Doncella [MikoAnna]

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Érase una vez, en un reino tan lejano que no parecía de este mundo, un palacio de altas cúspides doradas. En el palacio residía una familia real, carismática y amable, gobernantes justos. Su reino era su vida, la prosperidad de este, su salud, y sus súbditos, sus órganos vitales. Mas una habitante de este reino les pasaba desapercibida. Era la princesa, su pequeña y preciosa hija.

La niña que nació en una noche nevada, de los mismos delicados copos de marfil heredó sus cabellos. Niña solitaria, callada y tímida. Tan elegante que podrían llamarla arrogante. Dulce en sus tratos con criaturas animales pero indiferente ante los humanos, pues esos seres que sobre dos patas caminan nunca la habían tratado con amabilidad.

Esta princesa escuchó entonces una leyenda, los susurros nerviosos de los sirvientes. En las noches de oscura soledad oyó hablar de él por primera vez. Rumores, como el agua de un río. Habladurías que venían de fuera de los muros del palacio.

En el exterior se hablaba de un ladrón, de un hombre ardiente que vivía según sus leyes. Decían que era indomable, el criminal más buscado del reino, que ponía en jaque a la policía de la ciudad. Ante esos cuentos, la mención de lo prohibido, la mirada de la niña se iluminaba. Antes de darse cuenta, sólo por oír hablar de él, su corazón latía a toda velocidad. Nunca supo por qué, no supo que era presa de un amor de oídas. Ni siquiera conocía su nombre, mucho menos fue capaz de comprender que aquel era su amor platónico.

Escuchó las mil leyendas que corrían sobre ese hombre. Escuchó que era la reencarnación de un león; rey sólo de sí mismo que frecuentaba tabernas y burdeles. Escuchó que había hecho un pacto con un demonio para invocar un ejército de flamas y escuchó que era el diablo mismo, que todo trataba de incendiarlo.

El cumpleaños número trece de la joven, durante una noche del más helado invierno, se celebró un baile. Aquella velada quería rivalizar en temperatura con la del nacimiento de la princesa. Miles de invitados acudieron y la cumpleañera el rostro de ninguno conocía. Recibió miles de presentes, joyas, flores, vestidos, sonrisas de hipocresías, felicitaciones vacías. Ninguno ella quería. En su admiración neoplatónica, sólo ansiaba dejar aquella falsa y conocer al hombre que había hurtado su corazón sin saberlo.

Perdida en el baile, entre tantos dichosos cortesanos, la joven se abrió paso hasta un balcón. Frío viento amenazaba con convertirla en una estatua de hielo. Aunque era de frágil salud, se rehusaba a volver dentro. No quería seguir allí, no quería seguir viviendo esa vida. ¿Para qué? Ella no era parte de ese reino, no quería ser cómplice de tantos engaños.

La nieve caía sobre la ciudad que desde su balcón contemplaba. Suaves copos se posaron en la cabeza de la pequeña. Una mano masculina, tan caliente que podría ser puro fuego, los retiró. Ella se dio la vuelta, encontrándose a su lado a un hombre alto, de rojos cabellos y ojos amarillos, rudos pero amables.

-No creo que una niña deba estar aquí con este frío.

-No soy una niña -masculló ella.

-Una doncella pues -se corrigió-, que viene a ser lo mismo.

Ella frunció el ceño para luego apoyarse contra la barandilla del enorme balcón de mármol.

-La de dentro es tu fiesta, ¿verdad?

-Es la fiesta de mis padres. Yo ahí no pinto nada.

-Ya veo... entonces, ¿eres la princesa?

-Desearía no serlo. A nadie le importo aunque lo sea.

-En ese caso, ven conmigo. Permíteme robar el mayor tesoro del reino.

Y ella entendió. Ese era el gallardo ladrón del que se había enamorado. El hombre por cuyas venas corría fuego, estaba allí tendiéndole la mano. Sus ojos eran sinceros, le prometían lo que nunca tuvo. Y sin duda, deseando abandonarlo todo, tomó su mano. El mismo fuego del que él era dueño recorrió su cuerpo. El ardor le hizo desear gritar pero, aferrándose a ese hombre, consiguió contener su voz. Y cuando abrió los ojos, el mundo gris se había teñido de rojo para ella. Y él ardía con el más hermoso de los escarlatas.

-¿Me permites esta huida, princesa?

-Un momento -la música dentro del castillo parecía sonar sólo para ellos, para sus manos, fuertemente entrelazadas y para sus pies danzando un vals sin pasos-, tu nombre. Quiero saberlo.

-Suoh -habló firme-, Suoh Mikoto. ¿Y el tuyo, princesa?

-Ahora Anna, sólo Anna.

Y el ladrón huyó con su princesa, habiendo logrado su objetivo, robar el tesoro más preciado del reino, y habiéndose enamorado de su objetivo.

Baile de Colores [K Project One-shots]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora