Padre. - Perdón. . . ¿El doctor Roda?. . .
Doctor. - A sus órdenes.
Padre. - Tengo algo que pedirle. . . Algo muy íntimo, muy difícil. . . Pero necesario.
Chole. - ¿Estorbo?
Doctor. - De ningún modo. La señorita es persona de mi absoluta confianza.
Padre. - Doctor. . .
Doctor. - Diga.
Padre. - Doctor. . . ¡Hágame usted morir!
Doctor. - ¿Yo?
Padre. - Sí. . ., comprendo que es una petición extraña. Pero es que usted no sabe. . . Yo también soy médico. He pedido esto a otros compañeros; todos me compadecen, pero ninguno ha querido ayudarme. ¡Usted puede hacerlo!
Por compasión, doctor. También yo lo he hecho una vez.
¡Le juro que es absolutamente necesario!Doctor. - ¿Por qué?
Padre. - Porque es monstruoso seguir viviendo así. Nunca he tenido grandes motivos para desear la vida. Pero antes la tenia a ella. Tenía un deber: unos ojos y una voz que me necesitaban.
Doctor. - ¿Quien era ella?
Padre. - Era mi hija. . . Estaba paralítica desde la niñez. Tendida siempre en una hamaca. Nada se movía en su cuerpo: sólo los ojos. . . y aquella voz de música, que era una vida eterna. Yo le leía los poemas de Tennyson; ella me escuchaba mirándome. Y hablábamos a veces. . . muy poco, muy bajito pero bastante para los dos. Hasta que un día yo empecé a sentirme enfermo. No podía engañarme; era uno de esos males lentos y seguros, que no perdonan.
Entonces sólo sentí el terror de dejarla sola. ¡Pobre carne quieta! ¿Que iba a ser su vida sin mí? No pude resignarme a esta idea. Tenia a mi alcance la morfina. . . Y la fui durmiendo suavemente. . . Sin dolor. . . hasta que no despertó más. ¿Comprenden ustedes? Era mi hija y mi vida.
La he matado yo mismo. ¡Y yo estoy todavía aquí! Estoy sintiendo con espanto que mi mal se aleja, que acabaré por curarme. . . Y no tengo fuerzas para acabar conmigo. . .
¡Cobarde. . ., cobarde!
(Cae desfallecido en un asiento. Pausa. El Doctor aprieta angustiado las manos a Chole.)Doctor. - Sí, la vida es un deber. Pero es, a veces, un deber bien penoso.
Chole (llama en voz alta). - ¡Alicia!
Padre. - (Sobresaltado). - ¡Alicia! ¿Quién se llama aquí Alicia?
Chole. - Es nuestra enfermera.
Padre. - . . . También ella se llamaba Alicia.
(Entra Alicia. Trae un libro bajo el brazo. El Padre avanza lento hacia ella, mirándola con una intensa emoción.)
Es extraordinario. . ., cómo se parecen. . . Los mismos ojos; pero en "ella" más tristes. Permitame. . . Las mismas manos. (Amargo como si fuera una injusticia.) Pero éstas están sanas, calientes. . . ¿Y la voz? ¿Quiere usted decir algo, señorita?Alicia (Sin saber qué decir, sonriendo). - Gracias. . .
Padre. - Ah. . ., no. . . La voz, no. Perdone; tiene usted una voz muy agradable. Pero ella. . ., cuando ella decía "gracias", todo callaba alrededor. ¿Qué leía usted?. . . Versos. . . ¿Conoce los poemas de Tennyson? Si no le molesta, yo se los leeré en voz alta. ¿Puede ser, doctor?. . . En el jardín, ¿quiere? Usted, tendida en una hamaca, quieta; yo a su lado. . . ¿Me permite que la trate de tú?
Alicia. - Se lo agradezco.
Padre. - No. . ., míreme si quiere. . . Pero hablar, no. . . No digas nada. . . Alicia. ¡Alicia! (Sale con ella.)
Doctor. - ¿Cree que podremos salvarle?
Chole. - Me parece que está salvado ya. (Pausa. Se oye fuera el grito montañero de Fernando.)
La voz. - ¡Ohoh!
Chole. - ¡Ohoh! (Corriendo a él, al verle aparecer.) ¡Capitán!
Fernando. - ¡Timonel! Perdón, doctor. (La besa en los labios.)
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Prohibido🚫 Suicidarse🔫 En Primavera🐦
RandomEste libro relata el sentido de que el suicidio, es una salida falsa que toman aquellas personas que se hunden en un mar de desesperanza sin rumbo.