¿Qué he hecho? Acurrucada en el sofá lloro desconsoladamente, le he perdido. Le he perdido por culpa de mi estupidez y de mis paranoias. ¡No tengo remedio! «Te lo mereces por no saber controlar tus impulsos, por no saber mantener tu bocaza cerrada, por no saber mantener a tu cerebro a raya—me digo a mí misma—. Has perdido la oportunidad de estar con un hombre que creía que eras el centro de su universo, y que era el centro del tuyo».
Paso la noche recancomiéndome por mi comportamiento y sin parar de llorar. Sin ninguna duda es la peor noche de mi vida, y yo soy la única responsable de ello. Suena la alarma del despertador y la del móvil a la vez, anunciándome que ya es de día, que hay que despertarse, levantarse y funcionar. ¿Cómo voy a hacerlo? No puedo despertarme porque ni siquiera he dormido, no quiero levantarme, quiero quedarme aquí tirada rumiando en silencio mis problemas y no quiero funcionar, no tengo fuerzas para ello. Decido llamar al trabajo para tomarme el día libre, pero entonces recuerdo que en hora y media tengo programada una operación muy importante que no puedo eludir. Ante todo sigo siendo una profesional.
Me ducho, y me seco el pelo delante del espejo. Cuando me miro en él, la evidencia de como he pasado la noche está ahí, en mi rostro, en mis ojos... estos están tan hinchados que parezco un sapo. Un sapo horrible. Pero lo peor está por dentro, donde no se ve, donde me es imposible enmascararlo, porque ese dolor que siento, está tatuado en mi corazón. Me maquillo más de lo habitual, si aparezco con esta cara en la clínica, los pacientes saldrán corriendo. Yo también lo haría, si pudiera no pararía de correr. Igual que Forrest Gump en la película. Ahora mismo huiría de todo, pero así no se solucionan las cosas, ¿verdad? No, a mí no me han enseñado a huir, me han enseñado a enfrentarme a los problemas, a dar la cara. Y eso es lo que voy a hacer.
Lo primero que me encuentro al entrar en la clínica es a mi jefe que está apoyado en el mostrador de la recepción hablando con el anestesista. Intento escabullirme pero no lo consigo.
—Alejandra, ¿vienes de incógnito?—Señala mi atuendo. «Eso es lo que me gustaría—pienso—, ir de incógnito y pasar inadvertida ante el resto del mundo».
—No—contesto seca, espero que se de cuenta de que no tengo muchas ganas de hablar.
—¿Se puede saber por qué llevas gafas de sol dentro de la clínica?
—No he pasado buena noche—decido ser sincera con él—. Y ya sabes que la cara es el espejo del alma.
—¿Mal de amores?
—¿Tan evidente es?
—Sí, ¿quieres hablar de ello? Podemos tomar un café.
—Gracias jefe, pero no tengo tiempo. Tengo que operar en cuarenta minutos y he de prepararme. Pero gracias.
—Si me necesitas, ya sabes donde encontrarme.
—Gracias Marco, estaré bien—me despido con la mano y me encamino a mi consulta.
La operación dura cuatro horas, y gracias a ella, consigo pasar ese tiempo sin pensar en mi portento y en nuestra situación, pero en cuanto pongo un pie fuera del quirófano, las imágenes de la noche anterior se suceden en mi mente una y otra vez sin descanso.
Tomo la comida en mi consulta. No quiero que mis compañeros me vean y me pregunten lo que resulta ser tan evidente. No quiero que nadie sienta lástima por mí. No me lo merezco, todo ha sido culpa mía. El resto del día lo paso como una autómata, como si fuera un robot bien programado. Me he prometido a mí misma que mañana será diferente, y así lo espero.
A pesar de que cuando llego a casa son las seis de la tarde, de que hace un sol de espatarrar y de que aún faltan unas horas para que se haga de noche, bajo todas las persianas de las ventanas y dejo mi casa a oscuras. Así está mi estado de ánimo, negro como la noche. Sería mucho esperar que mi portento me llamara, ¿verdad? Debería llamarlo yo y decirle cuento lo siento. ¿Habrá escuchado el mensaje que dejé ayer en su contestador? Supongo que sí. Estaba disculpándome cuando él apareció hecho una furia, intenté hacerlo de nuevo cuando lo tenía allí, frente a mí, pero no quiso escucharme. ¿Qué debo hacer ahora? ¿Debo seguir mi vida como si nada, o debo intentar recuperarle? Tengo clara la respuesta. Le amo, le amo con todo mi corazón, por eso no puedo perderle. Él es mi media langosta, él me completa, y yo soy el centro de su universo así que, tengo que recuperarle como sea.
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No quería enamorarme y apareciste tú
RomanceAlejandra es una cirujana plástica con muy buena posición social. Su vida es normal y rutinaria hasta que se siente atraída por un chico bastante más joven que ella. Debido a sus prejuicios y al que dirán se resiste a dejarse llevar por esa atracció...