Capítulo XIII

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Din-don, Din-don, Din-don...

¿Qué demonios? Miré la hora en el despertador y me lamenté al comprobar que faltaban dos minutos para las cinco de la mañana.

Mierda, mañana tenía que exponer un trabajo en la universidad...

Seguí escuchando el sonido del timbre y cada vez se iba acercando más, hasta que tocaron el del piso. Casper empezó a ladrar desde el salón. Los vecinos empezaron a gritar groserías y amenazas contra el idiota que estuviese tocando los timbres.
Casper seguía ladrando...
De perdidos al  río.
Me levanté para acallar al perro, maldiciendo interiormente el sueño pesado de Adrián, y al idiota que parecía haberse decantado por mi timbre en vez de el de los vecinos.
La cosa era, que yo generalmente tengo un buen carácter y soy muy comprensivo, pero como muy bien dijo Freud con sus malditos experimentos, "la privación del sueño puede dar lugar a una considerable irritabilidad en el paciente".
Conclusión: abrí la puerta y solté un puñetazo en la nariz al idiota del timbre.
Cuando el idiota empezó a quejarse diciendo que le había roto la nariz, me percaté de que "ese idiota" era mi casero.
Con razón no se había levantado para acallar al perro...
Cuando más vecinos se asomaron a las ventanas por el escándalo, entre ellos pude ver al pequeño Valerio, decidí meterlo en el piso y cerrar la puerta.
-¿Se puede saber que mierda te pasa?- y no, el que habló no fui yo, fue Adrián. Aquello me sacó de mis casillas.
-Denúnciame-le insté- Por golpear a un borracho que no paraba de tocar todos los timbres del barrio a las cinco de la mañana.
-¡Ese borracho es tu casero!-dijo cogiendo una bolsa de guisantes congelados y poniéndosela en la nariz.- ¡ Y no tengo ninguna culpa de que todos los jodidos adosados sean iguales!
-Tú compraste la casa, chico de muchas luces, adosados significan iguales. Podías haber mirado el maldito  número de la casa.
-Esa es otra, ¿cuando han quitado los números de las casas?
Borracho...
-Por eso llamé a los timbres esperando oír a Casper-explicó mientras lo acariciaba- Buen chico.
-Espera, ¿no te olvidaste las llaves?-pregunté empezando a cabrearme.
Adrián sacó las llaves de su bolsillo como toda respuesta.
-¿Y por qué coño no abriste la puerta cuando oíste ladrar a Casper la primera vez?-le increpé.
Adrián se encogió de hombros.
-¿De verdad esperabas que metiese la llave por la cerradura?
Gruñí, Casper escogió ese momento para ladrar y el timbre sonó de nuevo.
Me voy a cargar al imbécil que haya tras esa puerta esta vez, me prometí a mí mismo.
-Dani, buenas noches, que lidies bien con la pasma-me dijo Adrián mientras desaparecía por la puerta de su habitación con la bolsa de guisantes congelados.
Le está bien empleado, no me arrepentía ni un ápice.
Espera, ¿qué? ¿La policía?
Mierda, cabe decir que si Adrián no me hubiese avisado probablemente habría lanzado otro puñetazo sin mirar.
Abrí  la puerta cuando el timbre volvió a sonar.
Me acosté cerca de las siete de la mañana, consciente de que sólo podría dormir una hora más y con una multa de 300 euros por alteración del orden público en el bolsillo.
Mañana iban a rodar cabezas, de hecho tenía una en mente en particular, pero por ahora estaba demasiado cansado. Buenas noches.

El lado rosa de la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora