Ella amaba el arte y yo la amaba a ella. La conocí así, sencilla,
sin marca alguna en su piel, perplejo por su belleza. Perfecta.
Ella amaba mi arte y yo amaba su piel.
Y poco a poco fué así. Forrándose, dejando que mi arte se derramara en su piel, dejando que mi imaginación volara sobre sí misma. Y pasó. Su arte se volvió mi arte. Ella era un arte.
Era una obra. La más hermosa galería que poseía.
Sus labios me los tatué en toda mi piel, sus manos recorrían mi piel aún no estando juntos, en la misma cama donde toda su arte se clavaba en mi piel. Incógnita.
Ella amaba el arte en su piel y yo amaba cada lunar que tenía, amaba sus clavículas, su piel morena y su irresistible cintura al desnudo. La amaba a ella.
Tatuajes.
Tenía tatuajes en mi piel sin tan siquiera tener una marca. Pues yo amaba la luna y ella mi vista. Amaba su arte.
La llevaba tatuada en mi piel.