es la pregunta correcta…

- ¿Y cuál es la respuesta?

- La tienes ante tus ojos.

- ¿Todo lo que veo debe estar relacionado con Alejandro Magno?

- ¡No! Pero quizás el tenga un regalo para ti…

            No dejaba de fijarme en todo lo que ocurría a mí alrededor para que no se me escapase ningún detalle. Tímidamente me acerqué hacia esa figura majestuosa que representaba al admirado conquistador aunque su rostro no estaba bien definido y sólo podía distinguir en él ciertos rasgos que ya conocía por sus estatuas.

            - Lamento importunaros majestad.

            La mirada del imponente hombre consiguió intimidarme aunque sabía que no era real.

- ¿Qué es lo que tiene para mí?

- Acércate un poco más.

Agarré las riendas de su caballo mientras él desmontaba y cuando ya pisaba el suelo, me hizo una reverencia. Por supuesto yo le correspondí de inmediato y cuando alargó su brazo con el puño cerrado, mi corazón latió con fuerza. Humildemente, alargué el mío para recibir el regalo que me ofrecía y cuando el obsequio se encontraba en mi poder, se montó rápidamente en su caballo. Levanté la mirada y vi que se dirigía hacia la salida de la ciudad sin mirar hacia atrás.

Me quedé mirando a Daniel con incertidumbre y alivio, pensando que en mis manos se hallaba la respuesta.

- ¿A qué estás esperando?

Abrí la palma de mi mano y la extendí frente a mis ojos.

- ¿Un dátil?

- Piensa de donde proviene cada cosa en tu lengua pero no la confundas con la de los demás.

- ¿Cómo?

El mercado, envolviéndose en un manto de viento y arena, aparecía cada vez más borroso y tenía la sensación de que todos los mercaderes y sus clientes me miraban fijamente. El obsequio de Alejandro Magno había desaparecido de mi mano y todo oscurecía hasta que mi cuerpo volvió a reanimarse gracias al agua de la ducha. Tal y como Daniel me dijo, sólo tenía un rasguño en el codo aparte de un tremendo dolor de cabeza. Me sujeté en los mangos de la ducha y con mucho empeño volví a incorporarme. No estaba muy desorientado; más bien me sentía decepcionado. Había afrontado la situación con valor y determinación pero a pesar de mis esfuerzos, sólo me encontré con un dátil en la mano del cual desconocía su significado.

Habían transcurrido unos pocos minutos desde que me metí en la ducha y ya me encontraba completamente despejado. Me sequé con cuidado de no forzar mi codo y dejé la toalla en el suelo. Decidí que hoy no me iba a afeitar así que me vestí rápidamente y me dirigí al vestíbulo del hotel para encontrarme con mis compañeros. Lo sucedido aún me perturbaba y no conseguía interpretar lo que había visto así que decidí no contarle nada a mis compañeros.

Y no os perdáis la nueva saga “El juicio de los espejos” la primera parte se titula “Las lágrimas de Dios” Una aventura, con toques de ficción y fantasía, que transcurre en varios lugares de la Tierra, y también nos guía a través de batallas históricas y acontecimientos singulares. Próximamente encontraréis más información sobre ella y las presentaciones en mi página WEB: www.alexandercopperwhite.com

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