XVIII. Las puertas del alma.

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BREATHE GENTLE ― TIZIANO FERRO fT. KELLY ROWLAND.

La conexión de sus miradas era tan mágica e imponente que podía compararse con esa famosa frase hecha "que dos sujetos podían congelar el tiempo"

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La conexión de sus miradas era tan mágica e imponente que podía compararse con esa famosa frase hecha "que dos sujetos podían congelar el tiempo". Los ojos de Arantxa, castaños y muy oscuros, estaban tintados de miedo, ilusión y toques de esperanza. Llevaba inmerso anhelos, deseos, ilusiones. Había decidido avanzar, darle y darse una oportunidad, no quería seguir engañándose a sí misma, y menos cuando él la miraba con tanta ¿Seducción?

El poder de su mirada la derretía, la quemaba, rozaba su cuerpo. Era como el toque de plumas, pero plumas lacerantes que podían encender la piel. Arantxa luchaba por sus sentimientos, muy a la par de su imperioso raciocinio que le decía mil y un cosas, altamente contradictorias, y que ella hacía su mejor esfuerzo por apartarlas de su mente. Había una necesidad inmensa, su cuerpo precisaba amor. Ella necesitaba eso que él le daba; pasión, comprensión, ternura, quizá más adelante pudiera hablar de amor, de eso no podía estar segura, solo tenía la oportunidad de vivir el presente, intentar sepultar el pasado y esperar el futuro.

Era una mujer muy apasionada, entregaba su cuerpo y alma a su profesión, a su día a día. Pero, solo sí misma, sabía toda la capacidad que tenía para amar. Muy a la par de poseer un carácter muy fuerte, cuando Arantxa amaba, lo hacía, no sólo con el corazón sino con el alma. Daba todo y más de sí, no se negaba a experimentar muchos menos a sentir, dejaba su mente y sentidos fluir y viajar a la misma velocidad que la luz; rápido, enérgico y preciso. Y quería volver a vivir eso, por tal motivo, estaba allí, frente a él, dejando que sus manos la tocasen con posesión, permitiendo que sus ojos la devorarán con vehemencia y mucho deseo.

―¡Tigre! ―Gritó alguien desde algún lugar. Su ceño fruncido rompió el momento, así que Juancho besó su frente y habló:

―Ya verás por qué ellos me dicen así ―pronunció cerca de sus labios―. Sinceramente, no soy muy afecto a los apodos, pero lo entendí, y ya no me quejo tanto que me llamen de esa extraña forma. ―Intentaba explicarle, sin embargo, Arantxa entendía cada vez menos. "¿Tigre?", pronunciaba en su mente. Él la tomó de la mano para dar unos dos pasos, abriéndose por el camino y saliendo de la intimidad que los albergaba hacía pocos minutos.

Un hombre mayor, de rasgos muy marcados, con la piel sumamente tostada, de estatura pequeña, venía a paso apurado. Caminaba con un leve cojear apoyado en un bastón de madera, parece que algo le había ocurrido a su pierna derecha, ya que se notaba a leguas el esfuerzo que hacía por flexionarla, flexión que no lograba ni un poco.

Una ancha sonrisa dibujó su cara, ese típico rostro de los nativos mexicanos. Con ojos achinados, cabello liso tan negro como el carbón, y con unas muy marcadas arrugas que circundaban sus ojos, así como su frente, llegó hasta donde estaba la pareja y sin pensar en la chica que tomaba la mano de su joven amigo, lo abrazó con fuerza. Ella al ver el gesto de suprema complicidad, soltó a Juan Ignacio.

Peligrosa Seducción © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora