ÁMAME – ALEXANDRE PIRES
―No vuelvas a hacer eso, nunca más ―espetó con determinación.Juancho giró el rostro y la observó solícito. Estaba de pie, con el bóxer negro cubriendo sus partes íntimas, mirando al frente, a través de los amplios ventanales de la habitación del hotel sin observar nada a la vez.
Después de las intensas emociones y la descarga de sensaciones que compartieron, Arantxa cayó rendida, como la última vez que estuvieron juntos, en ese mismo lugar, a su lado, desnuda en la inmensa cama. Su cuerpo altamente agotado solo toleró dos sorbos de chocolate caliente y se recostó en la cama, el sueño la invadió de inmediato, ni siquiera supo la posición que adoptó en el transcurso de su profundo dormitar, solo sintió los brazos de Juan Ignacio que la abrazaron y como su aliento cálido golpeaba en un vaivén interrumpido y coordinado en su nuca, del resto nada de nada.
El móvil de Arantxa no paraba de sonar, llegaba mensajes, correos, llamadas, en fin, la importante señora Signoret estaba siendo acosada por todos lados. A pesar de haberle disminuido la intensidad del volumen, Juancho no aguantó y justo cuando lo iba a meter en unas de las gavetas, de la mesa de noche, él suyo comenzó a sonar. Antonella estaba acechando por todos los medios posibles.
Se levantó de la cama, para no interrumpir lo plácida que estaba Arantxa, y tras pararse en las puertas de cristal, que daban al balcón, le habló:
―Hola, Antonella ―saludó con notable pereza. Su voz estaba pastosa y lenta, restregaba sus ojos con sus puños, buscando la forma de espantar el sueño de alguna forma.
―Hola, Juan Ignacio. Necesito hablar con Arantxa ―dijo solícita. Juancho frunció el ceño, podía notar que Antonella estaba apresurada por quién sabe qué―. Me la puedes pasar, por favor.
Giró para observar el cuerpo de Arantxa cubierto por una sábana de seda negra. Ya conocía su forma de dormir. Se recostaba en la cama, siempre boca abajo, abrazando una enorme almohada. Muy a pesar de que pudo abrazarla por algunas horas, ella retomó esa posición y se zafó de sus brazos, en algún momento del amanecer. Era tan dominante que hasta eso se notaba cuando dormía, necesitaba su espacio y no permitía que fuese traspasado por nadie. Se acercó a ella y tras ver, que seguía igual de profunda que hacía horas atrás, negó y caminó por el lugar. Buscó café caliente, que ya habían dejado servido en la pequeña mesa del salón anterior a la habitación, y se sirvió una enorme taza.
―Lo siento, Antonella. Está dormida y no la pienso despertar por nada del mundo ―musitó lo más bajo posible tras cruzar la puerta que lo llevaba de nuevo a la habitación.
―Juan Ignacio, esto es serio. Arantxa tiene una reunión a las dos de la tarde y son la una. Necesito hablar con ella ―siguió negando. No lo haría. No la molestaría.
Él había agotado su cuerpo y su mente, hasta llevarla al extremo de las sensaciones. Su diosa había reído, rabiado, llorado, había explotado de buenos orgasmos, le había mostrado verdades, la desnudó más allá del cuerpo, del alma, y él tenía plena conciencia de lo que se sentía, así que no permitiría que nadie, y menos una puta reunión, la sacara de la tranquilidad en la que estaba sumergida. Sabía que estaba mostrando una actitud posesiva, y hasta egoísta. Pero siendo sinceros, a él también lo habían cancelado una reunión y no armó ningún alboroto por ello. Aguantó, algo reticente, una nueva fecha para discutir con la importante señora Signoret su propuesta.
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Peligrosa Seducción ©
Chick-LitArantxa Signoret, una mujer que a sus 32 años es la única dueña de la mayor casa de modas que existe en su ciudad natal. La perfección, dedicación y constancia... tres palabras que repite a diario y que son las bases de la empresa que hoy maneja, c...