El muchacho y el azulejo

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Beatrice permaneció en silencio, tanto que Wirt temió haber dicho algo inconveniente.

La luz del sol se filtraba por entre los recovecos de la madera, iluminando con ligeros rayos su alrededor, como un faro en medio de la noche. Entrecerró los ojos, y la imagen de las luces de un tren aproximándose le llegaron a su mente. Después fue el rostro de su hermano, Greg, el que ocupó por completo sus pensamientos.

Cruzó ambas palmas por encima de su vientre, y observó en silencio el transcurrir del sol a través de las rendijas. ¿Por qué solamente él había ido parar a lo Desconocido? ¿No en su antigua "visita" habían sido ambos los que llegaron a ese extraño lugar? ¿Por qué sólo él? No es que deseara que su hermano menor le acompañara en el calvario, sino que estaba preocupado, ¿le habría pasado algo?

Cerró los ojos y trató nuevamente de conciliar el sueño, mientras su corazón palpitaba con fuerza. Había olvidado lo confuso que podía resultar lo Desconocido, con sus habitantes extraños, con los sitios inhóspitos y climas cambiantes.

─Yo te extrañé, Wirt ─susurró una voz.

Wirt abrió los ojos, y giró ligeramente la cabeza para contemplarla; se encontraba sólo a medio metro lejos de él, con la capa extendida debajo de su cuerpo formando una aureola alrededor de su cuerpo. El cabello pelirrojo se desperdigaba alrededor de su rostro, y gracias a la luz dorada el muchacho podía contemplar con mayor detalle la salpicadura de pecas por encima de su nariz.

Era cierto.

Él había deseado ─inconscientemente─ volver ahí, no para experimentar las rarezas de ese lugar. Sino por ella. Wirt había deseado volver a verla, y descubrir en qué clase de ser humano se había transformado.

Y ahora Beatrice estaba a medio metro, con los brazos extendidos y el cabello pelirrojo de un color semejante al fuego, mirándolo con una sonrisa algo torpe. Su corazón palpitó con velocidad. Las últimas palabras que se habían dirigido fueron sólo un "Adiós" seguido de su nombre. Nada más. Sus recuerdos después de eso titilaban entre la sala de un hospital y su hermano aferrando a la rana entre los minúsculos brazos.

Otro rostro extraño acosó su mente: una chica, de piel oscura y el cabello negro por encima de los hombro, ¿quién era ella?

─Yo también te extrañé, Beatrice ─respondió Wirt.

Las ramas de la cabeza le impidieron voltear por completo la cabeza hacia ella, así que tuvo que conformarse con mirarla de reojo, con las mejillas ligeramente teñidas de rojo. Cerró los ojos, está vez con el propósito de conciliar el sueño, pues tendrían que despertar en la noche para volver a emprender su camino.

Unos crujidos se escucharon. Cuando Wirt abrió los párpados para descubrir de dónde procedían, se encontró con el rostro de Beatrice a unos centímetros de distancia, pero sus ojos no lo miraban, sino que reposaban sobre el techo. La muchacha estaba fingiendo tranquilidad, cuando en realidad quería tomar la mano de Wirt, para estrecharla.

En lugar de eso, volvió a hablar.

─Resultó extraño cortarme las alas ─masculló la muchacha, taciturna─. Se asemeja a la sensación de cortarse una mano, o las puntas de los dedos, lo suficiente para dañarlos ─se encogió de hombros─. O al de perder algo.

─ ¿Dolió? ─Preguntó Wirt.

─Creí que dolería ─admitió Beatrice, asintiendo con la cabeza─. Pero no, no dolió. La sensación que tuve al momento de cortarlas fue como el de un vacío. Corté primero las plumas del ala derecha ─levantó la palma derecha─ y no pasó nada. Temí que no funcionara, pero tomé valor y corte las izquierdas ─alzó la palma izquierda─. Entonces... Llegó esa sensación de vacío, como si me faltara el aliento, y de un parpadeo era yo.

─ ¿Extrañas volar?

─He de admitir que es una forma rápida de transportarse ─frunció los labios, en una mueca─, pero extrañaba más caminar, y estar en mi tamaño ideal.

─Estoy seguro que si te hubiera conocido hace unos años como "humana" habrías sido más alta que yo ─aseguró Wirt, entrecerrando los ojos, dubitativo.

─Bueno, ahora eres más alto que yo.

Guardaron silencio unos largos segundos.

─Wirt, ¿recuerdas cómo es tu vida al otro lado? ─Preguntó Beatrice, cruzando los brazos sobre el pecho─. Recuerdo que nunca te pregunté, antes, acerca de tu otra vida. Creo que no la recordabas.

Wirt frunció el entrecejo.

─Jamás tocamos el tema, creo ─susurró─. Además, no había mucho tiempo para hablar cuando Greg se dedicaba a cantar por todo el sendero, tratando de animar la caminata.

─ ¿Cómo está Greg? ¿Creció? ¿Ya no canta más?

─Es difícil recordarlo ─admitió Wirt─, sé la respuesta, pero hay algo aquí en lo Desconocido que me impide recordarlo por completo. Como una neblina en mi mente, lo entiendes, ¿no?

─Una laguna.

─Algo así ─afirmó Wirt, cerrando los ojos para lograr concentrarse─. Según logro recordar, Greg creció, todavía no tanto como yo. Y no, sigue cantando, todavía está en el coro de su pad... Nuestro padre ─reiteró rápidamente─. En la Navidad pasada invitó a un grupo de amigos para cantar a las orillas de la casa. Mamá se volvió loca porque la comida no alcanzaba y Greg me obligó a tocar mi instrumento ─se echó a reír al recordarlo─. La nieve hizo que todos se resfriaran.

─ ¿Qué es la Navidad, Wirt?

Si Wirt hubiera abierto los ojos para contemplar a Beatrice, habría contemplado a una muchacha con mejillas rojas y unos ojos brillosos, deseosos de saber. Como los de un niño.

─Es un día en que familia y amigos se reúnen para festejar ─explicó el chico─. Hacen comida para todos, colocan un pino en una esquina del comedor con luces destellantes de colores, y regalos envueltos en papel de colores, que son para algunos miembros de la familia. Todos se sientan alrededor de la mesa a comer y pasarla juntos.

Beatrice guardó silencio, volviendo a provocar inquietud en el muchacho, quien abrió los párpados. La muchacha miraba fijamente el techo con el ceño fruncido.

─ ¿Sucede algo, Beatrice?

─Nada ─farfulló, enfadada, antes de voltearse abruptamente hacia el lado contrario del que el muchacho la observaba, dándole la espalda.

Wirt ladeó la cabeza, confundido. ¿Había dicho algo desagradable? ¿La Navidad en verdad resultaba tan mala? Se acercó a ella sin pensarlo, no podía girar la cabeza, pero gracias a la paja, pudo hundir la rama que sobresalía de su cráneo, permitiéndole acostarse de lado; sin inmutarse, pasó un brazo por encima de los hombros de Beatrice y cerró los ojos.

Dejándose llevar por el sueño.

Over The Garden Wall: The BeastDonde viven las historias. Descúbrelo ahora