Capítulo 1.

3.4K 94 23
                                    

Podría decirse que estoy acostumbrada a las mudanzas. El trabajo de mi madre como azafata le ha permitido viajar a un montón de destinos, algunos de los cuáles se ha enamorado perdidamente. Hemos ido conociendo durante nuestra vida decenas de ciudades europeas, los cuatro. Mi padre, importante juez, muy respetado en el continente; mi madre, auxiliar de vuelos encantada con su trabajo y mi hermana Raquel. Raquel es dos años más pequeña que yo, ella tiene 16 y estudia en un instituto de la última ciudad en la que vivíamos los cuatro juntos, Barcelona. Ella estaba enamorada de España, pues nació cuando nos mudamos a Madrid, y allí pasó sus primeros años de vida. Era cabezota y peleábamos, pero iba a echar de menos nuestras charlas hasta la madrugada y limpiarle las lágrimas cada vez que alguien la hacía llorar y pasaba una mala semana. La echaría de menos porque me mudaría sola, a mi ciudad natal: Los Ángeles.

Mis padres se conocieron en una playa de Los Ángeles, una noche de fiesta en la que piensas que no vas a enamorarte ni mucho menos. Sus miradas se atrajeron rápidamente, y como era de esperar, siguieron quedando y quedando. Dos años después, en 1998, vine yo al mundo, poco antes de mudarnos a Madrid. Mi padre, por amor, ha seguido a mi madre por todas y cada una de las ciudades en las que ella quería alejarse. Después de tanto viaje, le perdí el miedo a volar. Pero ahora sí sentía miedo.

Mi nombre aparecía en el número 1 de las listas de graduados en mi instituto. Había estudiado durante años duramente para pelear por una beca importante que me impulsara a una vida independiente, a un cambio de aires que tanto necesitaba después de estar ahogada con los estudios tanto tiempo. Desarrollé mi amor por la literatura y escribía varias redacciones y artículos para la revista del instituto. Y comencé a escribir y a presentar a concursos literarios, cosa que también mejoró mi media del curso. Decidí que quería estudiar derecho. Y no, no es que mis padres me hayan obligado, ya que mi padre realizó esa carrera. Ellos me dejaron elegir libremente, y yo sabía que eso era lo que quería hacer. Los maestros del colegio me elogiaron, sabiendo que llegaría a obtener tanto reconocimiento como mi padre pero yo no estoy segura de que llegara a ser la nueva abogada o jueza Miller. Me daba miedo la Universidad.

Miré el reloj, y rodé los ojos sorprendiéndome de que aún quedaba una hora de vuelo, el tiempo se me estaba haciendo eterno. Por un momento sentí miedo al estar consciente de mi lejanía de Barcelona. Tenía que hacerlo. Pero no solo por la carrera, si no por el baile. El baile era uno de mis hobbies secretos. Y aquí había una academia que me podía llevar a avanzar más en el terreno artístico, sin mencionar las múltiples oportunidades de pruebas y castings para videoclips.

Pensé en Lea por un momento. Mi mejor amiga del instituto en Barcelona, la mejor persona que he conocido. Los mejores consejos los había recibido de su parte. Nos despedimos en el aeropuerto, y recuerdo sus últimas palabras al subir al avión.

-Miranda, déjate llevar. No tengas miedo, disfruta, haz amigos, estudia, vive. Ama, Miri.

Ama. Amor. Una palabra que no existía en mi vocaluario. Sólo una vez en mi vida me había enamorado, y fue en uno de estos últimos años de instituto. Si no recuerdo mal, en el antepenúltimo. Y él había sido una de esas personas a la que tuve que dejar atrás para montar en este avión, pero no me importaba. Sufrí mucho por su culpa, y no me parecía justo haber llorado por él ni un segundo más.

El viaje me empezó a resultar exasperante, por lo que decidí ir al baño y lavarme la cara, para así apaciguar el dolor de cabeza. De camino hacía allí, pasé al lado de varios asientos en los que se encontraban personas con cámaras, grabadoras y libretas, por los que supuse que eran periodistas. Miraban hacia cuatro chicos que estaban riéndose y haciendo boberías. Supuse de inmediato que serían modelos o algo sin importancia. Ignorante de mí...

Entré al baño y cerré la puerta tras de mí. Me apoyé en ella y suspiré. Abrí el grifo y mojé mi cara y mi nuca. Sonreí autoconvenciendome de que esta decisión que había tomado era la mejor, aunque estaba dudándolo por segundos.

Tan mía (con Logan Henderson)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora