Beatrice

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Cuando cortó sus alas, fue como si su alma se desprendiera de algo fundamental para sobrevivir. Un sonido metálico y poco a poco los dedos de su palma comenzaban a tener forma, a difuminar los retazos de plumas que caían a son con el viento matutino, y la nieve cubriendo el pasto de lo Desconocido.

Cuando recuperó del todo su forma, fue algo cercano a volver a nacer.

Y el dolor ─que en forma de azulejo no era más que un molesto palpitar─ ahora era compensado con algo más humano, un sentimiento tangible que le dejaba sin respiración, tratando de recuperar el aliento y calmar las palpitaciones de su enloquecido corazón, que replicaba a gritos la ausencia de una persona. O quizá dos.

"Adiós, Wirt"

Beatrice volvió la mirada hacia la luna, inerte en un cielo oscuro y con una miríada de estrellas en el horizonte, observándola con cautela. A su lado escuchó el sonido de aleteos, un poco suaves, lo que avisó a la muchacha de la presencia de las aves en las copas de los árboles, ajenas a su presencia fantasmagórica.

Escuchó claramente como el cielo comenzó a gruñir, y en seguida un par de gotas de agua cayeron sobre su rostro, recorriendo la piel de sus mejillas como si fueran lágrimas recién salidas de sus ojos; la pelirroja las limpió con un ademán desenfadado, pero no retiró la mirada del cielo. El corazón le latía con fuerza como aquella primera vez y sentía que el aliento se le iba a escapar del cuerpo de sólo abrir los labios un poco.

El tiempo transcurrió como un resoplido, y cuando los párpados comenzaron a cerrárseles, la luz del sol ya acariciaba el extenso cielo, abriéndose paso entre la oscuridad. La lluvia había pasado tan rápido como se presentó, y Beatrice, con el cuerpo cansado, se levantó del suelo, comenzando a caminar nuevamente hacia el diminuto pueblo de los hombres calabazas.

Wirt no había ido a buscarla, y Beatrice supo que eso era lo correcto.

Se talló con fuerza los párpados con ambas palmas, sacudiendo la cabeza para alejar el sueño, y siguió caminando con cierta "normalidad", mientras limpiaba con suaves palmadas la capucha, sin percatarse de una figura que atravesaba los campos de calabazas y las casas de madera, y se aproximaba con rapidez hacia ella, para estrecharla con fuerza entre sus alargados brazos.

─ ¡Beatrice! ─Exclamó Wirt, envolviéndola contra sí─. ¡Beatrice, estás bien!

El gesto la tomó por sorpresa, dejándola sin habla. De haber sido una situación normal, ella habría alejado al muchacho de un golpe para que dejara de tocarla, pero el sólo contacto con el muchacho ablandó su corazón, permitiéndose un segundo más de disfrutar la calidez del cuerpo ─todavía vivo─ de Wirt.

Si es que se podía referir a vivo a una entidad en el limbo.

─No es como si algo quisiera atraparme dentro del bosque ─respondió Beatrice, separándose de los brazos del muchacho.

─Te estuve buscando toda la noche ─admitió Wirt.

Beatrice reiteró en las ojeras que colgaban de sus ojos de múltiples colores. Y en el hecho de que su capucha se encontraba hacia atrás, mostrando las ramas salientes de los costados de la cabeza de Wirt.

─ ¿Estás loco? ─Replicó Beatrice, enfada, y colocándose de puntillas, volvió a poner la capucha en su lugar─. No puedes andar por ahí enseñando esa abominación, tarado de quinta. Nos pondrás en peligro.

─Eso no importa ─tartamudeó Wirt, negando con la cabeza─. Lo que importa es que estás bien.

La muchacha lo miró con el ceño fruncido.

─Aun ya con años encima y todavía no dejas de leer poesía a escondidas ─fue su única respuesta, dándole la espalda.

La pelirroja escuchó voces procedentes del interior del bosque, lo cual no debió sorprenderle, pues el sol estaba en su máximo punto junto con su luz.

─Tomaré eso como un "Gracias, Wirt, que amable eres" en tu idioma ─refutó el moreno.

─ ¿Hablas del humano o del azulejo? ─Preguntó Beatrice, mirándolo de reojo.

─Hablo del que utilizas cuando finges que nada te importa.

─Y es que nada de me importa ─asumió la pelirroja, volviendo la mirada hacia el bosque.

Ahora en lugar de voces, Beatrice escuchó gritos que atravesaron el aire y le erizaron los bellos de los brazos. ¿Por qué alguien gritaría de forma tan carnal a esa hora de la mañana? A su lado, Wirt dirigió los ojos hacia ese punto, y ambos aguardaron en silencio a que sus sospechas se confirmaran.

Alguien volvió a gritar, y era la voz de una mujer la que chillaba.

─Debemos ir ─susurró Wirt, sin rastro de temor, lo que sorprendió a Beatrice.

─No pueden verte, tonto, no así ─aseguró la pelirroja─. Iré yo a revisar que todo esté bien, tú sólo quédate aquí y no hagas nada estúpido.

─Voy contigo.

─No.

─Sí.

─Definitivamente no ─chilló Beatrice, crispando los puños─. No sé en qué momento dejaste de ser un cobarde, pero esté no es el momento para pretender ser un héroe.

─No sé si ya lo olvidaste, pero la última vez que fuiste en busca de sonidos extraños al interior del bosque, terminaste desmayada sobre un árbol ─replicó Wirt, frunciendo el entrecejo.

Era sorprendente la velocidad en la que Wirt comenzaba a recordar su última estadía en lo Desconocido.

─Está bien, iremos los dos, pero al menor movimiento estúpido, me encargaré de patearte el trasero.


Over The Garden Wall: The BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora