Capítulo XIX

4 2 0
                                    

Intenté bajarme del autobús. Juro que lo intenté. Incluso dije que estaba casada y que mi amiga me había jugado una mala pasada al apuntarme al viaje. No sirvió de nada. Lo tomaron como los nervios tratando de jugarme una mala pasada a mí.

La verdad es que no fui la única con esa excusa, una tal Aitana dijo exactamente lo mismo... Pero aún así lo único que pude hacer fue sentarme de nuevo en mi asiento y suspirar derrotada.
Ana intentó consolarme dándome una palmadita en la espalda.
Fausto me sonrió irónicamente. ¡Él me creía! ¿Por qué en el cielo él parecía creerme y no lo hacía nadie más?
¿Que Apolo concedió el don de la videncia a Cassandra? ¡Mi trasero! ¡Eso era un castigo!
Más tarde obtuve una habitación para mí sola.  Gracias a dios Marissa no parecía haber escatimado en gastos. Quizá con la esperanza de que no la matase al volver. No va a pasar.
Aquella noche hicimos un juego, el de tornillos y tuercas. Del que intenté escaparme sin éxito, la monitora parecía haberse tomado en serio su trabajo y su principal obligación parecía ser que yo no escapase. Quizá para ella tenía antecedentes debido a haberlo intentado una primera vez. Quizá se aburría o quizá había sido sobornada por Marissa.
En fin, fui la primera a la que repartieron una tuerca en el salón del hotel y me tocaba esperar a que un tornillo encajase. Fausto lo intentó, nada intimidado por mi sonrisa de "ni te acerques". Fue raro, generalmente funcionaba con Roberto.
No encajó ni conmigo ni con Ana, que se encontraba a mi lado.
Él único hombre que iba en vaqueros aquella noche se acercó a nosotras y pidió una tónica en la barra.
-¿Quieres probar si encaja?- le preguntó Ana.
Aquel hombre de vaqueros y polo Lacoste sonrió condescendiente y negó.
-Me pareces una mujer lo suficientemente atractiva para ir a por aquel que verdaderamente te gusta sin una tuerca.
Ana sonrió.
-Tienes razón.-se volvió hacia mí- No tienes ningún inconveniente en que vaya a buscar a Fausto, ¿verdad?
Me sorprendí ante la pregunta de Ana, no estábamos en primaria, ¿de verdad consideraba que debía pedirme permiso?
-A por él- la animé.
Ana desapareció en aquel instante.
-Otra tónica- le pedí al camarero.
-La casada- comentó aquel hombre reconociéndome del autobús.
-Ajá, a la que nadie parece creer. Lo siento, ¿tú eres?
-Jorge, al que literalmente su hermana ha amenazado con sacar todos su trapos sucios de niñez si no venía.-me ofreció su mano que yo estreché- Debo proteger la salud mental de mis  padres, están en una edad sensible.
Reí.
-Debes de tener una hermana muy perseverante.
-Ahí la tienes- y señaló a Nadia, la monitora.
-No me lo puedo creer-balbuceé.
-Yo tampoco- suspiró Jorge- ¿Cómo  después de mí  mis padres siguieron intentándolo? Debieron dejarlo una vez que les salió bien. Por eso siempre digo que hay que retirarse a tiempo si se puede.
Nadia escogió ese mismo momento para mirarnos.
Jorge levantó su bebida y la saludó.
-Sonríe-me susurró sin apenas mover los labios- ¿no querrás que se acerque?
Al instante una sonrisa se dibujó en mi cara.
-¿Realmente sería capaz de acercarse?
-No, si su hermano está pasándoselo bien no querrá acercarse.
Reí  y sonreí exageradamente como si no hubiese oído nada tan gracioso en mi vida.
-¿Qué haces?
- Fingir que eres gracioso y rezar interiormente para que no se acerque.
-¿Y cómo sabes que no soy gracioso, señorita casada?- me cuestionó enarcando una ceja.
- De un hombre asustado de su hermana no se debe esperar mucho.
-Touché. Quizá debería llamarla para que se acerque- Jorge hizo el amago de levantar el brazo, pero yo le detuve.
-Los hombres que le tienen miedo a sus hermanas son graciosos-le concedí, cosa que hizo que él riera.
-Disculpa,-nos interrumpió un hombre con un traje de una talla más pequeño. Casi parecía haberse puesto el traje de boda de hacía 30 años o más.- ¿Puedo probar?- me enseñó el tornillo que llevaba en la mano.
-Lo siento,- le interrumpió Jorge- Esta tuerca es mía, prueba con este tornillo- y le pasó el suyo haciendo que se marchase.
-Vaya- comenté.
- Pareces sorprendida.
- Lo estoy.
-¿No crees que alguien pueda encontrarte atractiva?
-Me sorprende que tú, sabiendo que estoy casada hayas hecho eso.
-Quizá lo he hecho precisamente por eso, para impedir que le rompas el corazón a alguien.
-Muy atento de tu parte, aunque no sabías si él era mi tornillo.
-Por favor, creo que a estas alturas todo el mundo habrá encontrado su pareja, ¿qué probabilidades había de que no lo fuera?
Carraspeé ante su observación.
-No voy a mentirte, no me pareció que quisieras pasar la noche con él, quizá fui un poco egocéntrico al pensar que preferirías pasarla conmigo y contarme cómo, señorita mujer casada, acabaste metida en este lío.
-Entonces acertaste.

El lado rosa de la fuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora