Por fin es viernes. Hoy será la última cena de chicas en mucho tiempo. Estoy algo nerviosa, es como si tuviera el presentimiento de que algo va a suceder. Puede que me sienta así porque se acerca el momento de que Estela se vaya, aún no acabo de creérmelo del todo. Siempre pensé que las tres estaríamos juntas hasta el fin de nuestros días siendo amigas inseparables.
Respiro hondo, estoy frente al espejo terminando de maquillarme, a veces me falta el aire y tengo la sensación de que me voy a ahogar. ¡Estos nervios, van a acabar conmigo! Mi portento está esperándome en el salón. Hoy se ha puesto muy, pero que muy guapo. Lleva una camisa blanca inmaculada con un vaquero azul. El blanco de la camisa, resalta el verde de sus ojos y el moreno de su piel. Se me seca la boca cada vez que le veo acercarse al baño para ver si ya he terminado. Parece que él también está algo nervioso. No ha querido contarme nada de la sorpresa que tiene preparada para mi amiga, pero conociéndolo, seguro que será algo que nos dejará a todos boquiabiertos.
Cuando llegamos al restaurante, Carla y Jorge ya están allí. Nos han reservado una mesa en un comedor privado que mi amiga y yo decoramos rápidamente antes de que llegue Estela. En el centro de la pared, colocamos una pancarta que dice:
«Si alguna vez navegas, por el ancho mar de la vida. Siempre encontrarás puerto, en el corazón de tus amigas». Las dos nos quedamos como bobas contemplando la pancarta y se nos llenan los ojos de lágrimas. Aún nos quedan quince minutos para que aparezca Estela, así que nos ponemos como locas a pegar globos en el resto de las paredes. Cuando todo está listo, volvemos con nuestros chicos que nos están esperando en la barra tomándose algo. En cuanto llegan nuestra amiga y su novio, pasamos al comedor. Cuando ve lo que hemos preparado, se emociona y empieza a llorar como una tonta, y nosotras con ella. Como diría mi abuela, «Vaya tres pates pa'un bancu». Los chicos no dicen nada, esperan pacientemente a que se nos quite la tontería.
Cuando el camarero hace acto de presencia, ya hemos dejado de llorar y estamos más tranquilas. Pedimos los tres platos preferidos de Estela: Pizza xxl de peperoni, fetuccini al pesto y lasaña vegetal. De postre, tiramisú de limón y pasticiani alle fragole ( pastelitos de fresa ). Por último, todos nos tomamos un chupito de limoncelo ( licor de limón ). Un poco más relajados, gracias al vino y al chupito, conseguimos terminar la cena sin derramar más lágrimas.
Mientras mi portento se hace cargo de la cuenta, los demás esperamos fuera. Hace una noche increíble. Cuando Víctor ya está con nosotros, vamos caminando hasta Bacana. Los chicos van delante hablando de fútbol. ¡Hombres! Nosotras en cambio, hablamos de nuestras vidas. De los cambios que se han producido estos meses y sobre todo, del cambio que se ha producido en mí. Yo soy muy consciente de mi cambio, y también sé que se lo debo a Víctor, pero no pensé que mis amigas estuvieran tan alucinadas.
—¿Por qué alucináis tanto con mi cambio? En realidad, todas hemos cambiado.
—Sí, la verdad es que sí. Carla y yo, hemos dado un giro de noventa grados, pero el tuyo Alex, ha sido de ciento ochenta.
—¿En serio? Sé que he cambiado pero... ¿tan evidente es?
—Para las personas que te conocemos bien, sí, es evidente. Antes eras una pija arrogante y muy clasista, y mírate ahora, gracias a tu portento, eres una mujer diferente, con sentimientos de verdad. Ahora te pasas por el forro lo que diga la gente. ¿Creés qué la otra Alex se hubiera puesto con su madre como lo hiciste tú el otro día? Porque yo creo que no.
—Yo opino lo mismo que Carla—las dos me miran.
—Supongo que tenéis razón. Hace unos meses ni siquiera se me había pasado por la cabeza gritarle a mi madre diciéndole las cosas que le dije.
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No quería enamorarme y apareciste tú
Любовные романыAlejandra es una cirujana plástica con muy buena posición social. Su vida es normal y rutinaria hasta que se siente atraída por un chico bastante más joven que ella. Debido a sus prejuicios y al que dirán se resiste a dejarse llevar por esa atracció...