Alicia y el Doctor

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Alicia.- ¡No! ¡No quiero morir. . ., no quiero morir!. . . (Al ver al Doctor, que acude a ella.) ¡Paso! ¡Déjeme salir de aquí!

Doctor.- Calma, muchacha. ¿Adónde va usted?

Alicia.- No sé: ¡al aire libre!. . ., ¡a la vida otra vez!. . .
¡Déjeme! (Volviéndose sobresaltada.) ¿Quién anda ahí?

Doctor.- Nadie.

Alicia.- He visto una sombra la he oído reír. . .

Doctor.- Vamos, vamos, alucinaciones.

Alicia ( empieza a sentirse aliviada. Se pasa una mano por la frente).- ¿Quién es usted?

Doctor.- El Doctor Roda, director de la casa. Tranquilícese.

Alicia.- ¿Por qué hacen ustedes esto? Esos árboles extraños, con cuerdas colgadas, esa música invisible, esa Galería negra que da vueltas y vueltas. . . ¡Es horrible!

Doctor.- No lo crea. Está usted dominada por un miedo pueril. Pero le aseguro que nada de eso es verdad. ¿Quiere usted volver conmigo?

Alicia.- ¡No! ¡Volver, no! Quiero salir de aquí.

Doctor.- Nadie la detiene, No sé quién es usted, ni por dónde ha entrado, ni por qué ha venido aquí; pero no importa. Ahí está el parque; bordeando el lago saldrá a la carretera; al otro lado de las montañas se ve, lejos, la ciudad.
Es usted libre.

Alicia (con una amargura infinita).- La ciudad. . . La ciudad otra vez. . . (Se deja caer llorando en un asiento. El Doctor la contempla, conmovido. Pausa.)

Doctor.- ¿Por qué ha venido aquí? ¿Sabe usted dónde está?

Alicia.- Sí, fue un momento de desesperación. Había oído hablar de una casa de suicidas, y no podía más. El hambre. . ., la soledad. . .

Doctor.- ¿Ha vivido siempre sola?

Alicia.- Siempre. Nunca he conocido amigos, ni hermanos, ni amor.

Doctor.- ¿Trabajaba usted?

Alicia.- Más de lo que podía resistir. ¡Y en tantas cosas!
Primero fui enfermera: pero no servia: les tomaba demasiado cariño a mis enfermos, ponía toda mi alma en ellos. Y era tan amargo después verlos morir. . . o verlos curar, y marchar, también para siempre.

Doctor.- ¿No volvió a ver a ninguno?
Alicia.- A ninguno. La salud es demasiado egoísta. Sólo uno me escribió una vez, pero ¡desde tan lejos! Había ido al Canadá, a cortar árboles para hacerse una casa. . . y meterse dentro con otra mujer.

Doctor.- ¿Qué fue lo que la decidió a venir aquí?

Alicia.- Fue anoche. No podía más. Estaba sin trabajo hacía quince días. Tenía hambre: un hambre dolorosa y sucia; un hambre tan cruel que me producía vómitos. En una calle oscura me asaltó un hombre; me dijo una grosería atroz enseñándome una moneda. . . Y era tan brutal aquello que yo rompí a reír como una loca, hasta que caí sin fuerzas en el asfalto, llorando de asco, de vergüenza, de hambre insultada. . .

Doctor.- Comprendo.

Alicia.- No, no lo comprende usted. Aquí entre los árboles y las montañas, no pueden comprenderse esas cosas. El hambre y la soledad verdadera sólo existen en la ciudad.
¡Allí sí que se siente uno solo entre millones de seres indiferentes y de ventanas iluminadas! ¡Allí sí que se sabe lo que es el hambre, delante de los escaparates y los restaurantes de lujo!. . . Yo he sido modelo en una casa de modas.
Nunca había sabido hasta entonces lo triste que es después dormir en una casa fría, desnuda de cien vestidos, y con los dedos llenos de recuerdos de pieles.

Doctor.- Espero que no sea la envidia del lujo lo que ha causado su desesperación.

Alicia.- Oh, no. Nunca le he pedido demasiado a la vida. ¡Pero es que la vida no ha querido darme nada! Al hambre se la vence; ya la he vencido otras veces. Pero. . . ¿Y la soledad? ¿Sabe usted por qué he venido aquí?

Doctor.- Eso es lo que no acabo de comprender.

Alicia.- Es natural; en un momento de desesperación, una se mata en cualquier parte. Pero yo, que he vivido siempre sola, ¡no quería morir sola también! ¿Lo entiende ahora? Pensé que en este refugio encontraría otros desdichados dispuestos a morir, y que alguno me tendería su mano. . . Y llegué a soñar como una felicidad con esta locura de morir abrazada a alguien; de entrar al fin en una vida nueva con un compañero de viaje. Es una idea ridícula ¿verdad?

Doctor (interesado).- De ninguna manera. ¿Trató usted de buscar un compañero?

Alicia.- ¿Para qué? Cuando llegué aquí ya no sentía más que el miedo. Me perdí por esas galerías, me pareció ver una sombra extraña que me buscaba. . . y eché a correr, gritando, hacia la luz. Fue como una llamada de toda mi sangre. Entonces comprendí mi tremenda equivocación; venía huyendo de la soledad. . . y la muerte es la soledad absoluta.

Doctor.- Magnífico, muchacha. Su juventud la ha salvado.
Usted ya no me necesita, pero acaso yo la necesite a usted. Dígame, ¿tiene mucho interés en volver a esa ciudad donde nadie la espera?

Alicia.- ¿Adónde voy a ir?

Doctor.- ¿Querría usted quedarse en esta casa?

Alicia (con miedo aún).- ¡Aquí!

Doctor.- No tenga miedo. Aparentemente esto es más que un extravagante Club de suicidas. Pero, en el fondo, intenta ser un sanatorio. Usted, que sólo le pide a la vida una mano amiga y un rincón caliente, tiene mucho que enseñar aquí a otros que tienen la fortuna y el amor, y se creen desgraciados. Ayúdenos usted a salvarlos.

Alicia.- Pero, ¿qué puedo hacer yo?

Doctor.- Usted ha curado heridos; sea aquí nuestra enfermera de almas. Ya hablaremos. Por lo tanto, olvide su desesperación de anoche. Mi mesa ésta siempre dispuesta. ¿Quiere aceptar también mi mano de amigo?

Alicia (estrechándola conmovida).- Gracias. . .

Doctor.- Por aquí. Y no pierda su fe. No le pida nunca nada a la vida. Espere. . . y algún día la vida le dará una sorpresa maravillosa. (Sale con ella. La escena sola un momento.)

(Estalla fuera una risa de mujer. Entra corriendo Chole: una juventud impetuosa y sana. Asomada a la verja, llama con el grito jubiloso de los montañeros.)

Chole.- ¡Ohoh! (Abre la verja de par en par. Penetra en escena. Mira agradablemente sorprendida en torno, y vuelve a llamar hacia el exterior.) ¡Ohoh! (Contesta, fuera, la voz de Fernando.)
Voz.- ¡Ohoh!
(Entra Fernando, joven también, alegre y decidido como ella. Traje de viaje, equipaje de mano, cámara fotográfica en bandolera.)

Prohibido🚫 Suicidarse🔫 En Primavera🐦Donde viven las historias. Descúbrelo ahora