Roces [MikoSaru]

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Roces, hay miles de tipos distintos. Su definición literal es la de presión ligera que se produce entre dos superficies al deslizarse una sobre otra; pero esa definición es tan aséptica, tan fría, que no se asemejaba a los roces entre ellos.

A veces un roce puede ser cálido, Saruhiko sabía que con Mikoto todos lo eran. En una escala podrían ir desde simplemente templados hasta apasionados, tan ardientes que su piel ardía con el simple toque. Y, aunque no lo dijese, adoraba todos y cada uno de aquellos roces.

Eran un secreto, un secreto inconfesable, solo entre ellos. Eran ese secreto que ni Izumo ni Misaki conocerían jamás, ese que nunca debió haber existido. Era ese secreto que los había salvado a ambos de la rutina, de caer en el inevitable curso del destino. Era su secreto, sus roces, a veces rudos y a veces delicados, esos que siempre se daban cuando nadie los veía.

Normalmente aquello ocurría cuando se quedaban a solas en el bar, o cuando accidentalmente se encontraban por la calle; y, qué curioso, siempre cerca de algún hotel. La primera vez que ocurrió, fue por pura coincidencia, y no se dieron cuenta hasta tiempo después de lo que les estaba pasando. Tardaron mucho más tiempo en llegar a pensar, simplemente pensar, en que tenían "sentimientos" por el otro. Aquella primera vez se encontraron por la calle -y quizá esta fue la única e inimitable ocasión que sucedió de forma imprevista-. Saruhiko estaba llorando y al ver a Mikoto estalló. Estaba harto y le gritó al rey rojo todo lo que llevaba dentro. Fue cuando aún pertenecía a HOMRA. Le gritó que no le soportaba, que odiaba la actitud de Yata. Todo ese: "Mikoto-san, Mikoto-san". No aguantaba que su mejor amigo no parase de lamer el suelo por donde el pelirrojo pisaba. Tampoco aguantaba al resto del clan, sus conversaciones estúpidas y faltas de sentido. Y Suoh se limitó a escucharle en silencio, paciente. Al observar a ese chiquillo sentía cierta comprensión. Le recordaba a él de alguna manera. Por eso cuando acabó de desahogarse le abrazó. Ese fue su primer roce, cálido. Todo el calor del aura roja se transmitió entre ellos, calmando el iracundo llanto del menor.

Trataron de evitarse tras aquello, o al menos Fushimi trató de hacerlo, pero fallaron estrepitosamente. Sus roces no hacían más que aumentar y disminuir. Aumentaba la temperatura y disminuía el tiempo entre ellos. Los suaves abrazos se convirtieron en ansiosos besos y estos culminaron en la brusca unión de sus cuerpos, una desértica noche sin luna en la que los gemidos llenaron aquella habitación de hotel. Una primera -o no tan primera- vez que quedaría grabada en la memoria de ambos como la marca de una quemadura se queda para siempre en la piel.

Y es que, por mucho que Yata siguiese embelesado por su adorado "Mikoto-san", Suoh solo pensaba en el delicado muchacho de ojos grises al que hacía suyo cada noche.

Incluso cuando Saruhiko dejó HOMRA, los roces continuaron. No perdieron intensidad, no mostraron apatía. Ellos solos eran los mismos de siempre, los de verdad, los que no mostraban a nadie por miedo a herir o resultar heridos. Sus verdaderas personalidades eran tan secretas como los encuentros que compartían.

Mikoto entendía los motivos del menor para abandonar el clan. Los comprendía y no le culpaba por ello. El color de Saruhiko no era el rojo. Tampoco el azul, no del todo al menos. Era violeta, un violeta intenso que mostraba la maestra unión de esos dos primarios.

-Ah... ah... m-más rápido... ah...

Los gemidos que salían de sus labios eran música para sus oídos. Sus peticiones, ansiaba cumplirlas, aunque su vena más sádica le instó a ir despacio, a desesperarle. Las gafas del menor reposaban solitarias sobre la mesilla de noche. Las prendas que antes habían cubierto sus cuerpos hacían las veces de alfombra. Aquella cama vieja rechinaba ante los fuertes movimientos del mayor. Con cada profunda estocada, Fushimi gemía más alto, hasta que su voz se elevaba en gritos. Su espalda se arqueaba y se aferraba a las sábanas, mientras sus tobillos descansaban en los hombros del rojo. La única prenda que conservaba eran las muñequeras, Mikoto nunca le despojaba de ellas porque representaban el violeta que al rey le gustaba.

Aquella posición no propiciaba los besos, pero Suoh no tuvo mucho problema a la hora de secuestrar los labios de Fushimi. Sus besos estaban llenos de calor y demanda, de posesión, eran los besos de todo un rey.

-¿No me... ah... guardas... rencor? -gimió el menor, mientras Mikoto entraba y salía de él.

-¿Por qué... debería? -jadeó el rey rojo, cercano al final.

-Me... marché.

-¿Crees que esta es la mejor conversación para tener durante un polvo?

-Necesito... saberlo... ah... más...

Sus dos peticiones eran distintas, pero Suoh cumplió ambas. El rey aumentó el ritmo de sus embestidas, haciéndole gritar simultáneamente de dolor y placer, mientras le besaba otra vez.

-¿Te vale?

-N-No... ¡Ah!

Con ese grito, Saruhiko terminó, estremeciéndose de éxtasis. Mikoto no tardó demasiado en acompañarle, cayendo sobre él sin salir de su interior. Hasta que no recuperó las energías suficientes no lo hizo, arrancándole un grito agudo al menor al retirarse.

-Perdona... -susurró, mientras se tumbaba a su lado y le envolvía en sus brazos.

-Contesta -jadeó el menor en respuesta, acurrucándose en su pecho.

-No te odio, Saruhiko -aunque no era necesario, le tapó con las sábanas-. Ni te guardo rencor. Hiciste lo que debías.

Y es verdad, Mikoto no le odiaba. Entendía sus razones, aunque era más difícil para ellos el estar en esa situación. Pero les daba igual, seguían teniendo sus roces. En secreto, siempre en secreto. A veces delicados y gentiles, a veces apasionados y violentos. Si le odiase, no seguiría a su lado, no pasearía con él de la mano ni pasaría las noches a su lado. No le abrazaría cuando tiritase ni cuando se quedase dormido en sus brazos. No le besaría, ni siquiera tendría sexo sin compromiso con él. Y es que sus roces habían incendiado sus corazones de forma que ninguno imaginó. No sabían si decirlo en voz alta, pero de alguna forma, de alguna retorcida forma, se querían.

Tras aquellos encuentros nocturnos, Suoh solía acompañar a Fushimi de vuelta a Scepter 4. Eran aquellos los únicos momentos en los que podían pasear, cogidos de la mano, como si fuesen una pareja normal. Encajaban sus dedos en los del otro, formando una sinfonía llena de sofocantes matices.

-¿Nos vemos mañana? -preguntó, a la puerta del palacio azul, el rey rojo, sintiendo como si dejase allí a su princesa, y con él a un fragmento de su propio corazón.

-Por supuesto.

Frente a frente, con ambas manos unidas, se miraron a los ojos. Saruhiko no pudo aguantar la penetrante mirada ámbar del monarca, echándose en sus brazos para así esconderse.

-Siento... -susurró, de manera casi inaudible-, siento haberme ido.

-Ya te he dicho que lo entiendo. Lo necesitabas. HOMRA te estaba consumiendo.

-Ya, pero...

-Recuerda que fui yo mismo quien te lo sugirió.

Fushimi simplemente asintió. Recordaba con perfecta claridad aquella conversación, el haberse puesto a llorar por segunda vez en los brazos del rey, al terminar una ronda. Se lo confesó todo. Le confesó que el fuego le daba miedo, que no podía aguantar el ardor, que temía quemarse. Que se estaba ahogando allí, que no podía más. Y, sin renunciar a él y a la relación que compartían, Suoh lo mandó al clan azul, le pidió a Munakata que lo aceptase y que cuidase de él. Porque entendía que Saruhiko era como una flor, como una rosa, y no quería que su rosa se quemase. Si el azul podía salvarle de convertirse en cenizas entonces no le importaba que su joya roja se tornase violeta.

-Lo sé pero...

-Estás mejor ahora -Mikoto tomó el rostro del menor, obligándole a mirarle-. Se te nota, HOMRA no era tu lugar.

-¿Y no me odias por ello?

-¿Por qué debería? -una media sonrisa se abrió paso en el rostro del monarca-. Tú lo sabes y yo lo sé, es más divertido si...

-Es un secreto.

Y tras completar la frase, se besaron, porque quizá el roce que más adoraban, era el de sus labios.

Baile de Colores [K Project One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora