10. Regresó.

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Las sábanas blancas se arremolinaban entre sus piernas mientras acariciaba tiernamente la espalda de LuHan.

Había dormido como los dioses y éstos le habían regalado un precioso ángel de cabellos dorados para que le hiciera soñar con Venus y las olas del mar.

Sonrió por sus pensamientos. No sabía si se merecía tanta felicidad pero lo estaba disfrutando como nunca al lado de su chico.

Su mano viajó lentamente por el brazo del rubio que estaba sobre su pecho, tocando la preciosa piel, deleitándose con su suavidad.

LuHan se removió sobre su cuerpo y hundió más la cabeza en el cuello de su hombre, inhalando ese aroma que tan loco lo tenía. No quería despertar, estaba tan cómodo siendo estrujado por esos cálidos brazos que deseaba quedarse ahí para siempre.

El pelinegro rodeó la estrecha cintura mientras el otro le daba un beso casto en la mejilla.

Luego, movió su cabeza para tenerlo frente a frente y, mientras se encargaba de rozar sus narices, susurró:

—Buenos días, SeHunnie.

Y la forma de decirlo hizo que al mayor se le hinchara el pecho de felicidad. Tener un despertar como ese todas sus mañanas sería el motor para empezar cada día.

Sonrió una vez más, casi sobre los labios del otro y no se resistió. Tumbó a LuHan sobre su espalda, ahora quedando él sobre el frágil y celestial cuerpo.

—Buenos días, mi amor. —respondió aún con la sonrisa pintada en la cara mientras dejaba un corto beso en la frente del rubio.

LuHan se mordió el labio inferior al sentir la dureza del otro rozar ligeramente la suya. Sus ojos subieron desde la barbilla de SeHun hasta quedarse viendo fijamente las perlas negras que le devolvían la mirada con cariño.

—Estás duro... —susurró el rubio con la voz grave, moviendo sus caderas.

—Tú también lo estás, cariño. —contestó mientras acariciaba el muslo de LuHan y se impulsaba hacia adelante, haciendo chocar sus caderas, logrando arrancar un gemido de los labios del chico.

Le besó el mentón y bajó lentamente por su garganta, llegando hasta su pecho y metió uno de los rosados botones en su boca, lamiéndolo y finalmente, dándole un suave mordisco que hizo que el rubio cerrara sus ojos y arqueara su espalda.

—Hazme el amor... —susurró y SeHun sonrió ante la petición.

—Ahora no.

—¿Qué? —preguntó LuHan un poco incrédulo.

SeHun no respondió y por más que quisiera enterrarse en ese cuerpo debía negarse.

Había tantas cosas que hacer y muy poco tiempo. Necesitaba trasladar las pertenencias de LuHan a su casa ese mismo día para poder respirar con tranquilidad.

—Ve a bañarte. —ordenó como era costumbre.

LuHan lo miró con el ceño fruncido. Su papi se había negado a hacerle el amor y eso no le estaba gustando. Más bien, le dejaba un mal sabor de boca.

Bien, tendría que ocuparse de su erección por sí mismo.

Molesto, se levantó de la cama y, sin importarle dejar a SeHun en pelotas tomó la sábana y cubrió su anatomía. Sabía perfectamente que el pelinegro odiaba que cubriera su cuerpo, no era tonto, lo había notado. Por algo le pedía que durmieran desnudos además de que le encantaba acariciar su piel o, en su defecto, meterle mano.

—Quítate la sábana. —habló SeHun con voz autoritaria.

—No. —contestó el rubio, desafiándolo.

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