Fernando. - Ah, las mujeres. He podido matarme por alcanzarla, y nada. Pero la rosa se deshoja. . ., ¡Pobre rosa!
Doctor. - No parece muy feliz con su día de campo.
Fernando. - Decididamente soy un salvaje urbano.
Doctor. - Ese aire cargado de manzanillas, ese bosque de abetos, esas crestas de nieve, ¿no le han dicho nada?
Fernando. - Nada. Es lo mismo que le ha ocurrido a ese monte el año anterior y el otro, y hace cuarenta siglos. Ni un atrevimiento, ni una originalidad. El crepúsculo, la primavera, la caída de las hojas. . . ¡Siempre los mismos trucos!
Doctor. - A usted le gustaría una naturaleza anárquica, llena de sorpresas.
Fernando. - ¡Con imaginación! Ah, si no le ayudáramos nosotros. . . Ella produce todos los alimentos; pero todos crudos. Y no digamos ya que no se le haya ocurrido inventar el ascensor, la máquina de escribir, el simple tornillo. ¡Es que ha tenido a su cargo los árboles desde el principio del mundo, y no se le ha ocurrido ni pensar en el injerto! Ya me gustaría ver a esa pobre Naturaleza ingresar a un periódico.
Doctor. - Y sin embargo, la Naturaleza es más de la mitad del arte.
Fernando. - Eso sí; literariamente no tengo nada que reprocharle. El paisaje agreste es el ambiente natural de las cabras y de los poetas. Pero periodísticamente, no tiene la menor emoción. Sólo el hombre interesa. (Entra Hans.)
Doctor. - ¿Alguna novedad, Hans?
Hans. - Ninguna. El profesor de Filosofía se ha tirado al estanque, como todas las mañanas. Y ha vuelto a salir nadando, como todas las mañanas también. Se está secando.
Doctor. - ¿El empleado de banca?
Hans. - En la alameda de Werther. Le sigue contando la historia de Cora Yako a todo el mundo. Nadie se la cree, y llora al atardecer.
Doctor. - ¿Y la señora del pabellón verde?
Hans. - ¿ La Dama Triste? No sé qué le ocurre; desde hace tres días se niega sistemáticamente a comer. (Fernando ríe recordando.)
Doctor. - Hay que evitar eso a todo trance.
Hans. - Ya lo he intentado. Le he insistido: Señora, que esto no puede ser; por la seriedad de la casa. . . Un vaso de leche, un trocito de ternera. . . En cuanto le he dicho eso se puso a llorar como un caíman. No lo entiendo.
Fernando. - Yo sí.
Hans. - Parece como si quisiera morirse de hambre. ¡ Y decía que buscaba un procedimiento original! No lo entiendo.
(Severo a Fernando.) ¿Se ríe usted? ¡Yo, no!Doctor. - No está de muy buen humor hoy, Hans.
Hans. - Perdóneme el doctor, pero hay cosas que no van a mi carácter. Yo soy un hombre serio. He venido a una casa sería. A cumplir una función sería. Y desde hace unos días esto no marcha.
Fernando. - ¿Desde que llegamos nosotros?
Hans. - Exactamente. ¿Por qué se ría usted? Nadie se había reído nunca aquí. La señorita Chole se ha estado riendo también toda la mañana. Y todo se contagia: al profesor de Filosofía yo lo he sorprendido anoche silbando el "Danubio Azul". ¿Adónde vamos a parar?
Doctor. - Calma, Hans. Todo llegará.
Hans (Sin gran fe). - Esperemos. (Va a salir. Se detiene aterrado.) Oh, doctor. . . ¡Los cuadros!
Doctor. - Ha sido idea de la señorita Chole. Los otros le parecían demasiado sombríos.
Hans. - pero estaban en su casa. Aquel Senéca desangrándose era de una serenidad alentadora. ¡Aquel Larra desmelenado y romántico! (Se queda contemplando el Botticelli con un desprecio infinito.) ¡La primavera! ¡Que tendrá que hacer aquí la primavera! No es serio esto. No es serio. . . (Sale.)
Fernando. - Es un tipo curioso su ayudante.
Doctor. - Mutilado de la Gran Guerra.
Fernando. - ¿Mutilado?
Doctor. - Sí, del alma. La guerra deja marcados a todos; a los que caen y a los que se salvan. Ese hombre tenía una cervecería en una aldea de Lieja. Era un muchacho alegre, cantaba las viejas canciones; tenía amigos, hijos y mujer. Durante la guerra sirvió cuatro años en un hospital de sangre. ¡Cuatro años viendo y palpando la muerte a todas horas! Después del armisticio, cuando volvió a su tierra, sus amigos, su mujer y sus hijos habían desaparecido. Y la cervecería también. Y el sitio de la cervecería. Hans era un hombre acabado. Ya no servía más que para rodar a la Muerte. Anduvo buscando trabajo por sanatorios y hospitales, y así vino a dar aquí. Y no sé si lo tengo como ayudante o como enfermo.
Fernando. (entusiasmado, echando mano a su cuaderno). - ¡Pero eso está muy bien! ¿Cómo no me lo había contado antes?
Doctor. - Interés periodístico, ¿verdad? Escriba. Y cuando termine, venga a buscarme a mi despacho. A usted, hombre feliz, tengo otra historia que contarle. Una historia de dos hermanos. . . que acaso le interese más. Escriba, escriba.
(Sale. Fernando, a solas, toma sus notas.)Fernando. - "El enamorado de la Muerte. . . Lieja. . ., cervecería. . ., 1914. . . (Entra Cora Yako, espléndida mujer, sin edad, espectacular y trivial. Mira curiosa a su alrededor. Después avanza hacia Fernando.)
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Prohibido🚫 Suicidarse🔫 En Primavera🐦
RandomEste libro relata el sentido de que el suicidio, es una salida falsa que toman aquellas personas que se hunden en un mar de desesperanza sin rumbo.