La Bestia

506 61 7
                                    


Era como presenciar el nacimiento de un monstruo.

Uno que se había apropiado del cuerpo de un muchacho, que apenas había sobrevivido a su primera travesía en lo Desconocido, y ahora, por azares del destino que Beatrice jamás llegaría a entender, la miraba con un par de ojos extraños que parecían estar realmente asustados.

─ ¿Beatrice? ─Volvió a susurrar Wirt.

Al menos su voz no había cambiado.

─Wirt ─Beatrice trató de parecer tranquila, aunque su corazón latía con fuerza y su instinto le dictaba salir corriendo del bosque e ir a refugiarse al interior de su cama─, ¿estás bien? ─Era una pregunta estúpida, pero la muchacha se cuestionó si Wirt era consciente de su nuevo... ¿Podía llamarse cuerpo?

Wirt de forma inconsciente levantó una palma frente a sus ojos, y la observó en total silencio, mientras la respiración de Beatrice se entrecortaba a cada segundo que el muchacho permanecía en silencio; después la bajó, y con mirada vacía, fijó sus ojos sobre los de la muchacha, que se abstuvo de hacer cualquier movimiento brusco que pudiera alterarlo.

Era Wirt, algo en su interior se lo decía, pero no sabía hasta qué punto la conciencia del muchacho había permanecido intacta, sin entremezclarse con el cuerpo de la Bestia. Aunque ese también resultaría un dilema. ¿Habría adoptado solo la forma del monstruo de lo Desconocido o su entidad ─creída extinta─ se había apoderado del cuerpo de Wirt?

Era extraño, Beatrice lo sabía, y lo extraño le incitaba a salir corriendo del bosque y refugiarse en su hogar, pero no podía abandonarlo en los azares de lo Desconocido, ¿pero qué podría hacer?

─Estoy bien ─susurró Wirt, despacio, bajando la mirada─. ¿Qué está pasando?

─ ¿En qué sentido?

─En la razón por la cual estamos solos a mitad del bosque ─respondió Wirt, sin levantar la mirada y se encogió de hombros, somnoliento─. Estoy cansado, quiero irme a casa, Beatrice.

Aunque el brazo le tembló ligeramente, sin dejar de contemplar las ramas que sobresalían de los costados de la cabeza del muchacho, la pelirroja le tendió la mano lo suficiente para que él comprendiera que debía tomar de ella. Por un momento de vacilación creyó que él no la tomaría, pero sus dedos se entrelazaron con los suyos, formando un puño entre ambas palmas, provocando que el corazón de Beatrice palpitara con fuerza ─si es que eso podía ser posible.

Sin decir palabra, comenzaron a caminar entre los gruesos troncos, guiándose a través de la luz tenue que despedía la luz de la luna en lo alto, asomándose entre las ramas. Era como un paseo extraño, como si un par de amantes tuvieran que ocultarse entre las sombras para no ser vistos. Beatrice deseo que todo fuera no más que un simple sueño.

Pero había aprendido que a veces las pesadillas podían pasar en la realidad.

─ ¿A dónde vamos? ─Preguntó Wirt, con seriedad.

A Beatrice le sorprendió la forma en que lo dijo: tranquila, sin un atisbo de terror en la voz. El muchacho nervioso y temeroso que había conocido tiempo atrás ahora no existía, y en su lugar, detrás de ella tomándole la mano, estaba Wirt, con más años sobre su espalda y una conciencia madura.

─Ya lo verás ─masculló Beatrice, mirándolo de reojo.

Caminaron por alrededor de treinta minutos, hasta que las piernas de Beatrice se detuvieron al igual que las de Wirt. Frente a ellos corría un río, silencioso que parecía introducirse hasta las profundidades de lo Desconocido. Beatrice se acercó a la orilla, jalando a Wirt por detrás de ella, colocándolo a su lado, y señaló el agua.

Él tenía que saberlo.

─Mira ─ordenó, señalando el agua inerte.

La luna surgió detrás de las nubes, iluminando por completo el agua cristalina, volviéndola de un color casi plateado. Beatrice quiso separar su mano de la de Wirt, pero él no se lo permitió, por el contrario, se aferró a ella con mucha más fuerza, y la muchacha podía incluso sentir el palpitar de su corazón acelerado, suplicándole que no lo soltara.

Así que permaneció a su lado, sin decir una palabra, hasta que Wirt dio un paso por delante de ella, enfrentándose a su reflejo que le brindaba la luz de la luna.

Beatrice le imitó. Dio un paso, lo suficiente para que pudiera ver su reflejo a mitad de la noche: su cabello pelirrojo cayendo a ondulaciones por sus hombros, las pecas de la nariz y el pálido color de su piel. A su lado, Wirt lucía una figura antinatural. Seguía conservando la altura y la complexión, pero el color de su piel era ligeramente oscura, las ramas de su cabeza se extendían de forma retorcida, y el color de sus ojos eran los mismos que la Bestia mostraba en la noche.

─No... ─Susurró el muchacho, soltando la mano de Beatrice.

El cuerpo del muchacho cayó de rodillas a orillas del río, empapándose los pantalones. De un puñetazo, atravesó su reflejo, salpicando el agua, mientras sus gritos se extendían por la noche como una maldición; los pájaros de los árboles cercanos huyeron en estampida, haciendo sombra a través de la luz blanquecina.

─Wirt, lo siento ─susurró la muchacha, acercándose a él.

No le importó que su camisón se empapara de agua fría a mitad de la noche, ni siquiera que el cuerpo de Wirt pareciera el de un extraño, pues ella sabía que él era realmente ─su alma─ quien estaba habitando ese extraño cuerpo ramificado.

─No puedo ser la Bestia ─farfulló Wirt, alzando la mirada y colocándola encima del rostro pálido de Beatrice. Estaba llorando─. No lo soy, ¿verdad?

─No puedes serlo ─asintió con la cabeza, solemne, tomándole de la mano.

Wirt contempló sus palmas entrelazadas, antes de volver a decir:

─Tienes que regresar a casa, Beatrice ─balbuceó. De repente la pelirroja volvió a ver al muchacho asustadizo de hace ya mucho tiempo─. Y-yo no puedo, no puedo ir a tu casa de esta forma, tu familia...

─No lo comprenderían ─afirmó Beatrice, algo asustada.

─Ve a casa ─insistió el muchacho.

─Tú tienes que volver a casa ─respondió─. No puedo dejarte así, sin ayudarte. Tú me ayudaste, ¿lo recuerdas? ─Le propinó un ligero apretón de manos y sonrió suavemente─. A pesar de que te traicione, volviste a confiar en mí dándome las tijeras, permitiéndome volver a ser humana junto con mi familia.

─Esto es diferente...

─Claro, porque no está Greg aquí ─bromeó, temblando de frío─. Voy a devolverte el favor, y no sólo porque te lo debo, sino porque quiero ayudarte, Wirt.

La sonrisa de Wirt no había cambiado en absoluto. Sus brazos estrecharon a Beatrice con fuerza, no estaba llorando, sino que escondía el rostro entre su cabello, aferrándose a ella y restándole el frío del cuerpo de la muchacha que la hacía tiritar; Beatrice cerró los ojos.

Over The Garden Wall: The BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora