Cuando aparqué el coche justo enfrente de nuestro bloque de apartamentos pensé que había tenido suerte. Eso es, hasta que bajé y me percaté de que me habían rayado el coche.
Gemí.
Estaba cerca del guardabarros en el lado derecho y sabía que tendrían que cambiar la chapa de todo el lado derecho trasero del coche para arreglarlo.
Gemí de nuevo.
A Roberto no le gustaba gastar dinero y tuve una discusión para comprarle los nuevos libros de clase a los niños. "¿Libros de lectura? ¡Que se vayan a la biblioteca! ¿Libros de texto? ¡En mis tiempos ir con una libreta y un boli bastaba!"
Gruñí.
No fue una discusión agradable, y dado que él ganaba mas que yo a pesar de que yo trabajaba más horas que él, solía tener la voz cantante en las discusiones.
Suspiré pensando en la mejor manera de decirle a Roberto que había rayado su coche.
En realidad solo teníamos un coche, pero era su coche, ya que lo tenía desde antes de casarnos.
Los gritos de Helena y Valerio llegaron a mis oídos desde la calle.
Gruñí.
Los vecinos realmente iban a matarme en la reunión de vecinos del viernes si seguían así.
Otro problema más a la lista.
Subí las escaleras y pisé algo... Mierda. No mierda de ¡Ay, mierda!, si no de he pisado una mierda.
Gruñí.
Había tenido un día de perros en la oficina, un virus había dejado todos los ordenadores inutilizables y los técnicos no vendrían hasta la semana que viene.
No había sido nada agradable descubrir que el virus provenía de mi ordenador y había sido laboralmente marginada a la hora de comer.
Demonios, hasta yo me habría marginado a mí misma si pudiese. Una semana haciendo los informes a mano me hacía sentir como si estuviese de vuelta en la escuela y me castigasen a hacer copias.
Me restregué el zapato en el felpudo de Gustavo, el vecino de abajo que siempre se quejaba cuando regaba las plantas y caía el agua a su balcón.
¡Solo era agua!
Continué subiendo por las escaleras hasta el segundo y volví a oír los gritos de Helena y Valerio antes de abrir la puerta.
Como fuese otra vez por el mando de la televisión iban a estar castigados una semana...¡Un mes!
A todo esto, ¿dónde estaba Roberto para dejarlos gritar así? Dudaba que pudiese escribir con semejante barullo.
Abrí la puerta y...
-¡Batman!
-¡Sugar!
-¡Spiderman!
-¡Penny!
-¡Silver Surfer!
-¡Por úl-ti-ma-vez Valerio! ¡Es perra, hembra, chica! ¿En-ti-en-des-mi-i-di-o-ma?
Valerio se puso rojo por momentos y rompió a llorar. Fue ahí cuando me percaté de la perra blanca que había en casa. En MI casa. En MI salón. En MI sofá.
-Soy-y pequeño no to-on-to. ¡No me hables así!
-¡¿Quién es el responsable de esto?!-exigí saber sorprendiéndoles a ambos, que no se habían percatado de que había entrado en casa.
Automáticamente se señalaron mutuamente. Creo que fue más por costumbre.
-¡Lo quiero fuera ya!
Valerio rompió a llorar más fuerte y se agarró al cuello de la perra.
Helena permaneció muy quieta como si estuviera ante un animal salvaje y esperase que yo fijase mi atención en otra cosa, cosa que pasó enseguida.
-Tranquilízate mujer, solo es un perro- Roberto salió del baño y le revolvió el pelo a Valerio haciéndole sonreír.
-¡Sí, mujer!-repitió Valerio.
Helena se levantó despacio del sofá y se encerró en su habitación.
Conté hasta diez mentalmente y solo una palabra vino a mi mente: mujer.
-Y se llama Musa.
-¡No! ¡Tiene que tener nombre de superhéroe!-se quejó Valerio.
Aquello fue la gota que colmó el vaso y solté un chillido. Era eso o explotar. Literalmente.
-Roberto...-gruñí cuando terminé de chillar.
El teléfono empezó a sonar.
-¡Yo lo cojo!-Helena salió de su habitación y se llevó el teléfono, a Valerio y a la perra.
Chica lista, esto no iba a ser bonito. Estaba harta de tener tres niños en casa y me negaba a tener un cuarto canino.
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El lado rosa de la fuerza
Teen FictionA papá le gusta mamá. A mamá le gusta el vecino de enfrente. Al vecino de enfrente le gusta mi hermana mayor. Y mi hermana mayor... dice que pertenece al "lado rosa de la fuerza". Lo que quiera que signifique eso.