Lo que oculta el pianista

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Aquella redada les había parecido como todas las demás. Un strain problemático había comenzado a causar estragos por la ciudad y la unidad especial de Scepter 4 al completo lo perseguía. Este caso era especialmente peligroso pero eso dejó de importarle una vez fue atrapado en los pasillos de una enorme mansión de estilo victoriano. A Saruhiko aquella casa se le hacía familiar. Desde que puso un pie dentro, una serie de escalofríos habían recorrido su espalda de arriba a abajo, como si de pícaras hormigas se tratasen.

En cuanto pudo, el tercero al mando se deshizo del resto de la unidad, de la teniente y de su rey, para comenzar a buscar él solo. Recorrió aquellos pasillos en los que tantos recuerdos se hallaban escondidos, rememorando. Le quitó el polvo a sus remembranzas al tiempo que sus botas levantaban el del suelo por el que pasaba. Con la mano apoyada firme y temblorosa en la empuñadura de la espada, su corazón latía lentamente. Muchas veces pensaba que sus pulsaciones se habían detenido, para luego recibir un fuerte golpe en el pecho, como un molesto recordatorio de que la sangre seguía en movimiento. Internamente se preguntaba si aquel sería el lugar que dominaba sus sueños -y no los más agradables- o si simplemente se estaba volviendo tan loco como su padre.

Por cada cuarto que pisaba, sentía que su cuerpo conocía el lugar mas su mente no lo hacía. Sus ojos recorrían las paredes y los cuadros sin encontrar los colores de su infancia. Sólo cuando un décimo de su confianza habitual volvió a su cuerpo, sustituyendo a los escalofríos en cierta medida, se atrevió a rozar con los dedos el papel de las paredes. No rememoraba una textura tan suave ni tan cálida. En cierto sentido incluso podría ser acogedora.

Sin saber cómo llegó a una habitación. No se parecía a ninguna de las anteriores y de esta no había ni rastro en su cerebro. Era tan luminosa que parecía querer burlarse del resto de la mansión con cierta elegante crueldad. Por los amplios ventanales de raídas cortinas la luz se filtraba, inundando toda la estancia. Quizá era la suciedad, el polvo, o las telas hechas tiras lo que le conferían ese toque de desastrosa belleza. De la dejadez presente en todo el cuarto sólo se salvaba lo que podría haber sido el único mueble de la sala. Sin embargo, era y no era tal cosa, contaba con bastante más profundidad que una simple pieza del mobiliario. Era un piano negro de cola. Un instrumento enorme, brillante, lustroso y bien cuidado que encendió un interruptor en su cerebro.

Automáticamente su mano dejó el arma mientras se dirigía casi corriendo hacia el piano. La persecución, su trabajo y el strain habían dejado de importarle. Sólo era capaz de ver y de pensar en esas teclas blancas y negras ante él. Lo llamaban. Querían ser pulsadas. Del instrumento emanaba un aura de nostalgia, un deseo insano y triste, la necesidad de volver a crear música. El alma de Saruhiko pareció sincronizarse con la del piano, sintiendo las ansias de volver a tocar, sintiendo sus recuerdos desbocarse. Sintiendo los impulsos que hacía demasiado tiempo que no sentía renacer en su pecho.

Una vez estuvo al lado del piano se dio cuenta de que sus manos temblaban. Nunca le había pasado algo similar, claro que tampoco pensó nunca que tendría la oportunidad de volver a tocar el piano. Dudoso, sus dedos trataron de pulsar las teclas. En un principio únicamente fue capaz de rozarlas, antes de presionar una. El grave tono llenó el absoluto silencio de la mansión y de la habitación. Con esa nota empezaba una tonada que muchas veces había tocado en su infancia. Con lentitud pulsó otra, y luego otra más, convirtiendo las notas aisladas en una melancólica canción de piano. Y sin poder resistirse, se sentó en la banqueta para comenzar a tocar de verdad.

Cuando sus diez dedos se encontraron situados, el verdadero concierto empezó. Las notas comenzaron a sonar en perfecta armonía. La estancia se llenó de música, de una canción que sólo Saruhiko podía tocar. Triste, evocaba dolor y nostalgia. Trataba únicamente con teclas de crear un canto que le acompañase. La melodía estaba llena de esperanzas mudas, de deseos que no se atrevía a contar. Cada nota rebotaba sobre las paredes y volvía al instrumento, queriendo presionar otra distinta para complementar los dedos del muchacho. Algunas en vez de hacer eso se escapaban, llenando toda la mansión con su melodía. Fushimi no era consciente de aquellas cobardes -o quizá valientes- que le abandonaban en pos de otras salas inexploradas y otros oídos aún vírgenes. Había cerrado los ojos y sus dedos se movían por mero instinto y memoria. Cada nota seguía a la anterior en procesión, con una armonía impecable. Incluso el suave balanceo de su cuerpo era perfecto. Sus manos se movían con rapidez y delicadeza a lo largo de todo el teclado. No se detenían más de lo necesario, pues Fushimi sentía que su memoria se resquebrajaría si se atrevía a parar. Tampoco presionaban con excesiva fuerza. Las notas de su tonada eran suaves y sutiles, nada brusco ni impactante. La melodía en la que él era maestro, aquella con la que había tratado de ganarse un único halago de su padre, no necesitaba de dichos matices. Aunque quizá de haberlos tenido habría contado con más éxito de niño, aquella era su canción, su triste sonata. Nada ni nadie podía cambiar eso. El que escuchase aquella canción estaría escuchando la más desesperada súplica de su alma.

Baile de Colores [K Project One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora