Acto Tercero

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En el mismo lugar, al día siguiente. Es el primer día de la primavera. Luz Fuerte de mañana. Se oye en el jardín el "Himno a la Naturaleza" de Beethoven, mientras va subiendo el telón, lentamente. Alicia, inmóvil en el umbral del fondo, escucha. Entra Chole, fatigada y débil. Alicia va a acudir a ella. Chole le hace un gesto de silencio. Y escuchan las dos hasta que el himno termina.

Chole. - ¿Qué música era ésa, Alicia? ¿Beethoven?

Alicia. - El "Himno a la Naturaleza".

Chole. - Qué solemnidad tiene. Y qué sensación de consuelo, de serenidad. Parece un canto religioso.

Alicia. - Si, el doctor me lo ha explicado. Beethoven quiso cantar en esos acordes de la primera primavera del mundo; la emoción religiosa del hombre ante el despertar de la Naturaleza. Un canto de vida y de fecundidad.

Chole. - Y de esperanza.

Alicia. - También. El maestro Ariel lo hacía tocar siempre que se sentía a tormentado por la idea de su destino. Y siempre también como deber, al llegar el día de hoy.

Chole. - ¡Hoy! ¿pues qué día es hoy?

Alicia. - ¡Es el primer día de la primavera! (Pausa.)  ¿Estás mejor?

Chole. - ¡Sí no ha sido nada! ¿Y tú, Alicia? ¿Te pasa algo a ti? Tienes los ojos muy cansados.

Alicia. - No he podido dormir en toda la noche.

Chole. - ¿Por mi?

Alicia. - Por ti. Tú eras la risa, el amor, la juventud. . . ¡Pensar que todo eso ha podido desaparecer en un momento!
Cuando te vi con los ojos y las manos apretados, tan fría y tan blanca. . .

Chole (angustiada por el recuerdo). - ¡Calla!

Alicia. - No podía creerlo; se me rebelaba el corazón y me dolía como si me lo estrujaran.

Chole. - ¿Por qué te lo dijeron?

Alicia. - No me lo dijo nadie; lo vi. Yo estaba buscando tréboles a la orilla cuando te caíste.

Chole. - . . . ¿Y por qué dices "cuando te caiste"?

Alicia. - Porque fue así. ¡No pudo ser de otra manera, Chole!
Tú venias andando por la orilla, con los ojos altos. Creía que venias a buscarme. Y de pronto diste un grito. . ., resbalaste en la yerba. . . ¿Verdad que fue así, Chole?

Chole ( le aprieta las manos con gratitud). - Sí. . ., así fue.

Alicia. - Al oír aquel grito, yo me quedé sin sangre, quieta, como si estuviera atada. ¡Tú estabas allí, a mi lado, luchando con la muerte, y yo no podía moverme! Fue entonces cuando llegó él.

Chole. - Él. . . ¿Tú le viste?

Alicia. - Sí.

Chole. - Dime, Alicia, hay una cosa que necesito saber. .

Alicia. - Di. .

Chole. - Quería saber. . . (Se detiene con miedo.) No, no me digas nada. Tengo miedo a que no sea.

Alicia. - ¿Qué?

Chole. - Nada. ( Desvía el tono y le pregunta.) ¿Qué libro llevas ahí?

Alicia. - Los poemas de Tennyson. Son para el viejo, ¿te acuerdas? Para el Padre de la otra Alicia. Me está esperando.

Chole. - ¿Está más tranquilo?

Alicia. - Cuando leemos, si.

Chole. - ¿Habláis?

Alicia. - A veces; muy poco, muy bajito. . . Ya se va acostumbrando a mi voz.

Chole. - Ve con él; no le hagas esperar más.

Alicia. - ¿No me necesitas?

Chole. - Te necesita él.
( Entra el Doctor, trae un ramo de flores. Alicia sale.)

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