Princesa carmesí [MikoAnna]

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La sola mención de HOMRA haría que cualquiera con un mínimo de sentido común se echase a temblar. El rey rojo era una fiera, un ente legendario a quien todos en los bajos fondos temían. Dentro del propio clan rojo, el temor se transformaba en un respeto asustadizo y solo un puñado de personas estaban exentas de este.

-Si te sirvo más whisky te vas a emborrachar.

-Que no, Kusanagi, que aguanto bien.

El barman miró a su amigo, bufando por lo bajo y reponiendo su vaso.

-Pues aunque lo aguantes -masculló-, el vodka tiene un precio, ¿sabes?

-Apúntalo en mi cuenta.

-Punto número uno: no tienes. Punto número dos: si lo hago, no me pagarás.

-No pensaba hacerlo de todas formas.

-Maldito rey de pacotilla...

-¡Rey, Kusanagi! -con una de sus sonrisas infantiles que tanto animaban el ambiente, Tatara entró en el bar, seguido de la princesa roja. Inconscientemente, Mikoto pensaba en que Anna era demasiado pura para ese lugar. Consideraba a la niña un ser extremadamente precioso y valioso, y temía que se quemase entre tan rudo fuego-. ¿A qué no sabéis qué? ¡Hemos adoptado un gatito!

Los dos hombres se dieron cuenta; entre sus delgados brazos, Anna sostenía una diminuta bolita de pelo negra que se confundía con los oscuros volantes de su vestido. Los gatunos ojos del felino eran del mismo color carmesí que los de la princesa de HOMRA.

-Es como yo -susurró la niña. La lolita se acercó a Mikoto, mirándole suplicante-. ¿Me lo puedo quedar?

El rey rojo miró al pequeño animalito, encontrando realmente bastantes similitudes entre el minino y la princesa. Nunca había sentido un afecto especial por aquellos animales, por ningún tipo de bicho en realidad, pero el parecido le hizo imposible decir que no.

-Si es lo que quieres, supongo que está bien.

-¿Ves, Anna? -Totsuka no perdía la sonrisa-. Te dije que no se podría resistir.

-Oye tú -masculló el monarca, amenazando al rubio.

-Es imposible que el rey le niegue ningún capricho a su preciosa princesa -se burló el menor, sacando la lengua divertido.

-Dicho así parece que soy un lolicon -bufó.

-Un poco sí -concedió Kusanagi, haciendo gruñir a su rey-. Pero no creo que nadie en HOMRA pueda decirle que no a Anna.

-¿No queréis que nos lo quedemos? -preguntó entonces la pequeña, observándoles tristemente, deseando ser egoísta pero con miedo a causar problemas.

-¡N-No es eso! -se apresuró a rectificar Izumo-. Anda, ven conmigo. Vamos a darle algo de comer.

El rubio y la albina se fueron a la cocina del bar en busca de leche para la cría de gato. Cuando lo hicieron, Tatara le guiñó un ojo a su rey, cómplice, para luego tumbarse en el sofá. Y Mikoto suspiró y subió al piso de arriba.

Se dejó caer en otro sofá, pensativo. Kusanagi tenía razón, siempre consentía cualquiera de los escasos caprichos de Anna. Esa niña era su princesa, la joya de la corona. Se había convertido en ello gracias a sus melancólicos ojos. Suoh siempre había pensado en que su poder servía únicamente para la destrucción. Había llegado a creerse un monstruo, el malo de la película. Luego llegó HOMRA. Misaki, Izumo, Tatara, Anna... eran personas a las que, por encima de todo, por encima de su vida, deseaba proteger. Y, en el caso concreto de la pequeña princesa, deseaba aportar felicidad a su mirada. Por eso cumplía sus antojos. Porque, si haciéndolo la veía sonreír, entonces cualquier cosa valdría la pena. Porque ella le enseñó que su rojo no servía solo para quemar, le mostró que también servía para proteger lo querido.

La puerta del cuarto se abrió. Mikoto no subió sus párpados. El repiqueteo único de unos zapatos contra el suelo de madera le reveló la identidad de la invasora. Perezosamente se hizo a un lado en el sofá, para dejarle sitio a Anna. Solo cuando la niña se hubo acurrucado a su lado, el rey entreabrió sus ojos amarillos.

-¿De verdad no te importa lo del gato, Mikoto? -cuestionó la niña.

Lentamente, el rey acarició su cabecita, sus albinos cabellos. En proporción con respecto a sus manos ella era tan pequeña y él tan grande...

-Claro que no. Pero tendrás que ponerle un nombre.

-Ya tiene uno -Anna sonreía, estando sus ojos cerrados-. Quiero llamarlo Tsuki.

-¿Tsuki?

-Sí. Tatara me ha dicho que es tan negro como la noche.

Mikoto se permitió entonces una media sonrisa.

-Es un buen nombre.

-Mikoto... -susurró ella-, gracias.

-¿Por lo del gato?

-Y por tener un rojo tan cálido.

Se mantuvieron en silencio. El monarca miraba al infinito, más allá del techo de madera del bar, mucho más lejos. Cuando quiso darse cuenta sintió que la respiración de la pequeña era constante. Se había dormido a su lado, como tantas otras veces hacía.

-Algún día -musitó, posando sus labios sobre la frente de Anna-, tu rojo será el más hermoso de todos.

Baile de Colores [K Project One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora