Antigio - Capítulo XIX (19)

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XIX

            Hoy volvería a ponerme la sotana y aunque ya debería estar acostumbrado a ella, cada vez me pesaba más y más. Saqué de la maleta mi neceser con las cosas de asearme y me fijé en mi vieja Biblia. Posé mi mano sobre ella para averiguar si era capaz de volver a sentir mi pasión por su doctrina pero sólo conseguí un vacío aún mayor. Dudaba, me sentía frustrado y con cada paso que daba mermaba mi interés por las Sagradas Escrituras. No sabía si sería capaz de engañarme a mí mismo durante más tiempo. Estaba claro que el camino de Dios y el mío, con cada atrocidad que veía y con cada obstáculo que me tropezaba, tomaban direcciones diferentes aunque no opuestas. Quizás, al estar lejos de mi pueblo, había dejado de sentir la presión y la necesidad de mis vecinos por un guía espiritual. Fuera lo que fuera yo me sentía libre.

            Mis compañeros, apoyados en la recepción, esperaban a que me acercase para entregar mi llave. Por todas partes predominaban las pequeñas esculturas de cristal y las figuritas de coral rojo. Paredes revestidas de madera, alfombras de terciopelo, lámparas de bronce, todo un exuberante lujo en pleno centro de Venecia. No me cabe la menor duda que constaría un ojo de la cara pero quién era yo para oponerme a la decisión de Emma.  

            - ¿Has dormido bien? 

            - Sí gracias.

            - Me había acostumbrado a verte sin la sotana. Me imagino que te sentirás más cómodo en ella.

            - No estés tan segura de eso.

            Ella me miró sonriendo mientras Eduardo arqueaba las cejas con cierto tono de picardía.

            - Pues hoy encontraremos la forma de remediar eso ¿Te parece?

            - ¿¡Cómo!?

            - Tú sólo déjalo en mis manos.

            - ¿…?

            - Ja ja ja. No hace falta que pongas esa cara.

            No entendía muy bien lo que Emma quería hacer pero tampoco era momento de preocuparse por ello. Tomamos un bocado rápido en el comedor del hotel y nos fuimos a la plaza para organizar la vigilancia. Si fallábamos, nos enteraríamos del paradero de la siguiente víctima por los periódicos y seguramente la información sería falsa.

            Hoy era viernes y en la plaza paseaba mucha más gente que ayer. Ni siquiera era capaz de distinguir bien a las palomas entre la multitud.

            - Dios mío ¿Os dais cuenta que ya es fin de semana?

            - Eso hace que nuestras posibilidades mermen.

            - Con tanta cantidad de gente paseando no creo que seamos capaces de ver a Tom si no es a una distancia relativamente corta.

            - Tranquilos chicos; debemos ser positivos. Pensad que dadas las circunstancias nosotros seremos menos visibles para él y no al revés.

            - Es otra forma de ver las cosas aunque no estoy convencido del todo.

            - Como ya os dije debemos ser positivos. Esperad un momento aquí; enseguida vuelvo.

            Emma se acercó a una tienda de suvenir mientras Eduardo y yo nos preguntábamos qué se le habría ocurrido esta vez. Pasado un rato volvía con unos libros en las manos.

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